Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

jueves, 31 de octubre de 2019

De profesión, "jostelero"

                      Las cuatro primeras, de Almaty (Kazajistan) y el resto, de Biskek (Kirguistån)
          Como ya se ha indicado -al margen de este viaje-, nuestra experiencia en cuanto a estancia en los hostels no es muy dilatada, pero si lo suficiente, como para establecer algunas características del gremio "jostelero", que pueden variar, dependiendo de la época del año y de los países. También,es verdad, que en el "jostelerismo" existen grados por, lo que no hay, que tomarse este artículo al pie de la letra. Más bien, con cierta ironía.

          En los casos más distinguibles y puros, un "jostelero premium", elegirá su litera o cama en un dormitorio compartido de un hostel, aunque le salga más cara, que una habitación doble en otro establecimiento. Lo hemos visto decenas de veces, por extraño, que parezca, sobre todo, en el tercer mundo.


        La savia principal de los hostels, suele estar constituida por viajeros, que viajan solos -durante parte o todo su periplo-, siendo muy significativo el número de mujeres. La edad ha subido algo en los últimos años. La prueba es, que hace tres décadas eran pocos los establecimientos de este tipo y se llamaban  youth hostel y hoy en día, casi ninguno pone límite de edad, como entonces . Pocos jóvenes hemos visto en estos dormitorios. No se, si porque no les gusta este estilo de vida o sencillamente, porque la crisis ha reducido el número de viajeros de este rango de edad.

        Generalmente, suelen vestir de forma alternativa -faldas largas para las chicas y pantalones de coliringuis para los chicos, acompañados de pañuelos o fulares, para ambos, camisetas de tirantes, camisas indias, rastas, barbas...-, gustan de desplazarse en bicicleta y sin disimulo te miran por encima del hombro, aunque toda generalización acarrea injusticias y aunque no lo reconozcan. Son unas auténticas bestias a la hora de desayunar, bien sea a base de tostadas, mantequilla y mermelada o un bufet mucho más completo y variado, como ocurre, en Uzbekistán.

          Pasan buena parte del día en el hostel. Cómo van solos, una vez, que han llevado a cabo sus actividades, regresan al alojamiento, tal vez, por aburrimiento. Con excepciones y salvo para cocinar -actividad, a la que a veces dedican horas, picando y partiendo ingredientes para hacer un simple pollo con verduras y arroz o un plato de pasta-, destinan la mayor parte de su tiempo a estar tirados en su litera, pendientes de sus dispositivos electrónicos, sin dejarse ver demasiado por las zonas comunes, salvo si hay salón de televisión.


        Pese a lo que se pudiera pensar y al menos, en público, no consumen apenas alcohol. Si la ciudad no es muy animada, acostumbran a irse pronto a dormir. A veces, a las nueve y media de la tarde. Se levantan bastante pronto y en ocasiones, no resultan demasiado silenciosos.

          Normalmente, son raritos, introvertidos y con cierto halo de misterio, pero no conflictivos. No es infrecuente, que su visión de la vida sea algo radical y/o alternativa. Muchas mujeres, que viajan solas, se decantan por usar el dormitorio femenino, siempre que lo haya.

miércoles, 30 de octubre de 2019

Nuestra sufrida vida "jostelera"

                                           Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)

         Agradecidos estamos a Booking -a pesar de la lata, que nos dan por correo electrónico todo el año-, porque sin ellos, habríamos tenido muchas dificultades para encontrar alojamiento, en Uzbekistán y Kazajistán. El caso es, que tú los ves en el mapa de la web y existen muchísimos. Pero luego, cuesta mucho encontrarlos en la práctica, por diversos motivos: porque están escondidos, porque no ponen el nombre del hotel visible en la calle, porque está en cirilico, porque el taxista no identifica la dirección o por todos estos factores juntos.

          Ya os conté, que ha sido el viaje más hostelero, que hemos tenido en nuestras ya largas vidas y por eso os vamos a contar nuestras experiencias, como si fuéramos casi novatos.

          Para empezar y para nuestra desesperación, los cinco establecimientos -cuatro, en realidad, porque uno es repetido, aunque en circunstancias distintas-, nos obligaron a descalzarnos a la entrada y solo uno de ellos nos dio calzado de sustitución. Resulta bastante molesto -sobre todo, a los que llevamos dinero en los pies- y no me acabo de acostumbrar. Solo dos de ellos, tienen armarios con llave, por lo que normalmente y sino quieres contratiempos, debes dormir con todo encima y sin quitarte los pantalones. ¡Porca miseria!.

