Hemos llevado un ritmo tan trepidante, en Uzbekistán -cuatro destinos para siete días y más de dos mil kilómetros-, que pasar dos días añadidos, en Taskent, antes de abordar, Kazajistán, nos parece un relax excesivo y casi una perdida de tiempo.
Pero, necesitamos descansar y configurar los recuerdos, que nos llenan el cerebro a borbotones con contenidos, a veces, difusos o entremezclados.
Este país es distinto, difícil y único, lo cual es como no decir nada, porque podríamos referirnos a cualquier otro sitio. Por un lado, hay tres elementos facilitadores, que son: la eliminación de trabas, que de unos meses a esta parte, están dando las autoridades para el turismo individual (¡muchas gracias!). Quitaron el visado en febrero y han reducido al mínimo la burocracia en frontera, porque no nos han pedido los registros de los hoteles y cuando hemos ido a pasar el equipaje por el escáner y nos han reconocido, como turistas, nos han dicho, que estábamos exentos. Nada de rellenar tarjetas de inmigración, como en Kazajistán, ni de declarar el dinero o tener un billete de vuelta, ni enseñar tu móvil, para cotillear tus fotos, como debía ser hasta hace poco tiempo.
Por otro, el tren -sea el lento o el de alta velocidad, fabricado por Talgo-, te soluciona la vida en este país. Y, por último, el metro, en Taskent, te hace tu estancia mucho más placentera, en una ciudad difícil de dominar, debido a su extensión horizontal y no vertical.
Ahora, vamos con la parte, que nos saca de quicio. La gente -que no tiene una relación, ni positiva, ni negativa con el turismo, salvo algún comerciante- no habla más que su idioma -tampoco están obligados a nada mas-, pero además, generalmente, no hacen ningún esfuerzo por entenderte, ni por señas, ni por dibujos... Cuando ven, que no pueden ayudarte, se van y te ignoran, sin ningún remordimiento. A veces, para una sencilla gestión, hay que intentarlo con 10 o 15 personas. Porque, en Uzbekistán, lo difícil puede ser fácil y lo fácil, imposible. La situación más evidente y controlable, se te puede atragantar hasta la extenuación.
Después, está el tema, de que cualquier estación de buses o tren, se encuentra a 7o 9 kilómetros del centro. No pasaría nada, si alguien te pudiera indicar, que bus coger o que el taxista de turno fuera capaz de entender la dirección a la que quieres llegar, pero la mayoría de las veces no ocurre así.
Y, finalmente, la maldita burocracia, que todo lo entorpece y corroe en países bananeros, como este. Desde tres controles de pasaportes y billetes para subir a un tren, hasta la exigencia de los registros en todos los hoteles, pasando por los incomodos chek-in en estos mismos. Pero aún así, y según los recientes relativa de otros viajeros, nos lo esperábamos peor. Debe ser, que las cosas están cambiando para bien.
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