Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)
Dejamos, Almaty, con cierta pena. Sus encantos son muy limitados -bazar, catedral, plaza principal-, pero a pesar de sus cerca de dos millones de habitantes, es la ciudad más paseable y sostenible, que hemos encontrado en este viaje. También, la mejor abastecida y barata, en cuanto a supermercados. Sin embargo y por otra parte, partimos contentos, por volver, a Bishkek -la capital que menos nos ha gustado de las tres- y romper una racha de nueve dias seguidos en dormitorios compartidos de hostel, con suerte diversa y de la que hablaremos en el próximo post.
Nos enfrentamos a nuestra octava y novena frontera, antes de abordar la décima en el aeropuerto, en unos días. Los trámites de inmigración - inesperadamente-, resultan ser lo más fácil del día. En tan solo 18 minutos, cruzamos los dos puestos fronterizos, sin ninguna pega. Fotos a la salida y la entrada, entrega de la tarjeta kazaja con los dos correspondientes sellos y listo.
Se produce alguna complicación más con el transporte. Primero, nos contraria, que sea una marshrutka la que nos lleve a la frontera, en 3:30 horas con parada incluida. Y, después,nadie nos había explicado, que solo llega hasta esa línea fronteriza y no a la capital kirguisa.
Una vez más, tenemos suerte, porque se ha sentado a nuestro lado un japonés, que ha hecho este recorrido decenas de veces, como muestra su pasaporte. Después de hacer el cruce andando y atravesar un río, nos indica, que le sigamos, cosa que hacemos. Hay, que caminar otros 500 metros, para llegar a una especie de parada, no señalizada donde debemos esperar más de una hora con un vendaval de narices, hasta que venga otra marshrutka, dónde pone, Bishkek.
De nuevo, el vehículo va casi lleno, para, tras un tremendo atasco insoportable, ponernos en la capital, de Kirguistán, en 50 minutos. Menos mal, que hemos llegado a la estación más céntrica, que ya conocemos. En total, casi seis horas para 225 kilómetros.
Nos hemos quedado con un poquito más de ganas, de Kazajistán. Haber ido a la histórica Turkestan o a la excéntrica y moderna Astana, a la que le acaban de cambiar el nombre por el del antiguo dictador, que renunció a sus cargos en febrero de este año.
Dejamos, Almaty, con cierta pena. Sus encantos son muy limitados -bazar, catedral, plaza principal-, pero a pesar de sus cerca de dos millones de habitantes, es la ciudad más paseable y sostenible, que hemos encontrado en este viaje. También, la mejor abastecida y barata, en cuanto a supermercados. Sin embargo y por otra parte, partimos contentos, por volver, a Bishkek -la capital que menos nos ha gustado de las tres- y romper una racha de nueve dias seguidos en dormitorios compartidos de hostel, con suerte diversa y de la que hablaremos en el próximo post.
Nos enfrentamos a nuestra octava y novena frontera, antes de abordar la décima en el aeropuerto, en unos días. Los trámites de inmigración - inesperadamente-, resultan ser lo más fácil del día. En tan solo 18 minutos, cruzamos los dos puestos fronterizos, sin ninguna pega. Fotos a la salida y la entrada, entrega de la tarjeta kazaja con los dos correspondientes sellos y listo.
Se produce alguna complicación más con el transporte. Primero, nos contraria, que sea una marshrutka la que nos lleve a la frontera, en 3:30 horas con parada incluida. Y, después,nadie nos había explicado, que solo llega hasta esa línea fronteriza y no a la capital kirguisa.
Una vez más, tenemos suerte, porque se ha sentado a nuestro lado un japonés, que ha hecho este recorrido decenas de veces, como muestra su pasaporte. Después de hacer el cruce andando y atravesar un río, nos indica, que le sigamos, cosa que hacemos. Hay, que caminar otros 500 metros, para llegar a una especie de parada, no señalizada donde debemos esperar más de una hora con un vendaval de narices, hasta que venga otra marshrutka, dónde pone, Bishkek.
De nuevo, el vehículo va casi lleno, para, tras un tremendo atasco insoportable, ponernos en la capital, de Kirguistán, en 50 minutos. Menos mal, que hemos llegado a la estación más céntrica, que ya conocemos. En total, casi seis horas para 225 kilómetros.
Nos hemos quedado con un poquito más de ganas, de Kazajistán. Haber ido a la histórica Turkestan o a la excéntrica y moderna Astana, a la que le acaban de cambiar el nombre por el del antiguo dictador, que renunció a sus cargos en febrero de este año.
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