Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

domingo, 16 de junio de 2024

Felices de recalar en Burdeos, porque no nos gusta nada el carácter de los alemanes

         Nos pasó  desapercibido, cuando organizábamos el viaje, pero al aterrizar en Hamburgo, nos dimos cuenta, de que llevábamos dos décadas sin visitar ni Alemania ni Francia. Es decir: hemos estado seis veces en India o más de diez, en Tailandia, desde que recalamos por última vez en el país teutón o en el de los gabachos.

          Proveniamos de los sosos países nórdicos y de la afable y dicharachera Polonia y al llegar a Alemania nos sentimos algo cohibidos e incómodos, sufriendo unas formas de ser y de actuar, que no van nada con las nuestras. Los alemanes son, en general, todo lo que los tópicos dicen de ellos: cabezabuque, rectos, exigentes, desconfiados, escasamente creativos, unidireccionales, malhumorados a la mínima... Tan solo se les pasa el enfado permanente, cuando acuden a esas numerosas ferias de mesas y bancos corridos, donde se desbordan a sus anchas los ríos de cerveza y las salchichas.

          La primera bronca, apenas habíamos pisado Hamburgo, nos la llevamos en el supermercado, cuando la cajera nos riñó por pagar una compra de 2,50€ con un billete de 50. A la señora de delante le había caído otra, por dejar un par de productos en la cinta, al no llegarle el dinero.

          Francamente y después de dos días y medio germánicos, nos sentimos muy aliviados al aterrizar en Burdeos. No volamos de forma directa desde Hamburgo, sino con escala en Málaga, al salir más barato.

          Los franceses son muy suyos y no lo esconden, pero el trato y la convivencia con ellos resulta más llevadera y apacible.

          Nosotros de Alemania, teníamos el recuerdo de un país confiado de sus propios ciudadanos, donde era muy sencillo colarse en el transporte público pero nadie lo hacía. Ahora y en los billetes pone bien claro y en grande -para que lo vean hasta los miopes y los tuertos-, la fecha y hora de validez del ticket. Y en las cajas de autopago de los supermercados han colocado un torniquete -tipo estación de cercanías -, donde si no pasas el QR correcto de la compra, no sales. No lo habíamos visto nunca.

          Desde el aeropuerto de Burdeos fuimos al centro en el barato tranvía (1,80€). Pero, la vuelta la hicimos andando. Son diez kilómetros, pero siempre hay acera. En Hamburgo hay un caro supermercado entre las dos terminales. Aquí, para llegar a un Aldi se debe caminar unos tres cuartos de hora. Por cierto, el super más recomendable en Germanía es el Rewe y en Francia optamos por el Lidl.

          Burdeos es una ciudad muy agradable, donde todo está traducido al español. Tiene un compacto y extraordinario casco histórico con su imponente catedral, el campanario, varias iglesias de relumbrón, calles elegantes de estilo parisino y sus atractivas puertas, además de su famosa plaza de la Bolsa.

Amistades peligrosas , en las fiestas de San Antonio de la Florida


 

Amistades peligrosas, en Madrid


 

Amistades peligrosas, en el parque 🛝 de la Bombilla 💡 de Madrid


 

Amistades peligrosas, en las fiestas de San Antonio de la Florida


 

viernes, 14 de junio de 2024

Bremen y Hamburgo

           Lo mejor para trasladarse desde el aeropuerto al centro de Hamburgo es el tren de cercanías -S en el código de transportes-, porque es rápido, cómodo y cuesta menos de cuatro euros. Aunque para un latino, el transporte público alemán siempre resulta complicado y puedes acabar, donde no quieres. Nos ocurrió hace 35 años, cuando éramos inexpertos y nos ha vuelto a pasar ahora, al abandonar el país.

          Habíamos decidido pasar medio día en Hamburgo y el otro medio en Bremen y a la jornada siguiente, hacerlo a la inversa. La razón no era otra, que a pesar de salir caro, el alojamiento resultaba menos gravoso en esta ciudad (50 euros, por 68). La habitación en nuestro piso turístico es muy discreta para ese precio y con el baño compartido. Pero, al menos, contamos con una cocina bien equipada para poder cenar caliente. 

          El tiempo fue empeorando paulatinamente, a lo largo de nuestra estancia en Alemania.

          Ambas ciudades son bastante chulas, aunque nos ha gustado más Bremen, con su bello casco histórico, con sus bonitas iglesias y sus calles elegantes y la barriada de Schnoor -antiguo barrio rojo- con su ambiente relajado y bohemio. El largo paseo junto al río resulta muy animado y al menos, la sábados por la mañana se llena de puestos, donde se vende de todo y donde se disfruta de actuaciones musicales.

          Hamburgo centra su actividad comercial, lúdica y de tránsito, en torno a las numerosas calles, que rodean a la enorme y vital plaza del ayuntamiento. Tiene hermosas iglesias, aquí y al otro lado de las estaciones, la de trenes y la de autobuses.

          Hay un par de canales en esta zona y el resto, se ubican en el área del puerto, una vez dejas atrás las impresionantes ruinas de la iglesia de San Nicolás.

          El barrio rojo de Saint Pauli ya no debe ser lo que era, pero siendo sábado por la tarde, estaba repleto de gente. En la calle central predominan los restaurantes y en las interiores la garitos de beber. Hay varios sex shops y tiendas eróticas y muchos pequeños hoteles, donde suponemos, trabajan las chicas. Una estrecha arteria, a la que no entramos -solo permiten el acceso a hombres y ya habíamos visto algo similar , en Amsterdam, en 1991-, es en la que se encuentran los escaparates con las prostitutas.

          Para movernos entre Hamburgo y Bremen utilizamos Flixbus, por poco más de 10 euros, ida y vuelta. Fuimos en bus y volvimos en tren, dado que está compañía opera varios recorridos a través de railes en el país.


jueves, 13 de junio de 2024

Este viaje está siendo la hostia

           En Tromso, como en septiembre pasado en Bergen, probamos los embutidos de ballena, alce y reno y nos causaron la misma sensación, que entonces : fortísimos de sabor y muy poco jugosos. ¡Así, que esotismos culinarios noruegos fuera!

          Volvimos por última vez -al menos de momento -, a Gdanks y como nos tiene algo saturados, decidimos pasar nuestro último día en Polonia, en la playa de Sopot. Es una vergüenza, que cobren por visitar su muelle de madera -el más grande del mundo -, pero en este país todo se cobra. Orinar en una estación -para que os hagáis una idea -, cuesta lo mismo , que dos litros de leche, en un súper.

          De todas formas, este viaje está siendo el -susodicho- producto lácteo o por aquello de ser más exaltados: la puta hostia. En los primeros diez días del mismo hemos vivido tres momentos super orgásmicos: el ascenso a primera, del Valladolid, en la capital de España; la decimoquinta del Madrid, en Stavanger y el maravilloso y ya descrito sol de medianoche.

          Aunque los mejores momentos de este periplo parecían ya haber sido vividos, aún nos quedaba la visita de tres ciudades europeas de relumbrón,: Hamburgo, Bremen y Burdeos. De ellas os hablamos en los próximos post, además del trato con alemanes y franceses, los aeropuertos nuevos del viaje y la forma de entender -inadecuada para nosotros -, la ecología en el norte de Europa.