Las fotos de este post son, de Karakol (Kirguistán)
Si, de acuerdo, ya lo he dicho; la gran pesadilla de Kirguistán son las marshrutkas, pero hay otros factores, que les hacen una competencia feroz y es, mayormente, -si lo hay, que a veces, es mejor que no exista-, el irregular asfaltado de las calles. Acaba destrozándote los pies, a pesar de que andes con todo el cuidado: peldaños innecesarios; bordillos; medio bordillos falsos, que no separan nada, salvo tu tropezón; terrenos granulados; abombados; agrietados..., que te hacen la vida imposible hasta con las mejores zapatillas, sean incluso Nike o Adidas, que anuncian los astros del fútbol.
Menos mal, que por unos 80 céntimos, te puedes comprar una botella de vodka, que te ayuda a guardar el equilibrio y a cabrearte menos y ver estas desastrosas calles, como las mejores avenidas del mundo.
Estamos encantados con el alojamiento: por 10€ o menos, puedes pernoctar en lugares excelentes, muy bien acondicionados, aunque como anécdota, sirva habernos encontrado el hotel más extraño de nuestros 32 años viajeros. Lavabo en la habitación: ¡bien!, sin posibilidad de ducharse: ¡oh! Y con las letrinas si taza, sin puertas y sin indicios de que las vayan a reponer en un tiempo indefinido. El remedio, cagar en una bolsa de plástico en tu habitación y después, tener astucia y estómago para deshacerse del cadáver.
Kirguistán no es un país de mucho turismo, aunque si goza de un sector alternativo de relativa importancia y juventud, que se dedica a los trekkings montañeros - equipados hasta la médula- y a realizar excursiones a caballo, el animal mas venerado y cuidado de esta extraña nación.
Francamente -entiendase con ironía-, ambas prácticas las veo innecesarias, dado que caminar por las escarpadas y descuidadas calles o enrolarse en los botes espectaculares en el interior de una marshrutka, ya es aventura suficiente.
Tenemos una cierta desconfianza sobre la policía kirguisa, pero es más por las experiencias, que hemos leído de otros viajeros, que por experiencia propia
Nuestra estancia en Karakol resulta relajada. Contamos con un buen alojamiento, aunque lejano y ubicado en un barrio decadente. Cuesta encontrarlo, porque es de esos, que vienen en Booking, pero no son legales y por tanto, no exhiben ningún distintivo en la puerta.
La mezquita, la catedral, el bazar, los trepidantes paseos por avenidas de casas bajas, semidestartaladas y carreteras anchisimas e incruzables llenan nuestro tiempo. En las afueras, los gringos han acondicionado el entorno de un bonito y serpenteante río lleno de rápidos y pequeñas cascadas. Por haber, hay hasta un semáforo con wifi.
Aquí, pululan algunos grupos de turistas -hasta encontramos a algunos españoles despistados-, que parece que no saben a donde han venido. Descartamos hacer un tour al lago Issik-Kul, porque resulta caro, largo y no encontramos los atractivos suficientes para embarcarnos en ese proyecto.
Si, de acuerdo, ya lo he dicho; la gran pesadilla de Kirguistán son las marshrutkas, pero hay otros factores, que les hacen una competencia feroz y es, mayormente, -si lo hay, que a veces, es mejor que no exista-, el irregular asfaltado de las calles. Acaba destrozándote los pies, a pesar de que andes con todo el cuidado: peldaños innecesarios; bordillos; medio bordillos falsos, que no separan nada, salvo tu tropezón; terrenos granulados; abombados; agrietados..., que te hacen la vida imposible hasta con las mejores zapatillas, sean incluso Nike o Adidas, que anuncian los astros del fútbol.
Menos mal, que por unos 80 céntimos, te puedes comprar una botella de vodka, que te ayuda a guardar el equilibrio y a cabrearte menos y ver estas desastrosas calles, como las mejores avenidas del mundo.
Estamos encantados con el alojamiento: por 10€ o menos, puedes pernoctar en lugares excelentes, muy bien acondicionados, aunque como anécdota, sirva habernos encontrado el hotel más extraño de nuestros 32 años viajeros. Lavabo en la habitación: ¡bien!, sin posibilidad de ducharse: ¡oh! Y con las letrinas si taza, sin puertas y sin indicios de que las vayan a reponer en un tiempo indefinido. El remedio, cagar en una bolsa de plástico en tu habitación y después, tener astucia y estómago para deshacerse del cadáver.
Kirguistán no es un país de mucho turismo, aunque si goza de un sector alternativo de relativa importancia y juventud, que se dedica a los trekkings montañeros - equipados hasta la médula- y a realizar excursiones a caballo, el animal mas venerado y cuidado de esta extraña nación.
Francamente -entiendase con ironía-, ambas prácticas las veo innecesarias, dado que caminar por las escarpadas y descuidadas calles o enrolarse en los botes espectaculares en el interior de una marshrutka, ya es aventura suficiente.
Tenemos una cierta desconfianza sobre la policía kirguisa, pero es más por las experiencias, que hemos leído de otros viajeros, que por experiencia propia
Nuestra estancia en Karakol resulta relajada. Contamos con un buen alojamiento, aunque lejano y ubicado en un barrio decadente. Cuesta encontrarlo, porque es de esos, que vienen en Booking, pero no son legales y por tanto, no exhiben ningún distintivo en la puerta.
La mezquita, la catedral, el bazar, los trepidantes paseos por avenidas de casas bajas, semidestartaladas y carreteras anchisimas e incruzables llenan nuestro tiempo. En las afueras, los gringos han acondicionado el entorno de un bonito y serpenteante río lleno de rápidos y pequeñas cascadas. Por haber, hay hasta un semáforo con wifi.
Aquí, pululan algunos grupos de turistas -hasta encontramos a algunos españoles despistados-, que parece que no saben a donde han venido. Descartamos hacer un tour al lago Issik-Kul, porque resulta caro, largo y no encontramos los atractivos suficientes para embarcarnos en ese proyecto.
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