Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 2 de marzo de 2019

Tensión en el aeropuerto, de Krabi

                                                    Fotos de divversos aeropuertos del viaje

          Desde luego, Lion Air -no solo por lo que os vamos a contar, sino por otras cuestiones, que se tratarán en un post posterior-, es con diferencia, la peor aerolínea de bajo coste del sudeste asiático, que nosotros hayamos utilizado.

          La tarde no empezó nada bien. El conductor del cacharro colectivo, que nos traslado al aeropuerto, nos quiso cobrar más del doble -algo, por cierto, inusual en Tailandia- de la tarifa normal, que teníamos contrastada anteriormente, en la precaria estación. Momentos de tensión, pero jugábamos con ventaja: la puerta de la terminal está a un metro y no fue difícil escabullirse.

          Íbamos con bastante tiempo, porque nada nos quedaba de hacer en la ciudad, aunque nos dijeron, que el check-in no se abria, hasta tres horas antes del vuelo, en este caso, la hora de Cenicienta. Y fue a esa hora, cuando nuestra carroza se convirtió en calabaza, hasta que llegó el príncipe.

           Va mi pareja a por las tarjetas de embarque y al medio minuto me grita: "Ven, anda, que hay problemas". Efectivamente, se niegan a entregarnos las mismas, bajo el pretexto de que no tenemos billete de vuelta. Lo intentamos varias veces, explicando, que no sabemos, ni dónde iremos, ni cuando, al término de nuestra estancia en Taiwán. Se niegan a escucharnos, poniendo encima de la mesa un manual de instrucciones -supuestamente- estrictas.

          Quienes así obran son, dos jovenzuelas arrogantes, a las que se suma un estúpido vigilante jurado en su defensa, cuando nos decidimos a levantar la voz, siempre de forma controlada, porque sabemos que tenemos nosotros más que perder, que ellos. A todo esto y como refuerzo de sus argumentos, el segurata me acusa de haber bebido.

          Tiras y aflojas, pidiendo a gritos, que o las tarjetas de embarque o el dinero, aunque sabemos, que esto segundo, no está en sus manos. Volvemos a la calma, en esa no programada estrategia de presión-contención y les proponemos firmar un papel, en el que nos hacemos absolutamente responsables de las consecuencias y los gastos, que se puedan producir, si se nos niega la entrada al pequeño país asiático.

          El de seguridad, ya se ha alejado algo y las chicas empiezan a mostrarse muy nerviosas y menos contundentes. Empiezan a dudar y es justo el momento, en el que se nos ocurre la gran idea. La tecnología está de nuestro lado: sacamos el móvil y recurrimos al milagroso traductor, Sayhi para explicárselo con más detalles en su propio idioma y no en inglés.

          Barrera derribada, pero la partida aún no ha acabado: próxima pantalla. Resulta, que ahora tenemos que cumplir la siguiente condición, que figura en el manual: demostrar, que tenemos fondos suficientes para sufragar nuestra estancia en Taiwán, algo -que en teoria-, te pueden solicitar en cualquier país, pero que jamás nos habían pedido en ninguna parte, durante nuestros treinta años viajeros.

          Sacamos las tarjetas de crédito, pero tras dudar y mirarse -una de ellas tiene como rasgo unos bonitos ojos azules-, quieren ver el dinero en efectivo. Y ahí yo, de muy mala leche indisimulable, quitándome el playero y el calcetín, abriendo unas fundas de plástico semi duro, que alojan más de 1.500 euros en billetes de 200, 100 y 50.

          ¡Al fin, vemos cómo la impresora escupe las ansiadas tarjetas!, mientras una de ellas nos espeta, atendiendo a otro de los puntos del maldito manual: ¿Lleváis armas, explosivos u objetos cortantes en los equipajes? Ante la duda de si gritar, llorar o partirnos de risa, decimos no con la cabeza y salimos huyendo.

          Como cabía esperar, no hubo ningún contratiempo, ni problema para nuestro ingreso, en Taiwan. Aunque, nos fueron tan mal las primeras horas en este país -por motivos, que contaremos en próximas entradas del blog-, que varias veces maldijimos, haber conseguido nuestro objetivo, la noche antes.

Phuket y Krabi: la calma antes de la tempestad

                                    Todas las fotos de este post son, de Phuket (Tailandia)

          Llegamos a Phuket, de noche y lloviendo. Entre el caótico tráfico y los charcos, nos costó encontrar nuestro alojamiento, a pesar de que habíamos estado en el, tan solo hace año y medio. Habitación sin ventana y está vez, las cuatros noches de austeridad nos pasaron factura psicológica, a pesar de volver a disfrutar de las playas.

