Llevamos una semana de viaje y a pesar de que en el tacón de la bota italiana -Puglia- se habla más español, que en ningún otro sitio, -tal vez, por la larga dominación patria en este área en el pasado y de que muchos monumentos se refieran a nombres de la corona de Aragón o a reyes ibéricos -, nos estamos empezando a cansar de la vida cotidiana de esta zona sureña, aunque no de lo que vemos.
Y es, que Italia del sur en general y Puglia en particular, se parece más a África, que al norte de este mismo país o al resto de Europa. En los transportes públicos, el niño va con el jueguecito o el vídeo de Youtube a todo volumen, mientras su madre habla a gritos por el móvil. En las calles, el caos gobierna en las zonas peatonales y en las de circulación. ¿ Y donde es peor? En las dos. En las primeras -algo impensable en el norte desde hace veinte años- las bicicletas, motos y patinetes son los reyes del mambo y no hay quien les tosa. En las segundas, cuando los hay, porque la mayoría de las veces están medio borrados, nadie respeta los pasos de cebra. Ni te ceden el paso -circulando a gran velocidad - y además, te bloquean, aparcando sobre ellos.
Nadie puede negar, que aquí la gente es amable, pero tampoco, que se muestra agresiva en su día a día, como mecanismo puro de supervivencia. Si quitas sitios muy puntuales -como el centro de Lecce y con tu sudor lo pagas, porque abonas cada noche 2,50 euros de impuesto municipal por persona -, la basura te rodea por todas partes y la Italia profunda, austera, cutre y difusa, te puede sorprender a la vuelta de cualquier esquina.
La última desfachatez y falta de respeto ha sido, que las instituciones correspondientes locales o regionales - a saber-, se han cargado todas las oficinas de turismo de los principales centros de visita, dejando sus edificios abandonados, sin inmutarse.
En Puglia, es imposible llevar a cabo 50 kilómetros de tránsito en vehículos colectivos, sin tener que hacer uno o varios cambios.
Ya os hablaré -largo y tendido- de la picaresca en los alojamientos sureños, que desprecia de igual manera a la poderosa Booking, que a sus propios clientes.
Pero ahora vamos a un caso práctico, que nos ha ocurrido esta tarde, una vez había anochecido, en Gallipoli. No hay nadie por la vía pública y trato de hacer una foto de una callejuela del casco histórico. De repente, aparecen unos empleados de un restaurante sacudiendo y doblando y desdoblado un enorme mantel, como si estuviéramos en un pueblo del interior español de hace cincuenta años.
Le hago un comentario a mi pareja y uno de ellos, que habla nuestra lengua, se ofende y grita airado varias veces, sobre que problema hay. Callamos y seguimos avanzando, porque ni siquiera lo habría entendido y se habría puesto más violento. Pero los problemas si los hay y son tres:
1. Nadie se estaba dirigiendo a él
2. Mostró muy mala educación, porque nosotros estábamos antes.
3. No sé en Italia, pero en España, está prohibido sacudir en la calle.
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