Una vez, hemos ingresado en Colombia, tomamos otro microbús,
ahora hasta la localidad de Ipiales. Como aceptan dólares, no cambiamos a los
cambistas de la frontera, que dan una tasa nada favorable.
Ipiales (Colombia)
La empresa
Transipiales, que nos lleva hasta Popayán, resulta ser un desastre. El autobús
no es tal, sino un incómodo, viejo y sucio minibús y nos pasamos las ocho horas
y media del viaje –porque llegamos con una y media de retraso-, escuchando
cumbias a todo volumen. A pesar de todo ello y como ya es tradición, me duermo.
Popayan (Colombia)
Al
tenernos parados un rato, al llegar a El Pasto y en otras escalas sucesivas,
empiezo a familiarizarme con las equivalencias de los tiempos en Colombia,
bastante similares a las que en su día, encontramos en Sicilia. Si te dicen “un
momento”, prepárate para esperar cuarto de hora. Cinco minutos equivalen a
media y veinte, a una hora.
Nos
enfadamos con el conductor, porque no nos quiere dar ninguna explicación sobre
la larga referida parada, pero ni si inmuta. Otro pasajero extranjero, que sabe
español, nos replica, que esto es lo que ocurre en los países del tercer mundo
y yo, creo que acertadamente, le contesto, que la pobreza no tiene porque estar
reñida con la buena educación.
Popayán
Al rato de
haber salido de esta localidad, tenemos el primer control militar, de nuestra
estancia en Colombia. A las mujeres nos dejan arriba y a los hombres los bajan
del autobús. Es rápido y no ocasionan molestias. El que revisa mi pasaporte,
mira y remira los sellos de Siria y Jordania. ¿Tendrán los sirios, algo que ver
con la guerrilla o es porque esos sellos son chulos?.
Popayán
Paramos a almorzar y la del
restaurante nos intenta –como constatamos luego-, cobrar casi el doble, que a los
nacionales. Así, que no comemos nada. Por otra parte y como los ecuatorianos, los
almuerzos dejan mucho, que desear.
El paisaje
es ameno y la carretera un desastre. Al contrario, que en el sur de Ecuador, no
son los derrumbes los que abundan, sino los profundos socavones, en los que
vamos cayendo una y otra vez. En distintas paradas, suben al vehículo
vendedoras de piña, papaya, sandía y mango y gracias a eso, podemos tener el
hambre bajo un ligero control.
Popayán
Nada más
bajar, nos abalanzamos sobre un puesto callejero de pinchos de carne, que está
cerca de la terminal. Son baratos y de vaca, bastante más ricos, que los huesos
de pollo de los almuerzos. Buscamos alojamiento y nos asestaos en la residencia
Capri.
La dueña,
que es muy habladora, se sienta a charlar con nosotros. Tiene curiosidad por
saber, ahora que el turismo no llega al país por su fama de inseguro, por qué
hemos elegido este destino. Y aprovecha para lanzarnos un discurso
propagandístico y para informarnos, de lo bien que está Colombia y del gran
papel que está haciendo el presidente, Uribe, que ha sacado a la guerrilla de
las ciudades.
También,
nos informa de que esta ciudad fue destruida por un terremoto, el 31 de marzo
de 1.983. En poco tiempo, se reconstruyeron todos los edificios, milímetro a
milímetro, con las medidas y los planos originales. Por separado, son casi
todos bonitos, pero lo que entusiasma y enamora sobremanera, es el conjunto
urbano.
Popayán
Salimos a
dar una vuelta y constatamos, que esto ya no es Ecuador: El tráfico vuelve a
ser caótico, las calles están llenas de vendedores de todo y vuelven las
“llamadas, llamadas, llamadas…”. Pero la ciudad es, increíblemente preciosa y
está perfectamente cuidada. Si antes de venir a América, hubiera cerrado los ojos
e imaginado una ciudad colonial, esta habría sido la escogida.
Popayán
En la
bonita plaza principal, vemos una furgoneta, llena de papeles y publicidades
pegadas. Es de un grupo de argentinos, que viaja desde su país, hasta México.