          Sin embargo e inesperadamente, Krabi obróde efecto bálsamo, también, abordamos la ciudad habiendo oscurecido y os tocó caminar por sus calles. Pero, dentro de lo que es el tercer mundo,esta metrópoli es ordenada, posee aceras y ofrece algunos inesperados atractivos, al margen de ser el acceso hacia las islas Phi-Phi. Eso sí, evitad el mercado de abastos, hediondo hasta casi provocar el vómito.

          Sin embargo, el largo y confortable paseo junto al río -donde también se ubica el mercado nocturno-, resulta reconfortante, a pesar del omnipresente calor húmedo. Al fondo esos promontorios alargados y verdes hasta rebosar, que encontraréis en todos los folletos de esta zona. Y es que, entre Phuket y Krabi, son numerosísimos, según va transcurriendo la carretera.

          La explosión de la naturaleza en este área del sur de Tailandia es impresionante y llega a abrumar. Los insectos campan y cantan a sus anchas, durante todas las horas del día, especialmente por la noche y en todas partes - incluso, las más pobladas-, aunque no llegan a aturdir. Las desbrozadoras de Still deben tener aquí muy buena acogida.

          Para nuestra suerte, nos alojamos en dos de los mejores hoteles del viaje (cambiamos de uno a otro, porque el primero era caro, aunque de rico desayuno y potente aire acondicionado). En el segundo, disfrutamos en soledad y concordia de la mejor y transparente piscina de nuestro octavo periplo largo.

          Pero Tailandia, aún nos tenía preparada una desagradable y amarga sorpresa, que a punto estuvo de costarnos nuestro punto final de viaje y colofón, en Taiwán y que os detallamos en el siguiente post.

viernes, 1 de marzo de 2019

Bienvenidos al paraíso!!!


"No se, si es"... ¡Tocando fondo!

              Las ocho primeras son, de Padangbai y Kuta (Indonesia) y el resto, de Phuket (Tailandia)

          No sé, si es el calor húmedo y absorbente, aderezado por la exuberante y descontrolada vegetación.

          No sé, si son los dos cafés, que seguidos, tome esta mañana en el desayuno y la ansiedad, que me provocaron después, junto a unos fuertes y desconocidos dolores de barriga.

          No sé, si es el haber pasado de un alojamiento funesto, en Phuket -ni enchufe para cargar el móvil y ducha a calderazos- a otro en Krabi, con aire acondicionado, desayuno, piscina...

          No sé, si es el pasar de las caminatas nocturnas en ciudades imposibles, buscando rebajar unos pocos baths el precio del alojamiento o el encadenamiento de vuelos, como si cambiar dos o tres husos horarios cada semana, fuera lo más normal del mundo.

          No sé, si es el constante y omnipresente olor a pollo frito, que nos persigue durante meses o el de los puestos de los mercados diurnos, de Tailandia. No he olido cosa peor en mi vida y en una década de visitas al país, no he llegado a acostumbrarme.

          No sé, si es el estar viendo todo el día de imbéciles por miles, mirando absortos la pantalla del móvil, aunque es verdad, que al menos la tecnología los ha dado un punto de referencia, donde dirigir su patética mirada.

          No sé, si es, que de 81 días de viaje, nos haya llovido 40.

          No sé, si es, que la familia y los amigos te tengan envidia, cuando están muertos de frío en España y tú les mandas un estupendo video, en un alojamiento de cinco euros, la noche, bañándote en una enorme piscina. Cambiarían sus vidas por las nuestras, aunque seguro, que no, si conocieran la trastienda del viaje.

          No sé, si es, porque bebo más cerveza y alcohol de la cuenta.

          No sé, si es, porque consumiendo algún alimento, han entrado en mi cuerpo virus de Vox.

          No sé, si es, porque tengo más quemada la piel de los brazos y la cara, que algunos fritos de los que venden en los puestos callejeros.

          No sé, si es, porque llamen época fría -supuestamente-, de noviembre a febrero, en Tailandia, cuando la mínima, no baja de los 24 grados.

          Ni siquiera se, si es, porque se me está acabando el bolígrafo y no tengo ni fuerzas para comprar uno nuevo.

          O, porque todas las compañías aéreas, se hayan confabulado en nuestra contra y va a ser imposible volver, en Navidad, a casa.

          Pero el caso es -y se me ha olvidado, que me arde el estómago-, que me hallo en el peor momento del viaje. Tocado, aunque espero, no hundido. Deben volver los tiempos en los que consiga, de nuevo, gobernar ni cabeza.

          A todo esto, no nos sentó demasiado bien, el retorno, a Phuket -a pesar de las extraordinarias samosas, que venden junto al mercado central-, aunque si a sus playas llenas de rusos, a estas alturas del año.

          Krabi y no esperando nada de ella, nos ha caído en gracia. Ciudad muy accesible -raro, por estos lares-, buen mercado nocturno y agradable paseo junto al río.