          Alojarte en un hostel -sobre todo si es por más de una noche- es una mezcla de aventura y una especie de juego de rol. Debes ir descubriendo los espacios donde te sientes más cómodo -no siempre son los mismos-, tratar de ver venir a tus compañeros de cuarto, lidiar con todos  los servicios compartidos y también, si vas a tomar alcohol, intuir, que a nadie le moleste. Os anticipo, que en este viaje hemos tenido relativa suerte.

          -Taskent: hostel modélico (el primero, que viene en las guías). Personal muy amable y servicial, baños impolutos y suficientes, zona común de alfombras y cojines. Desayuno correcto, donde solo te limitan el plato de embutido. En la primera estancia -de una noche- nos dieron una cuádruple y estuvimos solos. En la segunda, nos mandaron al dormitorio compartido gigante, con camas y no literas. La clientela es internacional y abundante. Los viajeros solitarios, peculiares, pero no problemáticos.

          -Samarcanda:  llegamos de noche y gracias a un taxista heroico y a nuestra insistencia, conseguimos dar con el. Personal frío y dormitorio mixto de 10 literas, casi lleno todos los días, aunque con rotación. Desayuno penoso y baños lamentables. Como en todos los de Uzbekistán, ningún problema para que te den el registro, pero no fuimos capaces de ducharnos allí y se nos formó un tapón en el culo.

          -Bujara: llegamos también de noche y gracias a encontrarnos con un chico portugués, compartimos un taxi y sus gastos. Aquí si, los conductores se las saben todas, pero nosotros también. Sorprendentemente, tomamos una habitación aislada del dormitorio común por una cortina y una litera, lo que nos permitió tener intimidad las dos noches y así poder cargar todos los cacharros -algo no siempre factible- con comodidad. Desayuno primoroso, variadísima y sin límites. Clientela muy internacional, también de grupos. Y muy buen acceso a los lugares interesantes de la ciudad, incluso de noche, cosa que es uno de los mayores handicaps, del de Taskent

          -Almaty: peculiar este sitio, sin lugar a dudas, pero acabamos quedándonos tres noches. El primer día nos resultó imposible distinguir -y no exagero-, quienes eran clientes, propietarios o empleados. El que nos recibió -que chapurreaba algo de inglés-, nos mandó a otro, que supuestamente lo hablaba mejor -aunque no fue así- y que hizo fotos a nuestros pasaportes, pero que luego resultó ser un cliente de nuestro propio dormitorio de seis literas. Al día siguiente, apareció una señora -keli-, que parecía la jefa y el último día, una amiga suya muy mandona. Sin desayuno y con baños correctos.

          La primera noche dormimos solos, porque el gordo de los pasaportes se cambió de pantalón, se perfumo, salió a la media noche y ya no apareció. La segunda vino un chico sobre las 21:00 horas y el pasado de kilos arribo sobre las doce, para roncar durante todos sus sueños. La última, otra vez volvió a desaparecer y el otro chico nos dejó disfrutar en soledad, hasta la una de la madrugada. El mejor wifi del viaje. La clientela un poco extraña, gente local que no parecían turistas.

No nos gustan los hostels

Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)
          Nunca nos gustaron los hostel, porque en nuestra juventud, casi no los había y en cualquier caso, preferíamos la tienda de campaña, aunque hubiera, que cargar con ella. Con las mismas zonas comunes, al menos, teníamos un habitáculo para nuestra intimidad -polvos al margen- y no una misera litera. Eso sí, el ruido circundante era el mismo. Aguantamos, casi 20 años, combinando esta fórmula con algunas pensiones, -porque viajábamos por el primer mundo-, hasta que tiramos la carpa a la basura, en 2006.

        Desde entonces y mayormente, por el tercer mundo, hoteles, guest houses y similares han sido nuestros alojamientos, evitando los hostel, en la medida de lo posible, hasta llegar a Oceanía, el año pasado. Más bien, a Nueva Zelanda, dónde tuve que quebrar mi resistencia, en Queenstown, ante la falta de alternativas. No fue mal la experiencia.

