Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 9 de abril de 2022

Nunca haré el Camino de Santiago

           Este enunciado tiene trampa y además, ea gorda. Porque, con matices, el camino de Santiago ya lo hice, allá por el lejano año 1993. Fue una travesía anómala, aunque muy chula, cuando comer pulpo en el interior de Galicia y beber albariño, era casi más barato, que engullir patatas o saciarse de agua.

          Se trató de una experiencia en tamdems y bicicletas, que transcurrió, desde Calzada del Coto, hasta la capital del apóstol. Patrocinado por Gas Natural, yo iba incrustado, como periodista becario de Onda Cero, en la caravana multicolor. Gozaba de total libertad, siempre que mandara la crónica a la emisora local de Valladolid.

          Y eso, tenía muchas ventajas. Normalmente, viajaba en el coche escoba y con mucha calma, además de hacernos cargo de los lesionados, agotados o perdidos, frecuentábamos casi todos los bares del camino. Pero, si me apetecía, me montaba en la bici y me hacía unas decenas de kilómetros. Estuve a punto de matarme, contra un tractor, bajando a 70 kilómetros por hora, en Foncebadón, hacia Ponferrada.

          Fue el año, en que a Fraga le dió por promocionar esta ruta. Algunos -los más viejos-, recordaréis aquello de: "¿italiano? No, gallego". El trayecto por Castilla y León fue precario. Pero, en Galicia, habían tirado la casa por la ventana en infraestructuras y disfrutamos de magnifícos albergues nuevos y gratuitos.

          Narrados tan gratos y agradables recuerdos y siendo un andarín impenitente, ¿por qué nunca haré el Camino de Santiago, bajo ninguna circunstancia? Os advierto, que las razones no son muy filosóficas o espirituales.

          De un tiempo a esta parte, llevo muy mal, caminar por senderos pedregosos y más, con un bulto a cuestas. Aunque, fue práctica habitual en el pasado, detesto avanzar por los arcenes de las carreteras, aunque tengan poco tráfico.

          De toda la vida, llevo muy mal, dormir en lugares comunes grandes y más, como sería el caso, durante casi un mes. De día, socializo bien -aunque, cada vez menos-, pero de noche no. A eso se une, que desde hace tiempo, los albergues ya no son gratuitos, como deberían ser.

          Santiago de Compostela fue una de las cunas de nuestra relación, de nuestras borracheras y de los aperitivos suculentos. Hoy en día tienes, que ser casi rico, para poderte pagar una taza de vino en la rúa do Franco o da Raiña.

          Pero, volveremos allí, en 2038, porque le prometimos al Ápostol, que lo visitaríamos, cincuenta años después de haber empezado nuestro noviazgo. ¡Ya va quedando menos!

Casi treinta y cinco años de viajes

           Comenzamos nuestra indeleble andadura viajera, cuando todavía florecían los últimos ochenta. Arrancamos en Vigo y de camping, cuando aún resonaban los ecos de la movida, el casco viejo no era territorio para adultos y los bares cutres de rica empanada de bacalao y pimientos de padrón -unos pican y otros no-, se entremezclaban en armonía con los pubs, que frecuentábamos las ánimas perdidas de madrugada. Algo, que los más jóvenes de hoy, ni podrían imaginar.

          Después de ese buen rodaje, comenzó nuestra trepidante aventura interrailera, como la de otros tantos pipiolos de la época, que abarrotábamos los trenes europeos en verano. De forma semiinconsciente, los objetivos no eran otros, que acumular kilómetros, conocer gente, coleccionar países y ciudades sin más trascendencia y echar un polvo en cada una de ellas ( o dos). ¡Europa era nuestra vida!

          A mediados de los noventa, con los precios a la baja y perdiendo el encanto, nos apuntamos al avión. Los trayectos no eran más largos, pero si más ágiles y anodinos. Nos graduamos en Estambul, cuando nos perdieron nuestro primer equipaje y cuando esta ciudad, aún era auténtica. Los contactos con los demás, aunque de calidad, se tornaron más esporádicos. Fue el tiempo de los países del este, donde hemos pasado más miedo, que en cualquier destino del África subsahariana, Latinoámerica o Asia.

          El nuevo siglo y la aerofobia, nos condujeron a un lustro ominoso, en el que vagamos, como almas en pena por destinos no muy lejanos -conocidos o no-, siempre, que fueran accesibles en tren o en barco.

          El empeño y ciertos reveses laborales -con ahorros, eso sí-, nos devolvieron  a los corredores aéreos y comenzó la gloriosa época de los ocho viajes largos, que entre 2008 y 2018, nos llevó a recorrer y explorar cin detenimiento y placer, casi 140 países, teniendo que renovar el pasaporte cada poco tiempo, al llenarlo de sellos.

