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sábado, 7 de septiembre de 2024

Andanzas de monos ladrones e indios pesados (lo son casi todos)

          Dándole vueltas, hemos llegado a la conclusión, que lo del robo de las gafas por parte del mono, fue una trama organizada. Si no, sería imposible, que de repente, como ocurrió, apareciera tantísima gente de la nada. El operativo funcionaria así: al mono le han enseñado a robar objetos de valor a los turistas. Por devolverlo, el animal recibe una pequeña recompensa en forma de comida o zumo y los lugareños le sacan una cifra importante al viajero, por heroicamente, haber recuperado el bien hurtado. Pero les salió mal, porque no nos sacaron ni una rupia.
  
          De hecho, un concienzudo estudio concluye -según hemos leído -, que algo así ocurre en el templo de Uluwatu, en Bali. Aunque en este caso, el personal del lugar sagrado hacen de intermediarios entre mono y turista poco precavido, sin sacar nada a cambio. La negociación más larga fue de veinticinco minutos y los objetos favoritos de los primates son, los móviles, las billeteras y las lentes graduadas. Lo que no cuenta el artículo es, si los monos aprendieron está técnica por si mismos o fue cosa de humanos.

          En Delhi, seguimos apurando la estancia en India y aguantando la dura vida cotidiana de la ciudad, casi ya a cambio de nada. Ya casi, nos enfadamos por todo y eso, que sabemos que es lo que hay: que el tránsito a pie es imposible, que son muy mal educados y que las moscas, comparadas con los indios y en cuanto a pesadez son monjas ursulinas. Y todo mientras vemos a una vaca tragarse un plátano de una sola vez y con cáscara, escupiendo solo el rabo.

          Lo de pesados lo son a nivel individual, grupal e institucional y no se sonrojan por ello. 

          Está mañana, nos han entrado, al menos cinco ociosos indios para informarnos de algo, que no habíamos preguntado. Que si por aquí no se va al metro; que si anda para allá, que hay un mercado; que si esto es el downtown... Y todo, para romper el hielo y ver si te sacan algo.

          Después, hemos cogido el metro para ir al templo Askardam y nos han dicho, que no tenían cambio de 500 rupias para pagar sesenta en la ventanilla y se quedan tan anchos. Y tú, a buscarte la vida con los comerciantes -o como se te ocurra-, que tampoco lo tienen.Lo de la vuelta en este país es un problema tremendo y eso, que el billete mayor equivale a 5€.
  
          Y ya en el templo, ha sido el acabose, poniendo a prueba nuestra paciencia, que no es mucha porque nuestro indiómetro ya ha colapsado.

          Primero, un control no muy exigente de bultos para acceder a una zona de verjas y caminos trazados, mientras por los altavoces van recitando, los objetos prohibidos, que son casi todos, incluyendo móviles, cámaras, comida o bebida. Recuerda bastante a las películas de los campos de concentración de los nazis. Todo lo debes dejar en la consigna.

          Después, te entregan un papelito, que debes rellenar, detallando tus pertenencias. En el depósito de bultos comprueban, que has dicho la verdad y te hacen hasta una foto, para que no las pueda recoger otra persona.

          El siguiente paso es la separación en colas por sexos y un severo registro. Me libré de quitarme el cinturón y no, como les ocurrió a los indios, que estaban delante de mi.
 
          Y cuando piensas, que has terminado, pues va a ser, que no. Como llevo pantalón corto, debo pagar una fianza por un faldamento naranja, que me devolverán a la salida (dan recibo).

          El templo parece antiguo, pero fue construido en 2005. Es precioso, pero no os lo podemos enseñar, porque la única foto que puedes obtener -videos nada- es pagándosela a ellos y no es digital.

          Al menos, hoy, hemos obtenido la mejor tasa de cambio del viaje: noventa y cuatro rupias por euro.

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