Concluye nuestro sexto viaje largo, que
de momento, parece que será el último de estas características, en
mucho tiempo. Diré, que probablemente, no ha sido el más bonito de
todos, pero sí, el más esforzado, de los que hayamos llevado a
cabo. Hemos pateado, de arriba a abajo, la India y Bangladesh, como
si tuviéramos aversión a tomar, cualquier tipo de transporte.
Hemos padecido un calor infinito, que
en tramos del viaje, ha superado los 50 grados. Hemos estado horas y
horas bajo el sol, disfrutando y sufriendo, de lugares maravillosos y
horribles. Tales han sido nuestras condiciones extremas, que al
llegar a El Cairo, en pleno mes de agosto -con 35 grados a la
sombra-, el lugar nos ha parecido un balneario: aceras amplias, gente
amable, conductores medio educados, ligera brisa procedente del
Nilo... El esfuerzo ha sido tal, que ahora, ya de vuelta, andamos con
ciertas secuelas psicológicas, cercanas a la ansiedad y los ataques
de pánico. ¡Y no es broma!.
Rishikesh (India)
Por un lado, estamos encantados, de
haber vuelto sanos y salvos, después de más de tres meses pululando
por India y Bangladesh (el mes y medio por Tailandia, Egipto e Israel
no cuentan, al ser paradisíacos, en comparación con lo otro).
Parece increíble, que nada nos haya ocurrido, después de nuestro
precario modelo de viaje y de las condiciones extremas padecidas. Y
todo, con casi, ni un mínimo contratiempo.
Manali (India)
También, nos mostramos eufóricos.
Desde nuestra demorada llegada, nos sentimos tan fuertes, tan
reforzados por los avatares de la vida, que cualquier inconveniente,
que nos surge, en esta España de chiste, nos parece una minúscula
contrariedad, sin importancia. Casi diría, que nos sentimos por
encima del bien y del mal, en esta España deprimida y corrupta,
gracias a la vacuna recibida, en forma de sufrimientos diversos,
allá, por el querido y odiado subcontinente indio.
Pero, vayamos por partes. Este viaje
ha sido extraño. Aunque, al final, siempre acabamos diciendo lo
mismo de todos. Al fin y al cabo, largarte casi medio año por el
mundo, siempre acaba siendo imprevisible. Al fin y al cabo, lo que
teníamos claro, era que queríamos volver a India, por un tiempo
dilatado y visitar Bangladesh, único país que nos quedaba de la
zona. Bueno, tampoco conocemos Pakistán y fue un país muy estimado,
como propuesta añadida, pero nuestro gran grado de locura, de
momento, no incluye aventuras, como esta. ¡Todo se andará!.
Thanjavur (India)
Y lo de un viaje extraño, lo
argumento algo más. Debería haber empezado un 7 de febrero y acabó,
iniciándose, un 2 de mayo, después de tener que renunciar, a unos
boletos aéreos ya pagados, el 19 de marzo, entre Barcelona y Dubai,
por razones, que no vienen al caso.
Deberíamos haber volado a Bombay y
aterrizamos, en Bangkok, destino nunca pensado para este periplo.
Pero, como nos gusta tanto Tailandia, nos acabamos quedando allí, 20
días, conociendo sitios nuevos.
Dahab (Egipto)
Nuestros planes pasaban, por estar dos
meses en India y acabamos viviendo por allí, 87 días. Las dos
semanas previstas para Bangladesh, se quedaron en una. Y terminamos
transitando por Egipto e Israel, países a los que nos pensábamos en
volver, durante muchos años. Y no nos arrepentimos, después de
haberlo hecho, porque son dos países con mucha miga y además,
contratiempos así, ¡que me vengan los que sean!.
Delhi (India)
Si la ida fue como un parto, no os
cuento la vuelta. Este viaje no tenía previsto durar, más de unos 3
meses y acabamos en 129 días, a solo 2, de nuestro segundo viaje
largo, más extenso. Corría un 4 de agosto en Delhi, con ya todo el
pescado vendido. Los vuelos estaban caros, como suele suceder, en
esta época del año. Pero, se abrió una ventana, para el día 19.
330 euros, un Bombay-Madrid. Bastante económico.
Que si sí, que si no. Que si estamos
hasta las narices de India, que si queremos irnos ya, que si es mucho
esperar... Total, que entre paja y paja mental, lo perdimos. Tuvimos,
que inventarnos un recorrido de sitios nuevos por Rajasthan -donde no
habíamos pensado ni ir-, para entretener el tiempo y buscar otra
alternativa, aunque tampoco, con mucho ahinco.
Los nuevos destinos fueron magníficos:
Bikaner, Kota, la maravillosa Bundi, Chittor... Pero, al llegar a la
revisitada y redecepcionante Udaipur, se nos encendió la luz.
Aparte, de querernos ir ya, nos quedaban 12 días de visa. Había que
irse, sí o sí.
Afortunadamente, nuestro alojamiento
tenía wi-fi y nos pusimos, con la tablet y el móvil, a la labor de
buscar unos boletos aéreos, que nos sacaran del país. Más de 20
horas -y no exagero-, en dos días, para descubrir, que en esas
fechas, volar a Europa es una sangría incurable. ¡500 euros, un
Delhi-Madrid!. Jerusalén (Israel)
Kanchanaburi (Tailandia)
Estambul, Túnez, Casablanca, Dubai,
Abu Dabi, Taskent... Todos eran destinos potenciales. Sí, y
finalmente El Cairo, con Royal Jordanian. Ese sería nuestro destino
más inesperado, para luego transitar por el Sinaí y volver a
Israel, desde donde volar con la española. Vueling, a Barcelona y
así, acabar retornando, a nuestra querida y odiada España. Cuando
la dejamos, hace ya casi medio año, estaba echa una mierda. Hoy, ni
os cuento, porque ya lo podéis ver por vosotros mismos. ¡Han
llegado el ébola y las blaxk cards!.
Empezar este viaje, nos costó y
consumió muchas de nuestras energías. Las primeras semanas nos
sentíamos fuera de juego, en un país, tan fácil, como Tailandia, a
pesar de padecer un golpe de estado (allí, eso es como comer pipas).
Luego, nos fuimos animando, tras un par de duras semana en India. Y
acabamos de forma pletórica, casi sin querer regressar.