          Resultó ser, nuestra plenitud viajera y acometimos, casi sin descanso, el grueso de los países de Sudámerica, Asia, África y Oceanía. Aprendimos a tener suerte; a buscarnos la vida en cualquier circunstancia; a dar pena, cuando hacía falta; a comer y a beber lo que fuera -incluídos alcoholes algo sospechosos-; a dormir donde tocara y sin exigencias; a manejarnos con los buscavidas de las fronteras; a aguantar cualquier cosa...

          Y llegó la pandemia y volvimos a reinvertarnos. ¡Veinticinco viajes de diversa duración, en tan solo dos años! Regresar a Europa -Grecia e Italia-, se convirtió en un orgasmo, dadas las numerosas dificultades administrativas. E ir a México -en plena ola de omicrón-, en un delirante logro.

          Pero, si el coronavirus, las restricciones y los cierres perimetrales, algo nos han aportado, han sido los viajes con detenimiento, con minuciosidad. Nos concentramos en explorar, lo supuestamente, pequeño, acometiendo largas caminatas por lugares inadvertidos de la provincia, de nuestra comunidad autónoma, paseos interminables y gozosos por la costa, la montaña, los senderos rurales o los cauces fluviales.

          ¡Y, aquí estamos. Esperando el momento propicio para iniciar el noveno viaje largo! Jamás pensé, que podría resumir casi treinta y cinco años de viajes en menos de un folio.

miércoles, 6 de abril de 2022

Otra vez, a Tordesillas

                           Tordesillas (Valladolid)

       Y volvimos a Tordesillas, dos semanas después, pero con bastante peor temperatura, debido a la ola polar de primeros de abril. Esta vez, no nos alojamos en el hotel San Antolín, sino en una especie de sobrado con patio de un particular, donde antiguamente se destazaba la matanza. Ha sido muy bien reformado y las únicas desventajas son, que no dispone de televisión y que duermes en un sofá cama, dado que el lugar es estrecho. Pero, cuenta con cocina, utensilios y lavadora.

          El sábado, pretendíamos realizar el circuito de la cuesta de Carracastro y todo resultó perfecto (18 kilómetros). Tras cruzar la autovía, caminamos durante casi una hora, junto a ella, dejándola a la derecha.

        Después y por una zona más tranquila, llegamos a Villavieja del Cerro, que cuenta con una bonita iglesia y con poco más de 50 habitantes. Regresando por otro camino, continuamos hasta Velilla, donde viven cuen vecinos, custodiados por un hermoso templo, parecido al anterior. Desde ahí, se acomete la cuesta, que cobija varios molinos de viento y ofrece agradables vistas. Hay nuevo sendero hasta Tordesillas, pero nosotros volvimos por la poco frecuentada carretera, porque teníamos los pies machacados de las piedras de los caminos.

          El domingo, pretendíamos llevar a cabo la ruta de la Cañada Real de Rueda (14,5 kilómetros). Arranca , cruzando el puente y saliendo hacia la izquierda. Pero, por diversas razones y tras visitar una ermita en ruinas, junto al río, nos acercamos hasta el convento de Santa Clara y bajamos hasta la Ribera izquierda del Duero, caminando, durante cinco o seis kilómetros. No abandonada el cauce y el recorrido resulta espectacular, aunque algo esforzado (cuestas y escaleras en mal estado)

          El inconveniente es, que acabamos saliendo a la parte interior de la Senda del Alto Duero, que ya habíamos hecho catorce días atrás. No quisimos regresar, a cumplir nuestro objetivo, por lo que volvimos a recorrerla, aunque esta vez, solo hasta Simancas, desde donde tomamos el autobús urbano a casa.

          Este domingo, a Olmedo.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Domingueros

        "Llega el alba,\ ya es domingo\ y no termina nunca mi ansiedad", cantaban Santiago y Luis Auseron, allá por el 2006. La verdad es, que no siempre resulta posible descifrar el auténtico significado pretendido por los excomponentes de Radio Futura en sus canciones, pero en este caso y con ironía, yo me siento bastante identificado con la estrofa. Porque la ansiedad es, sin lugar a dudas, la principal caracteristica de loa domingueros y a la vez, de los que tenemos que soportarlos.

        Efectivamente, un dominguero, que se precie, actúa desde las horas más cercanas al alba, para no perderse un solo minuto de su día favorito. No se trata de lobos solitarios, sino que transitan en pequeñas manadas de colegueo o familia.