          ¿Que no me ha gustado nunca de los hostel? A mi, no me importa dormir en un dormitorio colectivo. Es lo mismo, que hacerlo en un bus o en un tren. Pero, lo que me preocupa es no tener intimidad en las horas previas para hacer mis cosas -escribir, beber vodka, navegar por Internet o hacer lo que me de la gana-, sin que nadie observé o moleste. El caso es, que en este viaje, medio en broma, medio en serio, hemos acabado en más hostel de la cuenta y con diferentes episodios de aventura.

          Abro un doble capítulo, aquí, en dos distintos post. Primero, para contaros, una a una, las cinco experiencias hosteleras, que hemos vivido en este viaje. Y, después para hablaros de las peculiares gentes, que pueblan los hostel. La historia da para largo.

Dejamos Almaty, camino de Bishkek

                                              Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)

          Dejamos, Almaty, con cierta pena. Sus encantos son muy limitados -bazar, catedral, plaza principal-, pero a pesar de sus cerca de dos millones de habitantes, es la ciudad más paseable y sostenible, que hemos encontrado en este viaje. También, la mejor abastecida y barata, en cuanto a supermercados. Sin embargo y por otra parte, partimos contentos, por volver, a Bishkek -la capital que menos nos ha gustado de las tres- y romper una racha de nueve dias seguidos en dormitorios compartidos de hostel, con suerte diversa y de la que hablaremos en el próximo post.

          Nos enfrentamos a nuestra octava y novena frontera, antes de abordar la décima en el aeropuerto, en unos días. Los trámites de inmigración - inesperadamente-, resultan ser lo más fácil del día. En tan solo 18 minutos, cruzamos los dos puestos fronterizos, sin ninguna pega. Fotos a la salida y la entrada, entrega de la tarjeta kazaja con los dos correspondientes sellos y listo.

          Se produce alguna complicación más con el transporte. Primero, nos contraria, que sea una marshrutka la que nos lleve a la frontera, en 3:30 horas con parada incluida. Y, después,nadie nos había explicado, que solo llega hasta esa línea fronteriza y no a la capital kirguisa.

          Una vez más, tenemos suerte, porque se ha sentado a nuestro lado un japonés, que ha hecho este recorrido decenas de veces, como muestra su pasaporte. Después de hacer el cruce andando y atravesar un río, nos indica, que le sigamos, cosa que hacemos. Hay, que caminar otros 500 metros, para llegar a una especie de parada, no señalizada donde debemos esperar más de una hora con un vendaval de narices, hasta que venga otra marshrutka, dónde pone, Bishkek.

        De nuevo, el vehículo va casi lleno, para, tras un tremendo atasco insoportable, ponernos en la capital, de Kirguistán, en 50 minutos. Menos mal, que hemos llegado a la estación más céntrica, que ya conocemos. En total, casi seis horas para 225 kilómetros.

          Nos hemos quedado con un poquito más de ganas, de Kazajistán. Haber ido a la histórica Turkestan o a la excéntrica y moderna Astana, a la que  le acaban de cambiar el nombre por el del antiguo dictador, que renunció a sus cargos en febrero de este año.

martes, 29 de octubre de 2019

Almaty

          La chica, de Almaty, sus estados de WhatsApp y más fotos de esta ciudad (Kazajistán)

         Estamos comprobando -al margen de lo que dicen las cifras del salario medio-, que Kazajistán, puede ser el país más próspero económicamente de la zona. Los datos lo dicen: tiene petróleo y gas y el presidente octogenario, que lleva desde el año de la torta, está más preocupado del progreso económico -de los de siempre-, que de establecer la democracia y permitir una oposición. Ha encarcelado a varios de ellos e incluso, a personas poderosas, como un magnate de la cerveza y a todos aquellos, que se le han opuesto.

          Pero eso, es información y la podéis constatar en cualquier parte. Yo, sin embargo, os doy mi opinión: Almaty es la ciudad de los parques y de los parkings, -siempre omnipresentes, eternos y estresantes en cada esquina, de Asia Central. Vayas por donde vayas, todo está lleno de zonas arboladas y de anchas aceras, accesibles para los incipientes patinetes y sobre todo, para los numerosos ciclistas de Globo (algunos van andando con la mochila amarilla a cuestas).

          Al menos y es de agradecer, no hay falsos bordillos a lo uzbeko o baldosas levantadas, a lo kirguiso. Pero todo es engañoso en cuanto a las distancias. Se trata de una ciudad construida a lo ancho, de cuadras perfectas con enormes cruces de semáforos intermitentes, aunque los conductores, en general, son respetuosos.

