Hemos resuelto, el que creemos será nuestro último trámite importante en Azerbaiyán: la obtención de las tarjetas de embarque de nuestro vuelo de mañana, a Roma, con Wizzair. De ahí, a Olbia, cambiando de aeropuerto y por tierra, a Alghero, para volar, a Madrid.
Llega el momento de hacer balance sobre algunos de los aspectos de este viaje.
Sin lugar a dudas, lo mejor han sido los alojamientos. Todos bastante correctos y baratos. De los seis, cinco nos ofrecieron un buen wifi y los dos, que no contaron con aire acondicionado, es porque no era necesario, al encontrarnos en el Cáucaso.
Lo peor, el transporte y la información turística. El primero es confuso, escaso, -a veces- y con conexiones indirectas más frecuentes de lo deseado, incluso, entre lugares poblados. Donde hay un bus de ida directo, no existe a la vuelta, misteriosamente. Algunas oficinas de turismo hay, pero no cuentan con un solo plano o recurso informativo y solo se dedican a vender caras excursiones.
El país es algo difícil, porque la mayoría de la gente no habla nada más, que el azerí -ni siquiera conocen los números en inglés - y tampoco hacen mucho esfuerzo por entenderte, como en otros países. No son, en general, personas maleducadas, ni hostiles, pero si fríos y esquivos.
La vuelta resultó perfecta y pudimos enlazar y degustar, sin problemas, nuestro pudin de aviones de bajo coste. Nos cabreamos, porque el autobús de Fiumicino, a Roma y en tan sólo unos meses, ha subido un 60% ( de cinco, a ocho euros).
En Olbia, nos morimos de calor y de asco, porque la ciudad es horrible y caótica. En Italia, no nos terminamos de acostumbrar, a que en algunos supermercados, las cosas cuesten casi el doble, que en otros. Desde Alghero, Air Europa nos dejó en la T3, de Barajas, de madrugada.
Aquí terminan los 16 artículos de nuestro viaje, a Azerbaiyán. Esperamos, que os hayan sido útiles y entretenidos.
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