Lalibella
Otra vez voy
al monasterio. Como siempre, al llegar, cubro mi cabeza y mis hombros con el
chal blanco, que sólo uso para estas ocasiones. Es una herencia de mi madre,
que a su vez ,lo recibió de manos de mi abuela. Yo lo cuido con mucho amor,
pues es el único recuerdo, que me queda de mi familia.
En los
antiguos muros de piedra, rezo mis oraciones a Jesús. Dentro, ya se ha formado
un grupo numeroso de hombres, que sentados, esperan a que comiencen las charlas
que todas las tardes tienen lugar aquí. Como yo soy mujer, no tengo derecho a
tomar parte en ellas.
Siempre las
religiones, coartan nuestra libertad. Mi vecina Lisbet es musulmana y ella
tampoco tiene las mismas prerrogativas, que los hombres dentro de la mezquita.
Sin embargo, no sé que harían en nuestros hogares sin nosotras: ¿quién
cuidaría a los niños?, ¿quién sembraría y cosecharía los campos?, ¿quién
vendería los productos de nuestro trabajo en el mercado ?
Aksum
Mientras
tanto, la vida sigue igual que todos los días. Los niños juegan al balón o a la
tanga, mientras que las cabras y las ovejas pacen a su alrededor, la hierba que
crece entre las piedras del suelo y las paredes cubiertas de musgo. Los
negocios todavía siguen abiertos, aunque a estas horas tienen pocos clientes.
No sucede lo mismo con los bares de cerveza, que están llenos de ociosos
hombres, bebiendo antes de volver a sus casas.
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