Si nuestros inmediatos planes se cumplen, habremos realizado 16 viajes, a lo largo de 14 meses, después de que aquel 28 de junio de 2020, partieramos para Asturias y Galicia, tras el secuestro obligatorio, lamentable e injusto ( que ellos dulcificaron , llamándolo confinamiento).
Paradójicamente, el verano de 2021, también lo estrenamos viajando al Principado. ¿Han cambiado las cosas un año después? Algo si, aunque de manera muy lenta u poco esperanzadora.
Como anécdota, nuestro viaje a Asturias de julio de 2020 fue el último, en que la maldita, agobiante y cansina mascarilla no era obligatoria en exteriores. El de este año, ha sido el primero, en que, afortunadamente, ha dejado de serlo.
Concretemos:
-En los transportes públicos el ambiente se ha relajado. Ya casi, no te riñe nadie -conductor o policías a los efectos incluidos-, porque te hayas dormido y dejes media nariz a la intemperie de la mascarilla. Como mucho, te miran de aquella manera o se cambian de sitio. Eso, si no te topas con la típica enfermera histérica, que no solo ha salvado a la patria -o la matria, que igual me da-, sino que además, no acepta otra cosa, que no sean sus integristas normas.
En la actualidad, España sigue siendo un país poseído por la inservible y mal utilizada mascarilla: 90% la lleva voluntariamente, en Valladolid, mi lugar de residencia. El 80%, en Madrid, aunque en el centro el porcentaje es mucho menor, debido a los turistas. En Milan, por ejemplo, los que la portan, no llegan al 15% -0% de noche- y en Grecia, el verano pasado, las proporciones eran similares. ¡Pero aquí, seguimos en nuestro país de pandereta y de más papismo, que el Papa! Es triste vivir en una zona geográfica del planeta, donde la mayoría de la gente no se entera de nada de lo que acontece, desde que nace, hasta que se muere. ¡Porca miseria!
-Los hoteles y resto de alojamientos -afortunadamente para ellos- muestran una mayor demanda, que el año pasado y por tanto, han elevado los precios, aunque siguen siendo más baratos, que antes de la pandemia. El nivel medio de calidad de los hospedajes económicos en España es bastante alto -a diferencia de Italia-, aunque con el coronavirus, como excusa, han reducido su presencialidad en recepción, con lo que realizar la mayoría de los check-ins, termina siendo muy molesto y tortuoso.
-En la calle, en la playa, en las piscinas...El grado gilipollez ha disminuido, aunque le cuesta. En la primera, ya no se habilitan carriles para ir y para volver, estrictamente vigilados por imbéciles anónimos e improductivos. En las segundas, ya apenas se parcela el entorno personal o familiar. La histeria de va reduciendo, pero queda.
Aunque, las autoridades insisten, en hacer eventos en recintos con vallas y con un único acceso, por lo que dificultan la movilidad, más que arreglarla. Un ejemplo irrisorio -de este verano y el anterior- es, ver a gente en sillas, separadas y con mascarilla viendo un concierto y en el exterior, contemplando y oyendo lo mismo, a grupos juntitos y sin restricción alguna.
-Supermercados: me gustaría hacer una comparación, entre Italia y España. En nuestro país -y ha venido para quedarse-, la caja de pago se divide en tres partes bien diferenciadas. Al final, el que recoge su compra y se va. En el medio y expectante, separado por algo más de un metro, el que va a acometer su adquisición. Y con la misma distancia y al principio, el que empieza a colocar sus productos. Ya no hacen falta las barritas de metal o plástico para separar cada lote.
En Italia, por el contrario, se funciona a la vieja usanza: todos los clientes y sus compras seguidas y casi hasta entremezcladas. ¡Y lo curioso es, que tienen menos contagiados, que nosotros! ¡No hay peor virus, que el de la estupidez!