          Si todo va bien, el próximo post, será desde Taiwán.

Los árboles no nos dejan ver el bosque

                                 Toda las fotos de este post son, de Gili Tranwangan (Indonesia)

          La verdad es, que somos como los políticos, los banqueros, los ricos...que no nos enteramos de nada y después de llevar una vida de privilegio, nos pasamos el día quejándonos. Es una pena y te das cuenta, cuando interactúas con el mundo real. Desde que mandamos fotos y vídeos de forma regular a la familia y amigos -desde el viaje largo anterior, hasta que se escacharraron los teléfonos-, nos venimos dando cuenta, que no somos capaces de cuantificar, lo malo y lo bueno, que nos pasa.

          Por ejemplo: llegamos a una hermosa playa, en la que la mayoría de nuestros allegados, no tendrán la oportunidad de estar nunca y ya empezamos con la perorata: "¡buah!, si de estas playas visto decenas y con alojamientos mucho más baratos. Si aquí no hay nada que comer y los vendedores son unos pesados. Ganas tenemos, de habernos metido 13.000 kilómetros para esto..."

          O, después de un par de días de ver templos, aunque sean los más bonitos: "si es, que ya no me entran más por los ojos. Todos son iguales y además, hemos visto ya centenares de ellos. Para esto hemos tenido, que aguantar, el tráfico de esta carretera y el retraso del ferry..."

          Naturalmente, y a pesar de estar en lugares magníficos -con suerte, en muchos casos, de haberlos repetido, varias veces-, otras circunstancias, como el calor, la lluvia, la variación al alza del precio de la coca cola, que la fritanga local este fría o revenida y demás, pueden llegar a desbaratar y arruinar nuestro día.

          Y, las señales de alarma llegan a la alerta máxima de tsunami, si no hay cerveza o alcohol por los alrededores.

          Y mientras tanto tú hermana, tu sobrina o tu amigo de siempre, disfrutan como enanos de tus aventuras y te lo dicen sin tapujos, del último clip de una maravillosa cascada o del baño en una playa solitaria rodeada de palmeras y con un templo en la lejanía, mientras ellos rumian su rutina y huyen de su monotonía gracias a imaginarse, que son los protagonistas del último vídeo y no tu.

          Es una pena, que hayamos caído en la rutina y el desasosiego, pudiendo hacer cada día, lo que nosotros elegimos y en cualquier parte del mundo. Lo único, que me llena de consuelo es, que al menos -porca miseria y vil excusa-, somos conscientes de ello.

          El último berrinche se ha producido, por la mala organización del ferry, de Lombok, a Bali, que siempre se retrasa en ambas direcciones. Algo tan irrelevante, en mi caso, me lo he tomado, casi, como una cuestión personal.

          ¿Llegaremos a casa para la Navidad? Aún no lo sé responder, pero si nos gustaría. Aunque a nosotros, a punto de dejar Indonesia y volar para Kuala Lumpur y Phuket, nos da la sensación de estar a mediados de junio, más que en diciembre.

          Y, ya no os cuento el bajón, que nos ha dado al enterarnos, esta mañana, de los resultados de las elecciones andaluzas.

El respeto a la cultura local o que nos tomen el pelo

                               Todas las fotos de este post son, de Gili Tranwangan (Indonesia)

          Transcurría nuestra primera mañana, en Trawangan, después de un enloquecedor trayecto en barco inestable y con un calor, realmente asfixiante. Ver a chicas extranjeras luciendo su pecho en bikini por la calle principal -asfaltada a cachos-, nos pareció innecesario, en un territorio musulmán. No porque no creamos en la libertad de las personas, faltaría más, sino porque no encontrábamos ninguna ventaja en este inocente proceder.

          Todo quedó ahí, hasta que al día siguiente y callejeando por las destartaladas y descuidadas calles interiores, encontramos varios carteles, que no se atreven a poner en la avenida principal, porque saben el daño económico, que les supondría y a pesar de ser radicales religiosos -todos los musulmanes lo son y qué no os cuenten batallitas absurdas- siguen poniendo el dinero por delante de todo.

          En el cartelito en cuestión - eso sí, por favor- instan a las chicas y señoras turistas, a que no se muestren en bikini, por respeto a la cultura local. Ni una sola palabra, advirtiendo a los barrigones, que presumen de ella, caminando por el paseo principal.

          Lo que no especifican es, que la cultura local y casi universal de los países musulmanes, se basa en la explotación de la mujer en todos los ámbitos de la vida. Primero, dentro de su propia familia y después y cuando la chica es guapa y tiene bonita sonrisa, al negocio de los masajes o similares, estando presas en estos locales de ocho de la mañana, a diez de la noche ¡Que poca vergüenza!

