Dubai
Erase una vez
un sultán. que vivía en su palacio rodeado de muchas riquezas. Todos los días
se bañaba en una inmensa piscina, que tenía agua del mar, comía deliciosos
manjares preparados por más de cien cocineros, a su servicio y por la noche, se
deleitaba con la música y las caricias de sus más de mil concubinas. Pero, el
sultán no era feliz. Su corazón suspiraba por algo más, pero aunque buscaba
dentro de si mismo, no sabía encontrar aquello que anhelaba.
Un día,
el visir le despertó con una terrible noticia. Nuredín, el sultán del país
vecino, le había declarado la guerra. Unos territorios, que llevaban litigando
desde tiempos de sus padres, eran otra vez el motivo. Un
pequeño emir los pretendía par sí y Nuredín le apoyaba. Había, que buscar una
solución pacífica y que satisficiera a todas las partes. Como siempre, el visir
se ofreció voluntario para ir a parlamentar con los contricantes. Pero, nuestro
sultán decidió ir en persona. Se disfrazaría de mercader y acudiría a la corte
de su rival. Se uniría a una caravana, que partía al día siguiente.
Durante el
viaje estuvo, escuchando todas las conversaciones del resto de mercaderes. Así,
se enteró de que a él le consideraban distante y poco preocupado por lo que les
ocurría a sus súbditos. Pensaban, que vivía en una burbuja de cristal, sólo
atento a sus propios caprichos.
La llegada a
la corte fue sorprendente, al menos para él. Las calles resplandecían bajo el
sol, los campesinos vendían sus productos en los puestos del mercado, los niños
correteaban de aquí para allá y por todos los lados, se respiraba un aire de
opulencia y alegría. Dentro de palacio, la situación no pintaba igual. Aunque,
todo estaba limpio y ordenado, no se sentía la misma alegría que en las
calles. Pronto, Alí se enteró de la tragedia: la hija pequeña y más querida del
sultán, se encontraba gravemente enferma. Este había prometido toda clase de
riquezas, a quien fuera capaz de curarla.
Muchos querían
hacer el intento, a pesar de que no fueran médicos, pero una razón muy poderosa
se lo impedía: aquellos que no lograran sanar a Zoraida, serían inmediatamente,
ejecutados. Lo más sensato, sería volver a casa y dejar que el visir, como
siempre había ocurrido, se hiciera cargo de la situación. Pero, el corazón de
Alí siguió sus propios dictados. A los pocos minutos, ya estaba ofreciendo sus
servicios como médico y sanador. Antes de entrar en la cámara privada de la
princesa, se le advirtió del riesgo que corría. si no conseguía curarla. Alí
aceptó el reto.
Al Ain
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