Tratamos de abandonar Tbilisi, entre la intensa lluvia y el
omnipresente olor a fritanga, que impregna toda Georgia y que al principio no
molesta, pero tras unos días, cansa.
Tbilisi
Es difícil
encontrar otra ciudad en Europa, con tanta belleza y con el peor envoltorio de
su decadencia. Quizás, lo mejor, es irse a los baños públicos de sulfuro –los
de turistas, son mucho más caros, que los de los lugareños-, a encontrar el
relax, que nunca hallamos en esta inhóspita capital.
Aún, intentándolo intensamente,
no logramos dejar atrás, ni la ciudad, ni a la lluvia. Diferentes buscavidas,
entorpecerán nuestra idea de llegar, a Shinaghi
y desde allí, alcanzar Alaverdi, en Armenia.
Decidimos
tomar el tren, a Yerevan, opción que habíamos descartado la noche anterior. Por
supuesto, viajaremos en cuarta clase, que es la más barata. Y acertamos, porque
en lo único que se diferencia de la tercera, es en que no te dan ropa de cama
para la confortable litera.
El convoy ferroviario parte puntual
y el personal de abordo resulta muy atento. Los turistas son escasos, aunque se
desplazan unos cuantos norteamericanos. Parece normal, debido al número de
usuarios, que el tren solo parta de Tbilisi, cada dos días. Y lo mismo, de
Yerevan
La salida
de Georgia y la entrada en Armenia, consumen el mismo tiempo –una hora en cada
lado, aunque por motivos diferentes. En el primer caso es, por severos trámites
aduaneros, que a nosotros no nos afectan. En el segundo, por la gestión de los
visados, que salen mucho más baratos, que hacerlos en la embajada de España. Te
llevan a una oficina y luego a una sala más grande, que más parece un cíber,
siempre rodeados de militares, con un uniforme digno y la suficiente cortesía,
cosa que se agradece.
Se hace
necesario rellenar un formulario, aunque casi no lo revisan, ni piden
fotografías. Los 3.000 drams armenios (menos de seis euros), solo se pueden
abonar en esta moneda o en laris. Imposible, hacerlo en dólares o en la divisa
de la eurozona. Como moneda local no tenemos, pagamos con la de Georgia y nos
aplican un redondeo de más de un 10%. Parece feo, pero nos conformamos.
Nuestro
ingreso en Yerevan resulta agradable. Nada queda de la hostil Tbilisi, salvo
los precios de los hoteles. Ni calles polvorientas, ni baldosas levantadas, ni
charcos eternos, ni vallas mugrientas y retorcidas de metal, rodeándolo todo y
a todos…En Tbilisi, este último negocio, debe de ser de lo más rentable.
En Yerevan se respetan los pasos
de cebra –escrupulosamente-, las necesidades de las personas, la calma, el buen
rollo, el poder transitar despreocupadamente por las zonas peatonales. Todo está
orientado para los ciudadanos y no para seres semisalvajes.
Casi
volviendo a nuestro hotel –nos ha costado encontrar uno a precio razonable-, ya
siendo de noche, nos reencontramos con Romualdo y Patricio, para la alegría de
los cuatro. Intercambio glorioso de experiencias y opiniones, que duran algo
más de una hora. Es tarde y –como deseada novedad- hace algo de frío.
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