          Por supuesto, y basándose en teorías mahometanas, aunque esto es más cosa del estado, que de los particulares, te soplan una pasta por una cerveza -si la encuentras- y venden el tabaco, a precio de saldo (Winston, a un euro). Pero, son tan tontos, que les cuesta entender, que si Mahoma hubiera nacido después, que Colón o que Apple, habría prohibido también, los cigarrillos o los teléfonos móviles.

          Si a Alá le apetece, nos vamos mañana de Musulmania, gracias a Dios, a Shiva o a las deidades japonesas y a quien haga falta. No soporto, lo que está gente llama, su cultura y exijo derecho de reciprocidad: las musulmanas en occidente, con pantalones cortos y tetas al aire. ¡Quizás, hasta le acaban cogiendo el gusto!

jueves, 28 de febrero de 2019

¿Que hacen los guiris en las playas del tercer mundo?

                              Todas las fotos de este post son, de Gili Trawangan (Indonesia)

          Y, os preguntaréis, ¿que hacen los guiris en las playas del tercer mundo?

          Después de varios años de trabajo de campo, aún no lo he descubierto y para mí desgracia, cada vez arrastró más enigmas.

          Para empezar, vayamos con sus alojamientos. Los más pudientes o despreocupados sacan músculo y deciden pagar a precios del prime lor mundo, resorts idílicos con cascadita y piscina, que casi nunca usan, porque la mayoría están vacías y así, viven en su propia burbuja. Si salen, será solo para llevar a cabo actividades de las que hablo más abajo.

          En la vertiente más clásica y económica, están los animales de hostel, que pagan por una cama de dormitorio compartido, el doble de lo que les costaría una habitación privada, en una de las numerosas y agradables guest houses, Homestay, cotagges..., que abundan en las islas Gili. ¡Ellos son así y no los vas a cambiar!

          Una de las actividades favoritas es, alquilar una bicicleta -sobre todo ellas- y deambular a ritmo cansino, por lugares, donde los pies bastan. O, en el caso de las Gili, rentar un pequeño paseo en un carro tirado por caballos o burritos.

          Lo que tiene bastante éxito -y es caro de narices, además de muy irresponsable- es, apuntarse a la aventura del party boat (las chicas pagan mucho menos, como en las discotecas de los ochenta). Se trata de un recorrido en un inestable barco, masificado, por los alrededores de las islas, bebiendo como cosacos -la mayoría de las bebidas, no están incluidas en la tarifa base-, hasta desmadrarse o acabar cayendo por la borda. Asistimos a un desembarque nocturno, donde les costaba descender, ubicarse, y mantenerse erguidos, mientras declaraban su amor los chicos: "I LOVE you", al cansado, resignado y paciente guía.

          Otra actividad es la de aprender a bucear -en 20 o 40 minutos-, de forma exprés. Aunque la mayoría se conforman con un buen caso de cerveza o de pseudo sangría, sentados en un taburete de cemento colocado dentro de la piscina-bar de un hotel.

          Ir al restaurante de moda, que cita la última edición de la Lonely Planet, resulta imprescindible y obligatorio. Da igual, lo que se coma, pero hay que estar allí, por lo que pueda pasar y para decir en las redes sociales, que has almorzado en este lugar, codeándose con otros guiris tan "cool" y estupendos, como tú.

          Les encanta andar descalzos por la calle principal, a pesar de los barros, los lodos eternos y los excrementos de los caballos. Al fin y al cabo, esta isla, está llena de centros de atención médica, abiertos las 24 horas, donde te tratan desde la mamada del party boat, hasta la malaria o la rabia (el único peligro, en este caso, resultan ser, los pacíficos gatos, que corretean por las destartaladas calles).

          Por supuesto, cuando cae una gota de lluvia, se recogen en su hotel, aunque resisten impasibles e impertérritos, al cotidiano espectáculo de las calles llenas de basura y escombros y a los edificios derrumbados y abandonados.

          Por supuesto, ellos presumen de pecho enrojecido, sin camiseta y ellas, de tetas, que cuando circulan en bici o a caballo, botan para el delirio de los lugareños musulmanes, que gritan: "sexy, sexy"

          Por supuesto, no abandonan la calle principal, junto a la escombrada playa. Solo saldrán de esta zona "de confort", si la recomendación de la guía de turno, lo aconseja o algún lugareño más avispado, que los demás, les incita a hacerlo y les mete un gol en forma de estafa.

          Alguien entiende, ¿que motiva a gentes supuestamente normales, a pegarse 26.000 kilómetros de avión -ida y vuelta- para llevar este estilo de vida?

          Le dejo expuesto, para la esperada respuesta de los sesudos antropólogos, aunque me temo, que les va a costar encontrarla.