Todas las fotos son, de Samarcanda (Uzbekistán)
Samarcanda: ¡el nombre suena tan bien, a leyenda y a las mil y una noches!. La ruta de la seda: ¡se intuye tan aventurero y romántico! A pesar, de que hace ya muchos años, que haya desaparecido. No quise poner las expectativas muy altas, para evitar la decepción, pero era con la boca pequeña
Para empezar, Samarcanda nos ha encantado, como no podría ser de otra manera. Pero, también nos ha parecido un poquito, Disneylandia, espacio dedicado al disfrute de las hordas turísticas, que no pueden casi caminar o subir una sola escalera, por su peso, por su vagancia y desidia y por su edad (en algún blog atinado, la situaban entre 50-70 y yo diría, 80-100).
Bien está, que hagan parques temáticos de ciudades medievales, para el disfrute de la vida familiar y de los pensionistas acomodados, de corta mente y poca curiosidad, mucha dejadez y pingües ingresos de la época de la bonanza económica.
Pero, no parece tan correcto y ético -no me gusta esta palabra, pero no encuentro otra-, que se estén dedicando a levantar muros con minúsculas puertas, para separar el parque de atracciones de los numerosos y magníficos monumentos, de las vidas de las personas, que conviven a su alrededor y que tampoco tienen pinta de pobres o de miserables. Como, cuando construyen un muro, para separar a los intocables y hacerlos desaparecer, en un evento olímpico o mundial de fútbol.
Los guiris, aturdidos por tanta belleza, no pierden ni un solo minuto en ver, si hay miseria al otro lado -por Dios, que molestia-, mientras buscan la terraza de al lado o la tienda de los helados. Lo que podría haber sido una jodienda para los lugareños, por su encerramiento en guetos en realidad, debe ser una ventaja; por no ver a tantos imbéciles desganados y en rebaño, cada día.
Samarcanda resulta ser de cartón piedra, de dos o tres velocidades. Bonita y necia, caótica e incomprensible, una vez que partes en busca de cualquier cosa, extramuros. Algunos dirán, que ya estamos los pobretones mochileros tocando las narices, pero esto solo ocurre, porque no les dejamos el dinero que ansían. Si no, les daría igual nuestra opinión. Algun día -y puede, que lo veamos- a los viajeros de presupuesto sostenible, nos echarán de todas partes, bajo el pretexto, de que solo quieren un turismo de calidad (ya ocurre en muchas partes del mundo, aunque en otras, han tenido, que embainarsela).
Aquí y ahora, dejamos la Samarcanda de las tres velocidades; la del parque temático, la de las vetadas y sórdidas afueras y la de los mensajes de familiares y amigos, que aún imaginan, que por la ruta de la seda circulan caravanas, camellos, malandrines, bandoleros, Tamerlanes, doncellas violentadas, ajusticiados, esclavos, delitos de sangre y honor... ¡Ellos, si que saben!.
Samarcanda: ¡el nombre suena tan bien, a leyenda y a las mil y una noches!. La ruta de la seda: ¡se intuye tan aventurero y romántico! A pesar, de que hace ya muchos años, que haya desaparecido. No quise poner las expectativas muy altas, para evitar la decepción, pero era con la boca pequeña
Para empezar, Samarcanda nos ha encantado, como no podría ser de otra manera. Pero, también nos ha parecido un poquito, Disneylandia, espacio dedicado al disfrute de las hordas turísticas, que no pueden casi caminar o subir una sola escalera, por su peso, por su vagancia y desidia y por su edad (en algún blog atinado, la situaban entre 50-70 y yo diría, 80-100).
Bien está, que hagan parques temáticos de ciudades medievales, para el disfrute de la vida familiar y de los pensionistas acomodados, de corta mente y poca curiosidad, mucha dejadez y pingües ingresos de la época de la bonanza económica.
Pero, no parece tan correcto y ético -no me gusta esta palabra, pero no encuentro otra-, que se estén dedicando a levantar muros con minúsculas puertas, para separar el parque de atracciones de los numerosos y magníficos monumentos, de las vidas de las personas, que conviven a su alrededor y que tampoco tienen pinta de pobres o de miserables. Como, cuando construyen un muro, para separar a los intocables y hacerlos desaparecer, en un evento olímpico o mundial de fútbol.
Los guiris, aturdidos por tanta belleza, no pierden ni un solo minuto en ver, si hay miseria al otro lado -por Dios, que molestia-, mientras buscan la terraza de al lado o la tienda de los helados. Lo que podría haber sido una jodienda para los lugareños, por su encerramiento en guetos en realidad, debe ser una ventaja; por no ver a tantos imbéciles desganados y en rebaño, cada día.
Samarcanda resulta ser de cartón piedra, de dos o tres velocidades. Bonita y necia, caótica e incomprensible, una vez que partes en busca de cualquier cosa, extramuros. Algunos dirán, que ya estamos los pobretones mochileros tocando las narices, pero esto solo ocurre, porque no les dejamos el dinero que ansían. Si no, les daría igual nuestra opinión. Algun día -y puede, que lo veamos- a los viajeros de presupuesto sostenible, nos echarán de todas partes, bajo el pretexto, de que solo quieren un turismo de calidad (ya ocurre en muchas partes del mundo, aunque en otras, han tenido, que embainarsela).
Aquí y ahora, dejamos la Samarcanda de las tres velocidades; la del parque temático, la de las vetadas y sórdidas afueras y la de los mensajes de familiares y amigos, que aún imaginan, que por la ruta de la seda circulan caravanas, camellos, malandrines, bandoleros, Tamerlanes, doncellas violentadas, ajusticiados, esclavos, delitos de sangre y honor... ¡Ellos, si que saben!.
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