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miércoles, 30 de octubre de 2019

Nuestra sufrida vida "jostelera"

                                           Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)

         Agradecidos estamos a Booking -a pesar de la lata, que nos dan por correo electrónico todo el año-, porque sin ellos, habríamos tenido muchas dificultades para encontrar alojamiento, en Uzbekistán y Kazajistán. El caso es, que tú los ves en el mapa de la web y existen muchísimos. Pero luego, cuesta mucho encontrarlos en la práctica, por diversos motivos: porque están escondidos, porque no ponen el nombre del hotel visible en la calle, porque está en cirilico, porque el taxista no identifica la dirección o por todos estos factores juntos.

          Ya os conté, que ha sido el viaje más hostelero, que hemos tenido en nuestras ya largas vidas y por eso os vamos a contar nuestras experiencias, como si fuéramos casi novatos.

          Para empezar y para nuestra desesperación, los cinco establecimientos -cuatro, en realidad, porque uno es repetido, aunque en circunstancias distintas-, nos obligaron a descalzarnos a la entrada y solo uno de ellos nos dio calzado de sustitución. Resulta bastante molesto -sobre todo, a los que llevamos dinero en los pies- y no me acabo de acostumbrar. Solo dos de ellos, tienen armarios con llave, por lo que normalmente y sino quieres contratiempos, debes dormir con todo encima y sin quitarte los pantalones. ¡Porca miseria!.

          Alojarte en un hostel -sobre todo si es por más de una noche- es una mezcla de aventura y una especie de juego de rol. Debes ir descubriendo los espacios donde te sientes más cómodo -no siempre son los mismos-, tratar de ver venir a tus compañeros de cuarto, lidiar con todos  los servicios compartidos y también, si vas a tomar alcohol, intuir, que a nadie le moleste. Os anticipo, que en este viaje hemos tenido relativa suerte.

          -Taskent: hostel modélico (el primero, que viene en las guías). Personal muy amable y servicial, baños impolutos y suficientes, zona común de alfombras y cojines. Desayuno correcto, donde solo te limitan el plato de embutido. En la primera estancia -de una noche- nos dieron una cuádruple y estuvimos solos. En la segunda, nos mandaron al dormitorio compartido gigante, con camas y no literas. La clientela es internacional y abundante. Los viajeros solitarios, peculiares, pero no problemáticos.

          -Samarcanda:  llegamos de noche y gracias a un taxista heroico y a nuestra insistencia, conseguimos dar con el. Personal frío y dormitorio mixto de 10 literas, casi lleno todos los días, aunque con rotación. Desayuno penoso y baños lamentables. Como en todos los de Uzbekistán, ningún problema para que te den el registro, pero no fuimos capaces de ducharnos allí y se nos formó un tapón en el culo.

          -Bujara: llegamos también de noche y gracias a encontrarnos con un chico portugués, compartimos un taxi y sus gastos. Aquí si, los conductores se las saben todas, pero nosotros también. Sorprendentemente, tomamos una habitación aislada del dormitorio común por una cortina y una litera, lo que nos permitió tener intimidad las dos noches y así poder cargar todos los cacharros -algo no siempre factible- con comodidad. Desayuno primoroso, variadísima y sin límites. Clientela muy internacional, también de grupos. Y muy buen acceso a los lugares interesantes de la ciudad, incluso de noche, cosa que es uno de los mayores handicaps, del de Taskent

          -Almaty: peculiar este sitio, sin lugar a dudas, pero acabamos quedándonos tres noches. El primer día nos resultó imposible distinguir -y no exagero-, quienes eran clientes, propietarios o empleados. El que nos recibió -que chapurreaba algo de inglés-, nos mandó a otro, que supuestamente lo hablaba mejor -aunque no fue así- y que hizo fotos a nuestros pasaportes, pero que luego resultó ser un cliente de nuestro propio dormitorio de seis literas. Al día siguiente, apareció una señora -keli-, que parecía la jefa y el último día, una amiga suya muy mandona. Sin desayuno y con baños correctos.

          La primera noche dormimos solos, porque el gordo de los pasaportes se cambió de pantalón, se perfumo, salió a la media noche y ya no apareció. La segunda vino un chico sobre las 21:00 horas y el pasado de kilos arribo sobre las doce, para roncar durante todos sus sueños. La última, otra vez volvió a desaparecer y el otro chico nos dejó disfrutar en soledad, hasta la una de la madrugada. El mejor wifi del viaje. La clientela un poco extraña, gente local que no parecían turistas.

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