Nos despertamos a las cinco de la madrugada y media hora después y sin haber amanecido, ya estábamos a la captura del primer cacharro, que nos llevará a la estación de tren. Se regatea bien a esas horas, a pesar de la escasa oferta.
Perdimos un convoy, a Matura, por segundos, pero no tardo mucho en pasar el siguiente. Nos tocó ir de pie, durante la hora de trayecto.
En la puerta de la estación de Matura, cogimos un segundo cacharro -esta vez compartido -, que sale mas barato. En media hora estamos en Vrindavan.
El camino hasta el centro son dos kilómetros, con no demasiado tráfico, pero con multitud de monos descontrolados y canallas. Con el madrugón, mi pareja no se había puesto las lentillas y llevaba las gafas. En un instante y sin ni siquiera rozarla, uno de ellos se las quitó y se fue al galope. Desconcierto y shock. Entonces aparecen un grupo de unas diez mujeres de diferentes edades . Pensamos, que vienen a ayudarnos, pero no. Quieren dinero: concretamente, cien rupias, no sabemos si para todas o de forma individual . Mientras un señor, ha recuperado los anteojos y también quiere cobrar por ello. Una de las patillas está severamente mordida. ¡Huimos de allí!
Desconcierto sí, pero sorpresa ninguna, porque habíamos leído a unos chicos, que les quitaron las de sol. Yo le dije a mi pareja en el tren, que las guardara, pero es muy tozuda y no hizo ni caso.
Hay, que decir, que hemos salido de la ciudad de las viudas, impresionados y algo temerosos y eso, que tenemos más de cuarenta mil kilómetros por este país.
El 33% de la población de este lugar son mujeres, que han perdido al marido y que han acabado aquí. El resto: peregrinos devotos, sadus vividores, mendigos de todas las edades y secos, maestros de rituales... Tienen todos algo en común: piden dinero.
Además, vacas malolientes, cabras, perros vagabundos, serpientes para tocarlas y hacerse fotos, millones de moscas, los monos... Y también basura y fluidos, para aburrir y mucha policía, viendo la vida pasar, sin hacer nada.
En ningún lugar del mundo, hemos padecido tanta agresividad global, como aquí .
Pero el sitio está bien y es muy auténtico -demasiado quizás - con su serpenteante casco histórico de calles estrechas y abarrotadas, sus templos mal mantenidos y sus deteriorados ghats, donde se puede tomar una embarcacion para el paseo. ¡Ni de coña!
Y una actividad comercial trepidante, que gira en torno a las ofrendas de los templos -se pegan por ser los primeros en entregarlas-, consistentes en flores, comidas, velas y unos carísimos dulces de aspecto asqueroso (forma de albondiguillas oscuras).
Un nuevo cacharro compartido nos devolvió a Mhatura. Por el camino vimos una tienda de alcohol. Será, que está fuera del radio prohibido de diez kilómetros de los templos.
Tuvimos suerte y al llegar a la estación, cogimos un tren inmediato para Delhi, donde estamos ahora, esperando los vuelos de regreso. Está vez pudimos sentarnos y el convoy llegó puntual.
Los vídeos no hacen justicia con Vrindavan. Primero, porque es muy difícil grabar en sus calles atestadas y segundo, porque obramos con mucha cautela para que nuestro móvil no cayera en las garras de los rápidos e implacables monos.
Vrindavan ha sido la guinda premium a este sexto viaje por India y undécimo largo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario