Este país es, como es y aunque las cosas sean más fáciles y amistosas, que hace casi tres lustros, no hemos podido evitar dos tremendos sustos.
Por un lado, el Mascate Bank trató de duplicarnos el importe obtenido del cajero y menos mal, que nuestro banco reaccionó a tiempo. Ya habíamos mostrado desconfianza con el uso de tarjetas de crédito y por eso, todo lo hemos pagado en efectivo y las reservas de hoteles las hemos hecho donde no pedían este requisito.
Pero, aún fue peor momento, cuando en el aeropuerto y en el control de pasaportes, no me dejaban salir. Mi pareja, sin problemas y yo, más de media hora de silencio, porque ni hablan inglés, ni ganas, que teníamos de saber lo que pasaba. Son documentos consecutivos y tenemos los mismos sellos, pero al madero de mierda, había algo, que no le cuadraba y nos puso nerviosos hasta la desesperación, de perder el vuelo o algo peor: ella estaba fuera y yo dentro, con las consecuencias imprevisibles, que podrían haberse producido.
Para terminar con Omán, unas pocas pildoritas anecdóticas:
No vimos en nuestra estancia ni moscas, ni hormigas, ni cucarachas, ni chicharras. ¡Les gusta el calor, pero parece que no!
Es imposible mezclar el agua de la ducha en los hoteles, porque a los depositos les da el sol y debes elegir entre muy caliente e hirviendo.
En Omán hay poca gente por la calle -no es extraño, por el calor y porque no existe forma de divertirse- pero el 80% de los transeúntes son hombres y el resto, mujeres cubiertas totalmente de negro -cuervos-, nunca solas y de todas las edades (las de veinte, también.
En seis días en Omán, habremos visto unos 10 guiris.
Ya estamos en India.
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