Diez de la mañana, en la puerta de la céntrica agencia. Calor severo. El nuevo minibus llega cuarto de hora tarde, debido al intenso tráfico. Pasaje diverso: nacionales, indios, europeos o de Hong Kong, además de nosotros.
Salimos por la carretera de ayer, la de la bonita mezquita del extrarradio y transitamos por una impecable autovía. En una hora, nos ponemos en los petroglifos de Gobustan. Nos ahorramos la entrada, que cobra el guía, pero los vemos al completo, dado que es fácil colarse por la zona de los baños y del bar, sin ser descubiertos.
El paisaje rocoso es excelente, pero los grabados antiguos, hay que imaginarlos, más que visualizarlos. Los diez manat de la entrada son un robo, como es costumbre en los precios de los atractivos turísticos de este país.
Volvemos al vehículo de buen aire acondicionado, porque el calor es ya insufrible. En cuarto de hora estamos en los volcanes de lodo. Los contemplamos tras un breve paseo por mitad del poco silencioso desierto, porque a decenas de metros, las excavadoras van a todo trapo en la construcción de una clínica y un hotel, que revitalizan está árida e improductiva zona con tratamientos con los barros, aquí producidos. Borbotean sí, pero como cuando llueve sobre mojado en cualquier parte. Nada, desde luego, que te haga hacer hasta aquí seis mil kilómetros de avión para contemplar estás modestas elevaciones con cráter.
Deshacemos el camino, durante hora y cuarto. Gobustan está al sur y nosotros nos dirigimos ahora a la península de Abseron, al norte.
Dos incidentes nos sacan de quicio dentro del bus: el agobiante atasco al atravesar la vía principal de Bakú y los vómitos de una niña de un año, que caen de forma abrupta delante de nosotros. Su madre, una estúpida filipina, no ha tenido otra irresponsable ocurrencia, que traerla a este largo tour. Una espectacular torre en forma de vela y otras dos , simulando estar llenas de telarañas, entretienen nuestros ojos.
Son casi las tres de la tarde y estamos en el restaurante concertado para la comida, tipo buffet. El género no tiene mala pinta, aparentemente, pero si nos tenemos que fiar por el estado de limpieza y mantenimiento de los baños... Nosotros hemos optado por no seguir al rebaño y almorzar por nuestra cuenta y merodeamos por la desfavorecida zona, donde si encontramos, sin embargo, vodka a mitad de precio, que en el centro y mucha más oferta de kebabs, ensaladas y pitis.
El templo de fuego se ubica casi al lado. Si combinas la entrada con la visita, a Yanardag, te cuesta un poco menos caro, pero el precio de los accesos vuelve a ser abusivo (30 manat los dos, que es casi lo mismo, que pagamos cada noche por una habitación gigantesca con baño, nevera, aire acondicionado y buen wifi).
El recinto sagrado es sencillo y pertenece a la religión de Zoroastro, cuyos fieles eran adoradores del fuego y vivían por aquí e Irán, hasta que fueron expulsados a la India. Hay un fogoso altar en un patio y diferentes estancias interiores recreadas alrededor de este. No está mal, pero nada, que perdure en tu memoria para siempre.
Tras cuarenta minutos más de conducción, acabamos en la auténtica tomadura del pelo del viaje y casi de nuestras vidas. El Yanardag o Burning Mountain, donde esperábamos ,-vaya imaginación la nuestra- un auténtico volcán en erupción y con enormes llamas saliendo por las grietas y el cráter. Y, nos encontramos con media docena de cutres y anodinas hogueritas, que no dan ni para asar unas chuletas de lechazo o unos chorizos. Y, encima, no les cuesta ni un solo manat este perverso timo, porque es gas natural, que emerge de la tierra.
Por favor: evitad pagar por esto. No por el dinero, que también, sino por la cara de gilipollas, que se te queda
Menos mal, que ya de vuelta a Bakú, hubo una quinta visita: una parada para fotos en el magistral Centro Heydar Aliyev, de diseño grandioso y vanguardista.
Resumiendo: excursión cara, agotadora y en general, calificada con un aprobado raspado. Pero felices, porque ya pasó el día, que más pereza nos daba
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