Como no tienen recursos, piden ayuda en forma de dinero, comida y gasolina. A
cambio, publicitan a los establecimientos o particulares, que se los den. ¿Y
cómo van a pasar estos el tapón del Darien con la furgoneta?.
Subimos al
morro donde se encuentra la estatua de Benalcazar y paseamos por el bonito área,
donde se ubican los puentes Humilladero y Chiquito. Cerca hay un mercado sin
asfaltar, que es algo cutre. Se venden muchas cosas usadas, entre ellas,
montoneras de calzado.
Popayán
Queremos,
subir a la iglesia de la Virgen de Belén, que está en una especie de Cerro. Nos
cuesta encontrar el camino, lo que nos sirve para ver otros lugares
interesantes, que no vienen en el plano. Cuando damos con él y le pedimos
confirmación a un señor, que pasa por la calle, nos dice: “¿Vais a llegar hasta
el Belén?... Tened mucho cuidado, porque en esta ciudad hay personas tan
groseras, que se dedican a atracar a la gente. Guardad cautela y si decidís ir,
hacedlo con mil ojos y no os separéis el uno del otro”. Por supuesto, la
excursión queda cancelada.
Al día
siguiente, tomamos el bus para Cali y ya, nos toca discutir con el chófer, por
una muy fea costumbre que tienen en este país. Y es que muchas veces, a pesar
de tener horarios fijos, los autobuses demoran indefinidamente su salida, a la espera
de que suban más pasajeros. Como ya expliqué, en Bolivia algunos, también lo
hacen.
Popayán
Me duermo
y me despierta otro control de los militares. Esta vez, tenemos que bajar todos
y aunque sin querer, me llevo un culatazo de metralleta en la cabeza, de un
militar que tengo delante y que no se ha percatado de mi presencia. Resulta
rápido.
Cali (Colombia)
Nuestros
planes son, pasar el día en Cali y mañana por la mañana, tirar hasta la Zona
Cafetera: bien hacia Armenia, bien hacia Manizales. Lamentablemente y después
de recorrer casi todas las compañías de autobuses, tenemos que hacer un brusco
viraje de timón, dado que ir a ambos lugares sale muy caro.
Nos iremos
esta tarde a Bogotá, después de pasar el día aquí y para ahorrarnos unos pesos,
empezamos la dura negociación del precio de los boletos.
Cali
Cali
dispone de bellos monumentos. Pero en realidad, por lo que merece la pena es,
porque es una ciudad vibrante, con gentes de carácter muy abierto y fiestero.
Los lugareños son igual de amables que en Popayán, pero aquí son mucho más
alegres, lo que hace de sus mercados, unos lugares cálidos y animosos, por los
que resulta encantador, pasear y perderse. Nos llama la atención, que haya
personas, que debajo de sombrillas y con una máquina de escribir antigua sobre
una mesa, redactan y escriben documentos a otras, que se supone, no saben leer
ni escribir.
Como llueve
y nos guarecemos, entablemos conversación con un chico, que vende cinturones y
que ha sentido curiosidad por nosotros. También esta convencido, de que Uribe
ha cambiado el país para bien: “Antes de que llegara, no es que por el país no
pudierais viajar los extranjeros, es que no podíamos ni nosotros”, señala y
apostilla: “Entre la guerrilla y los carteristas, tenían acongojados a los
habitantes de Cali. Hoy ni una ni los otros, tienen cabida aquí”. Sin embargo,
sigue echando de menos la falta de oportunidades en Colombia. El mismo, que es
músico profesional, tiene que estar vendiendo en la calle: “Menos mal que aquí
en Cali, todo lo que saques a la vía pública, lo vendes”, asegura
Cali
Por seguir
teniendo datos comparativos con el resto de países, le preguntamos el sueldo
medio en Colombia y nos responde que 250 dólares. Igualmentee, charlamos sobre
otros países del continente, que hemos visitado o vamos a recorrer: “Sí, es
verdad, que los argentinos son muy buena gente –dice-, pero eso es ahora. Antes
de la crisis que tuvieron, se creían los ricos de América, como si su Madre
Patria fuera Italia y no España. Se iban de vacaciones a Disneyworld, toda la
familia entera, pero ahora cambiaron. Y los panameños, esos no te dan ni la
hora…”.