Corren las 16:26 del 28 de marzo, de
2.014 y quizás, estamos viviendo nuestro momento más apacible en
India -salvo los del hotel y no siempre-, después de un día
durísimo, en Trichy, que merece un post aparte, más que por sus
atractivos -muy recomendables-, por ser para mi, uno de los lugares
más inhóspitos de la India, superando a Gaya, anterior ganador.
En estos momentos, rodeamos el templo
Sri Ranganathaswamy, casi solos, sin tráfico. Media hora antes, un
amable indio -el único, durante la semana que llevamos por aquí-,
nos ha cedido el asiento en el autobús, nos ha advertido de la
dureza del país -no sabe, que es nuestro segundo viaje-, nos ha
indicado en que parada bajar, por donde ir y donde se cogen los buses
de vuelta hasta nuestro hotel.
Estos hechos tan gratificantes, en
India, es casi imposible, que se produzcan en tan corto espacio de
tiempo. ¡Somos chicos con suerte!. Tal vez porque la buscamos e
insistimos e insistimos.
El día había comenzado también, con
otras tres buenas noticias: en Trichy hay transporte público; con
una sola linea de autobús -la número 1-, se visita todo lo
importante y existe una eficiente oficina de turismo, cerca de los
hoteles. Lo chungo, chungo, estaba por llegar
Animados -a pesar del carísimo precio
del hotel-, nos vamos al templo de la Roca, que se ubica en una
fortificación, en la que se desarrolla un enorme mercado (tal vez,
sin miedo a equivocarme, el lugar más caótico de India, donde
incluso, corre riesgo la integridad física). Para variar, todo se
conjuga en nuestra contra:
1º.- Es la una de la tarde y aunque llevamos más de dos litros de agua cada uno en el cuerpo, nos morimos de sed, sin poder solventar el problema.
1º.- Es la una de la tarde y aunque llevamos más de dos litros de agua cada uno en el cuerpo, nos morimos de sed, sin poder solventar el problema.
2º.- Hace 45 grados y
el sol está cayendo de plano, desde varias horas atrás.
3º.- El hambre es feroz.
De hecho, llevamos cuatro días sin comer carne y lo único -y muy
numerosos, por cierto-, que hay, son los recurrentes vegetarianos,
donde sirven “veg biryani”, asqueroso arroz al limón y el
mismo epíteto para el de tomate (que de esta hortaliza, más bien,
tiene poco).
4º.- Las calles dentro de
esta fortaleza, son estrechísimas, más pobladas de cacharros que
nunca y sobre todo, de personas: indios y unas cuantas musulmanas,
que no están dispuestas a renunciar a su camino, aunque te lleven
de por medio. Es tanto el estrés, que mi “indiómetro” está en
su punto más álgido, a punto de explotar.
Menos, lo último, todo se fue solucionando, paulatinamente y con menos paciencia, que impaciencia. Encontramos frescas bolsas de agua y -tal vez-, el único sitio de biryani, de escaso pollo – y caro-, aunque al menos, presente, de este área de la ciudad. El calor, por primera vez en India y a media tarde, fue remitiendo y llegó una leve brisa. ¡Hasta nos comimos un helado y unas ricas bondas de patata y “verdurajos”!.
A las dificultades reseñadas, debemos
añadir la de encontrar hotel adecuado, que llevó su tiempo. Aquí,
en Trichy, también nos rechazaron en algunos o nos pedían precios
imposibles. Pero, una de las peores experiencias de pernoctación en
nuestros viajes, la vivimos en Kumbakonam. Al menos, siete especies
de bichos distintos en la habitación: mosquitos, mariquitas,
cucarachas, lagartijas, insectos varios de colchón, hormigas, seres
vivos alados de dudosa reputación... Una tormenta premonzónica
bestial, nos dejó casi toda la noche sin iluminación. ni
ventilador. Además, y para completar, padecí unos molestos dolores
de barriga y estómago, más inquietantes, que molestos.
¿A que no sabéis, que los propios
tuck-tuck, ya tienen wi-fi en la India? Así, que además del tedioso
proceso de negociar el precio, hay que pelear para obtener el
pasword. ¡No os lo creáis!. Si no vas a sitios muy turísticos o a
hoteles de postín, te puedes pasar un mes sin wi-fi, en el país.