          El problema surge, cuando te das cuenta de la lejanía entre unos puntos y otros Estás en el número 200 de la calle y quieres llegar al 40. Y, te dices: "serán 20 minutitos". Pues no, pueden ser dos horas y media, porque en cualquier larga manzana, llena de parques, universidades, edificios oficiales o lo que sea, es posible, que quepan solo dos números.

          Supermercados hay todos los que quieras, mucho más nuevos, abastecidos -que en los países anteriores- y con amplios horarios. A pesar de lo que digan las guías, no es Kazajistán, más caro, que Uzbekistán o Kirguistán.

          Nuestra obsesión de hoy, consistía en registrarnos en la policía, trámite, que hay que hacer, sino te han puesto dos sellos en la tarjeta de entrada o si estás más de cinco días en el país. Nosotros, cumplimos los dos requisitos, pero no nos la queremos jugar. Cuesta encontrar el edificio, porque la entrada no está dónde pone la guía, pero in extremis, nos arreglamos, como casi siempre. Efectivamente, nos indican, que no necesitamos  registro.

          En estos países de la órbita soviética -donde siempre padecimos cierta inseguridad, desde hace 30 años-, nunca nos acabamos de fiar. Nos da más miedo la policía -y eso, que aquí no hay mucha visible-, que los cacos. Parece, sin embargo, que las cosas han mejorado un poco. Pero, aún así, siempre te persigue la incertidumbre. Puedes pasar horas tranquilo y de repente, te salta la alarma. Tres policías -más bien, antidisturbios, según su uniforne-, nos han perseguido por varias calles, de Almaty, hasta que hemos conseguido huir de su segura extorsión, a cambio de tenernos el pasaporte (la práctica es muy vieja y ya la hemos sufrido en el pasado)

          Y todo, porque nos habíamos despistado, al disfrutar de la conversación  con una joven kazaja, que nos ha escuchado hablando en español y que ella ha aprendido, de forma autodidacta, leyendo libros. Quiere ir a España y nosotros le ofrecemos nuestra hospitalidad. Conoce a otros españoles, pero como están por aquí aprendiendo idiomas, conversa con ellos solo en ruso. Intercambiamos  los whatsapps y ¡ya veremos!

El viaje, desde Taskent, hasta Almaty

                                             Todas las fotos son, de Almaty (Kazajistán)
         Comprar el billete, de Taskent, a Almaty -muy barato, costando 9 euros para 850;kilómetros- fue fácil- difícil y me explico. Fuimos un día antes a la estación y la chica de la ventanilla -bastante joven y muy verde-, al no entendernos, se negó a atendernos de forma rotunda. Menos mal, que un chico hizo de intérprete.

          Al día siguiente, todo fue más sencillo, porque de la nada apareció un empleado con un inglés suficiente, que nos ayudó en todas las gestiones. No nos cobro nada, como nos teníamos.

          Teníamos mucho respeto a este viaje, por un motivo fundamental. Los españoles tenemos derecho a estar un mes, en Kazajistán, pero nadie aclara, si dispones de varias entradas y nosotros, ya habíamos accedido a este país una vez anterior, once días atrás, camino de Uzbekistán.

          El autobús es nuevo -aunque con rayantes pantallas gigantes de vídeo y sin wifi, ni tomas USB- y no sale demasiado tarde, con una ocupación de 18 pasajeros, sobre 50. La carretera solo es mala un rato. En cincuenta minutos estamos en la frontera. ¡Que miedo! Y eso, que es conocida.

          La salida es buena y rápida. Ni enseñar el móvil, ni los registros de los hoteles, ni nada, que hubiéramos leído, anteriormente. Y encima en esta zona de Asia Central son muy ordenadores y te van colocando los sellos en la misma hoja. Nervios y más nervios. Porque en tierra de nadie, sabuesos de dos y cuatro patas registran el bus, durante una hora -más amigables y amistosos, los de cuatro-, mientras nosotros esperamos e imaginamos nuestras venturas y desventuras.

