Madrid, Bolonia, Venecia, Corfú, Atenas... Los primeros diez días del viaje han sido un sinvivir, a través de la Europa invadida por el depredador turismo masivo en forma de hordas invasoras. Realmente y para todos, la situación va camino de convertirse en insostenible y sin una solución o salida clara.
Y es, que casi todos los actores de este escenario tienen razón. Los vecinos y residentes, tienen derecho a protestar y a ver sus vidas reparadas, ante una invasión turística molesta -hay mucho viajero maleducado - y caótica.
A los propietarios o gestores de los alojamientos tampoco les falta razón, al fin y al cabo, nadie les puede negar el querer obtener una rentabilidad de esos inmuebles.
Y finalmente, están los turistas, que son los que pagan la fiesta y a los que asiste todo el derecho a disfrutar de su tiempo y su dinero, donde les de la gana.
Los claros culpables de esta situación son los ayuntamientos y sus responsables, que no se conforman con no ser capaces de resolver el problema,sino que se convierten en entes recaudadores mediante injustificadas tasas, que nunca queda claro, a que van destinadas. Cuanto más días está un turista en un lugar, más se gasta, por lo que no tiene sentido penalizarlo más con una cuota diaria. Desde mi punto de vista, un impuesto de este tipo solo tiene sentido en el turismo de cruceros, que contamina mucho y deja poco dinero en el destino, porque tiene los gastos pagados en el barco. Veinte euros por persona y visita, no me parecería nada desproporcionado.
La turismofobia no tiene sentido, porque todos hemos sido turistas alguna vez. Es, como si un conductor odiara a los caminantes, cuando tarde o temprano, se tendrá que bajar del vehículo y andar.
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