Al margen de gustos o de aficciones personales, la forma general de divertirse -o al menos, de la gente, con la que nosotros nos relacionábamos- era a mediados y finales de los ochenta bien sencilla: por la tarde, botellón en una zona verde del centro, a veces, hasta con limonada de elaboración propia -hoy en día, mal visto y prohibidisimo- o cañas, vinos o mistelas con ginebra en los bares de siempre. Y por la noche, unas copas y un porrón de buena música nacional e internacional en locales, que llegaron con el tiempo, a ser auténticos templos del ocio nocturno. Aquello, que a nosotros nos parecía tan normal, no ha vuelto -y vaticino-, no volverá nunca más a repetirse.
El no tener hijos y nuestro escaso contacto con el mundo de la noche desde hace mucho tiempo, nos hace desconocedores reales de las causas, por lo que no nos vendría nada mal la ayuda de un sociólogo o de algún experto en fenómenos sociales para indagar sobre el tema.
No obstante y desde mis pocos indicios, voy a tratar de analizar el asunto y dejo para otros las conclusiones:
1.- El acceso a las bebidas alcohólicas fue muy distinto en nuestra generación, que en las siguientes. Nosotros, por así decirlo, nos amamantamos en los bares de una forma muy natural, sin restricciones. Yo, por ejemplo, mi primer cubata, me lo tomé en un hotel de cuatro estrellas con once años y a nadie le resultó extraño, ni el camarero puso pega alguna. ¡ Y aquí sigo, sin haber caído en el alcoholismo!
Hoy en día, también se accede a las bebidas espirituosas a corta edad, pero de una forma mucho más abrupta y agresiva, porque no existe una cultura del alcohol, como vehículo armónico del grupo y además se tiene conciencia, de que se está haciendo algo ilegal. En la actualidad resulta muy frecuente ver a adolescentes borrachos, mientras, que nosotros, normalmente, no pasábamos de contentillos.
Por lo tanto, los más jóvenes, no tienen la necesidad -y hasta los 18, la posibilidad- de acudir a los bares, como antes. Y esto entronca con el segundo punto.
2.- En el presente no existen ni la décima parte de zonas de establecimientos hosteleros, que hace 35 o 40 años. Os hablo, de las que nosotros nos movíamos, en Madrid y Valladolid.
- Bajos de Argüelles. Decenas de bares ofreciendo su ocio de tarde y noche. Grandes recuerdos de Edurne y la Trainera, donde nos dábamos al butano. Hoy, apenas languidecen un par de garitos. También han desaparecido los famosos Paradores de Moncloa.
- Malasaña. Copas -mi favorita, entonces, Ginger ale con tequila - y buena música independiente. Es la que menos se ha deteriorado y descafeinado, guardando aún algunas de sus esencias y locales emblemáticos.
- Zona de Bilbao y Alonso Martínez. Más pija. Desconozco, si en la actualidad hay algo. La última noche, que anduvimos por allí, hace dos lustros, nada de nada
- Lavapiés. Cañas y tapas para calentar motores por la tarde en un ambiente castizo. Hoy está llena de restaurantes indios y senegaleses
- Latina y Embajadores. Del mismo estilo, aunque nosotros la frecuentábamos más los domingos por la mañana, después del rastro. En el presente está muy desvirtuada.
- Nosotros no éramos de Titanic y de discotecas similares.
- Ya en Valladolid, la zona de vinos del entorno de la plaza de la Universidad. Algunos bares siguen existiendo, aunque ya no está de moda ir a hacer el recorrido, ni por jóvenes, ni por más mayores.
- El Cuadro. Área con mucho movimiento, con más de veinte bares y pubs, que lleva más de veinticinco años desmontada.
- Zona del Coca. Diversión nocturna de más supuesto nivel. Todavía existe, sin muchos cambios.
- Plaza de Cantarranas. Digamos, el lugar más "golfo" de la ciudad, donde se pinchaba muy buena música nacional e internacional. Desaparecida, como tal desde hace mucho tiempo.
A quien le apetezca, puede añadir en los comentarios, cuáles son en la actualidad los núcleos de diversión, porque yo no los encuentro, más allá de lo dicho.
Pero, además, ha habido otra transformación paulatina en los bares de toda la vida, tanto en el centro, como en los barrios. En ambos lugares y a finales de los ochenta, era normal, cualquier día de diario, a las dos o las tres de la mañana, que estuvieran abiertos. En el presente, raro es el que cierra más tarde de las once o las doce, incluidos los sábados.
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