Nos levantamos, como un toro, antes de que sonara el despertador. Contemplábamos dos opciones para este incierto día: o, directamente, una mierda o un triste peñazo. Acabó siendo una mezcla de ambos conceptos. Eso sí y aunque sufriendo, con final feliz.
Valoråbamos tres posibles escenarios y no se cumplió ninguno, como suele ocurrir por estos lares. Por un lado, que no nos cogiera nadie en autostop y tuviéramos, que retornar, a Qusar andando y dormir allí. Por otro, tener suerte intermedia y poder llegar hasta Baku. Y ya, el despiporre, poder arribar, a Sheki.
El día amaneció despejado y muy caluroso, hasta en el Cáucaso, que ya es raro. Comenzamos a andar por la empinada y deteriorada carretera. Al poco, pasa un coche y para, pero solo dispone de una plaza libre. Caminamos durante media hora y el segundo conductor, también se detiene. Viaja solo y nos coge. Vehículo nuevo y música oriental extraordinaria. No nos dice nada, no hace un solo gesto y ni siquiera pregunta por nuestra nacionalidad. No solo nos deja en la ciudad y en la estación, sino en el mismo andén de donde parten los buses, a Baku.
Tras una pausa logística, nos embarcamos en un autobús tórrido y super incómodo, rumbo a la capital, pero bendecimos nuestra suerte. A las doce y media estamos en Bakú. No hay bus directo, a Sheki y debemos cambiar en Ismailliyi. Mejor bus, aunque acabamos cansados del calor, las paradas y las constantes obras en la carretera, que nos hacen botar, sin tregua. Nos paran en una calle cualquiera, sin estación y sin explicaciones.
Empieza la inesperada parte difícil del día. Como no entienden ni la palabra bus, ni station, ni siquiera yes, hay que ingeniárselas con gestos y con los traductores del móvil, con suerte diversa. Nos ofrecen un taxi para llevarnos hasta otro y no entendemos nada. Caminamos con cierto rumbo para ir descubriendo, que no hay una única terminal de cacharros, sino diversas paradas de taxis compartidos. Son las seis de la tarde del domingo y apenas hay oferta a Sheki y además, nosotros estamos muy cansados.
Ahora toca buscar hotel y continúa la pesadilla. Solo hay un cuatro estrellas y su recepcionista no habla ni papa de inglés. Llegamos a entender y no sé cómo, que es la celebración del Eid-El-Adha y no vamos a encontrar nada en toda la ciudad
Empezamos a temernos, que tocará dormir en la calle y esta pequeña urbe solo ofrece una tienda 24 horas, en cuya puerta poder estar mínimamente seguros. Caminamos un poco más, maldiciendo el desenlace del día, cuando aparece un restaurante con habitaciones. Cuesta el doble, que el alojamiento de ayer y probablemente, sea el más caro del viaje, pero no hay posibilidad de negociar. Están de reformas y hemos llegado tan de sorpresa, que hasta nos tienen, que montar un situ y de urgencia, la cerradura de la habitación.
Todos los días vamos con el cántaro a la fuente y de momento, no se ha roto. ¡Veremos mañana!
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