          Somos de los primeros en la fila de los sellos. En la frontera, de Kazajistán ya te dan un número de WhatsApp por si tienes problemas. Se me retuerce el estómago y recuerdo, como hace casi un año, lo pasamos tan mal a la hora de hacer un tránsito, en China. Tarda y tarda el funcionario, siempre más con mi pareja, que conmigo, porque yo voy detrás de ella y ya se sabe la historia tan infrecuente en estos bordes fronterizos, porque es tan imposible encontrar un guiri, como raptar a un niño y llevártelo a España.

          El poli pregunta, insistentemente, a otro compañero y nuestro corazón se dispara, cuando oímos "da, da", que no es la canción de Police, sino "si " en ruso. Felices y contentos, una vez oímos el "pataclan" sobre nuestro pasaporte, pensamos, que los 800 kilómetros, que nos quedan para llegar a Albary serán un coser y cantar.

          Pero,  aún, varios inconvenientes menores nos aguardan: paradas eternas -en el tren, todos vamos comidos y meados-, un cambio de autobús, sin entender nada, a las afueras de la ciudad kazaja, mientras nos asedian -suavemente, no como en otras partes- los taxistas y un accidente, que deja dos coches destrozados y que nos sumerge en un atasco eterno.

          ¿Empezaremos bien en este temido destino? ¿Sabremos mañana, registrarnos ante la policía? El futuro es de los intrépidos!

lunes, 28 de octubre de 2019

Uzbekistán: un país, dónde lo difícil puede ser fácil y lo fácil, imposible

        Una  de  registro de hoteles,  otra de billetes de tren, dos, de Bujara y 4, de Taskent (Uzbekistán)

         Hemos llevado un ritmo tan trepidante, en Uzbekistán -cuatro destinos para siete días y más de dos mil kilómetros-, que pasar dos días añadidos, en Taskent, antes de abordar, Kazajistán, nos parece un relax excesivo y casi una perdida de tiempo.

          Pero, necesitamos descansar y configurar los recuerdos, que nos llenan el cerebro a borbotones con contenidos, a veces, difusos o entremezclados.
 
        Este país es distinto, difícil y único, lo cual es como no decir nada, porque podríamos  referirnos a cualquier otro sitio. Por un lado, hay tres elementos facilitadores, que son: la eliminación de trabas, que de unos meses a esta parte, están dando las autoridades para el turismo individual (¡muchas gracias!). Quitaron el visado en febrero y han reducido al mínimo la burocracia en frontera, porque no nos han pedido los registros de los hoteles y cuando hemos ido a pasar el equipaje por el escáner y nos han reconocido, como turistas, nos han dicho, que estábamos exentos. Nada de rellenar tarjetas de inmigración, como en Kazajistán, ni de declarar el dinero o tener un billete de vuelta, ni enseñar tu móvil, para cotillear tus fotos, como debía ser hasta hace poco tiempo.

          Por otro, el tren -sea el lento o el de alta velocidad, fabricado por Talgo-, te soluciona la vida en este país. Y, por último, el metro, en Taskent, te hace tu estancia mucho más placentera, en una ciudad difícil de dominar, debido a su extensión horizontal y no vertical.

          Ahora, vamos con la parte, que nos saca de quicio. La gente -que no tiene una relación, ni positiva, ni negativa con el turismo, salvo algún comerciante- no habla más que su idioma -tampoco están obligados a nada mas-, pero además, generalmente, no hacen ningún esfuerzo por entenderte, ni por señas, ni por dibujos... Cuando ven, que no pueden ayudarte, se van y te ignoran, sin ningún remordimiento. A veces, para una sencilla gestión, hay que intentarlo con 10 o 15 personas. Porque, en Uzbekistán, lo difícil puede ser fácil y lo fácil, imposible. La situación más evidente y controlable, se te puede atragantar hasta la extenuación.

          Después, está el tema, de que cualquier estación de buses o tren, se encuentra a 7o 9 kilómetros del centro. No pasaría nada, si alguien te pudiera indicar, que bus coger o que el taxista de turno fuera capaz de entender la dirección a la que quieres llegar, pero la mayoría de las veces no ocurre así.

          Y, finalmente, la maldita burocracia, que todo lo entorpece y corroe en países bananeros, como este. Desde tres controles de pasaportes y billetes para subir a un tren, hasta la exigencia de los registros en todos los hoteles, pasando por los incomodos chek-in en estos mismos. Pero aún así, y según los recientes relativa de otros viajeros, nos lo esperábamos peor. Debe ser, que las cosas están cambiando para bien.