          Su segundo rasgo fundamental es, que no emoatizan y por tanto, son incapaces de ponerse en el lugar de los demás. Su lema implícito, aunque no reconocidi es: para divertirme yo, da igual, quien se joda"

        Gritan, no dejan hablar a sus propios compañeros de aventura y apenas les escuchan. Y todo ello, mientras dan pedales de manera enfervorecida y compulsiva. Si, porque el medio favorito de transporte del dominguero es la bicicleta y su segundo principio es: "yo la tengo más grande, que todos".

          Afortunadamente, solo se muestran, como son, ese único día -algunos lo amplian al sábado-, porque son la molestia del resto de personas civilizadas, que también pretenden disfrutar de su día, da igual, sean niños, adultos, personas mayores o con discapacidas. A modo de ejemplo, en las sendas compartidas, te intimidarán. En los carriles bici te reñirán, por caminar sobre ellos. Y en los senderos unicamente peatonales, te gruñirán e insultarán por llamarles la atención.

        Intercambian información a la velocidad de la luz, de tal forma, que hay rutas, que se hacen intransitables, debido a su tóxica presencia. Sin embargo, otras, igual de bonitas o más permanecen casi virgenes. Es el caso, de las dos más recientes, que hemos hecho: senda del Duero y del Pino Pinilla. Y es, que el dominguero, al igual, que el senderista de montaña esforzado, raramente contempla el paisaje, porque transita absolutamente preocupado y pendiente de si mismo y de sus objetivos adrenalinicos.

          Ellos nunca tienen la culpa de nada, de lo que puede ocurrir. En este sentido, comparten con los perrunos la característica de no ser responsables de sus actos (en este caao, siempre señalan al animal, como causante de cualquier desavenencia)

        Por supuesto, no respetan ni una sola norma de circulación y si pueden transgredir varias a la vez, mejor.

          Conparten con las marujas su don de saber de todo y de tener un conocid@, al que le pasó algo similar en todos los temas, que se tratan.

          Es rasgo común de los domingueros familiares ser acompañado por uno o varios perros, bien corriendo, bien en remolques no siempre adecuadamente adosados a la propia bicicleta. A veces, cambian la actividas ciclista por la de ir a ver al niño al fútbol y desfogar sus frustraciones en el campo.

          Y la cosa es, que si no te fijas en los detalles, el lunes parecen personas tan normales.

martes, 29 de marzo de 2022

Arrabal y Portillo

                Arrabal y Portillo (Valladolid)              

       En teoría, para el domingo 27, nos tocaba recorrer los 17 kilómetros del Camino de Hierro, en el parque natural de los Arribes del Duero. Pero, como el autobús salía demasiado pronto y aún más, debido al cambio de hora, decidimos dejar esa excursión para otro momento y nos quedamos un poco más cerca.

          Arrabal, se encuentra a 23 kilómetros de Valladolid, en dirección, a Segovia. Cuenta entre sus atractivos con una muy bonita iglesia, una cruz al aire libre, una ermita y la Fuente Vieja. Para ascender hasta Portillo, son unos 2000 metros, que se pueden llevar a cabo por la carretera o por una especie de calzada romana (la Empedrada), que machaca los pies. La zona es famosa por su cerámica, los mantecados y los ajos.

          En lo alto de una colina, Portillo es una ciudad parcialmente amurallada, a la que se accede por un bello arco. Dispone de un destacado casco histórico con tres impresionantes iglesias -una de ellas, hoy es un restaurante-, el colosal y bien conservado castillo -1 euro- y la coqueta y tranquila plaza de Los Tres Arcos.

        Son varias las rutas en los alrededores, que se pueden llevar a cabo desde aquí. Nosotros hicimos dos. Una corta, la del Mirador del Calvario, que tras subir y bajar algunos tramos de cuestas y escaleras, te ofrece unas bonitas vistas de Arrabal y de los pinares y campos cercanos.

          La otra es la senda del Pino Pinilla, que de forma casi circular, cubre una distancia de unos diecisiete kilómetros. En nuestro caso, solo llegamos hasta el famoso pino piñonero, enclavado en una roca, ubicado a unos siete mil metros y volvimos por el mismo camino. Se trata de un extenso y tranquilo pinar, que cuenta con un largo tramo arenoso, incómodo para caminar. Esta todo bien indicado, aunque nosotros nos equivocamos una vez y nos dirigimos cuesta abajo a una especie de granja de abejas.

          En ambos senderos no nos cruzamos con nadie. Ni lugareños, ni domingueros.

          En Portillo, hay una oficina de información turística, muy servicial. El alojamiento es caro y escaso en la zona, por lo que nosotros hicimos la excursión en un solo día.