Aterrizamos en Tronso el día 4 de junio a las 22:50. Desde el aeropuerto y hasta el centro son cinco kilómetros, que pretendemos cubrir andando. El camino es seguro - por carriles peatonales y calles-, aunque a la ida Google Maps se vuelve loco y nos lleva por un sendero altamente rural e inverosímil, aunque bueno.
Lo primero que nos topamos, al salir de la terminal es el mar azul y al fondo espectaculares montañas llenas de nieve.
El horario del sol de medianoche, en Tronso es, aproximadamente, entre las diez de la noche y las dos de la madrugada. El astro rey permanece anclado en la línea del horizonte -como si le hubieran puesto una chincheta-, aunque se mueve hacia los lados. Su tonalidad es anaranjada y su circunferencia es pequeña y nítida.
Hay un periodo -entre 23:45 y 0:30-, en el que se genera cierto crepúsculo y se encienden las luces de las calles, pero la luminosidad diurna es perfecta, aunque suave.
En esos momentos se genera magia, con muchas personas haciendo fotos con una lumínica incomparable y un ambiente en los numerosos bares y pubs, que nos dice, que no estamos en Noruega . Mientras, las gaviotas -animal non grato-, aprovechan para desmenuzar con el pico y las patas las bolsas de basura en busca de alimento y lo dejan todo hecho un asco.
Hay, que decir, que desde el puerto de Tromso y en el periodo crucial, no se ve el sol de medianoche, porque está en un valle rodeado de montañas nevadas
A partir de las dos de la madrugada todo termina y parecen las doce del mediodía, con un sol grande y difuso. Solo pasamos algo de frío en las manos y durante poco tiempo. Después de siete horas, regresamos al aeropuerto a las cinco de la mañana, media hora después, de que hubiera abierto. Nos tumbamos en unos sofás y nadie nos molestó, hasta que nos despertamos al mediodía.
Tromso está en obras en su aeropuerto, en el entorno del Rema 1000 y en la propia ciudad.
Sus principales atractivos son las dos catedrales -una de ellas, llamada ártica -, Polaria, el barco MS Polstjerna ,el Museo Polar, su calle principal y el maravilloso entorno del puerto.
Después de levantarnos volvimos a la ciudad, pero ya nada era igual, ni siquiera parecido. Regresamos a Gdanks con retraso, por culpa de una huelga de los controladores polacos y nos percatamos, de que el sol de medianoche lo iba a tener hoy mucho más difícil, por culpa de las nubes.
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