Ani, a 42 kilómetros de Kars (Turquía)
Nos dicen desde pequeños, que cuesta mucho tener una
credibilidad y ganarse un prestigio. ¡Cuanta verdad es también, lo poco que cuesta
perderlo!.
Aún
Turquía, sigue siendo uno de nuestros países favoritos, pero en este cuarto
viaje al país, hay muchas cosas, que han cambiado y que nos han puesto de muy
mal humor:
-Han subido
el visado un 50%, de 10 a 15 €. No hay, que rellenar ningún formulario para
acceder al país, ni mayores trámites. Van simple y descaradamente, a por el
dinero
-El precio
del metro, que va desde el aeropuerto de Estambul o desde la estación de
autobuses (otogar), ha pasado de 1.40 liras, en 2008, a 3. ¡Más del doble!, en
tan solo cuatro años!.
-Comprar
una lata de cerveza de medio litro en una tienda, cuesta alrededor de dos
euros, debido al abuso estatal vía impuestos, que grava a las bebidas
alcohólicas, que han triplicado, como mínimo, su precio en el último cuatrienio.
Cualquier botella de un güisqui medio, se va a los 25 ó 30 euros. Suponemos,
que es la forma de facto para impedir, que los turcos descarriados del
islamismo, beban alcohol. Lo que Mahoma no consigue, lo logran los tributos.
-Se ha
doblado el precio de algunas visitas turísticas y es grave, porque en nuestra
anterior estancia, ya había ocurrido lo mismo. Si el estado no es tonto, los
particulares tampoco. Las 30 liras, que pagamos en 2008, en le hotel de Trabzon,
hoy por arte de magia, se han transformado en 60.
-También,
han sufrido un significativo ascenso, los precios de bares y restaurantes. Ya,
nada es gratis en Turquía. Los baños públicos cuestan una lira (medio euro). Si
uno orina cinco veces al día y permanece en este país veinte jornadas, se habrá
gastado en labores de micción, la nada desdeñable cantidad, de 50 €.
La
desagradable anécdota final, en este fugaz paso por Turquía, de dos días,
camino de Georgia, la ponen las lamentables empresas de transportes, llamadas
Prenskale y Mhamut, a las que pagamos 25 liras, para que nos llevaran de
Trabzón, a Batumi. La primera, nos mintió, al decirnos, que el viaje a la
localidad fronteriza de Georgia, era directo. La segunda y sin remordimientos,
nos dejó tirados en la frontera –a 15 kilómetros del destino-, de forma
totalmente consciente. Tratamos de parar el bus, recién arrancado, con
aspavientos y gritos, a escasos metros del conductor. Pero, este no sólo no
paró, sino que aceleró y se fue.
Kayseri
¡Qué no se
confundan los turcos! Matar a la gallina de los huevos de oro es muy peligroso.
Con todas estas actitudes, su oferta turística es cada día menos competitiva.
¡Buenas noticias para España y para el sector turístico!, que falta van
haciendo.
Sivas
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