Comenzamos nuestra indeleble andadura viajera, cuando todavía florecían los últimos ochenta. Arrancamos en Vigo y de camping, cuando aún resonaban los ecos de la movida, el casco viejo no era territorio para adultos y los bares cutres de rica empanada de bacalao y pimientos de padrón -unos pican y otros no-, se entremezclaban en armonía con los pubs, que frecuentábamos las ánimas perdidas de madrugada. Algo, que los más jóvenes de hoy, ni podrían imaginar.
Después de ese buen rodaje, comenzó nuestra trepidante aventura interrailera, como la de otros tantos pipiolos de la época, que abarrotábamos los trenes europeos en verano. De forma semiinconsciente, los objetivos no eran otros, que acumular kilómetros, conocer gente, coleccionar países y ciudades sin más trascendencia y echar un polvo en cada una de ellas ( o dos). ¡Europa era nuestra vida!
A mediados de los noventa, con los precios a la baja y perdiendo el encanto, nos apuntamos al avión. Los trayectos no eran más largos, pero si más ágiles y anodinos. Nos graduamos en Estambul, cuando nos perdieron nuestro primer equipaje y cuando esta ciudad, aún era auténtica. Los contactos con los demás, aunque de calidad, se tornaron más esporádicos. Fue el tiempo de los países del este, donde hemos pasado más miedo, que en cualquier destino del África subsahariana, Latinoámerica o Asia.
El nuevo siglo y la aerofobia, nos condujeron a un lustro ominoso, en el que vagamos, como almas en pena por destinos no muy lejanos -conocidos o no-, siempre, que fueran accesibles en tren o en barco.
El empeño y ciertos reveses laborales -con ahorros, eso sí-, nos devolvieron a los corredores aéreos y comenzó la gloriosa época de los ocho viajes largos, que entre 2008 y 2018, nos llevó a recorrer y explorar cin detenimiento y placer, casi 140 países, teniendo que renovar el pasaporte cada poco tiempo, al llenarlo de sellos.
Resultó ser, nuestra plenitud viajera y acometimos, casi sin descanso, el grueso de los países de Sudámerica, Asia, África y Oceanía. Aprendimos a tener suerte; a buscarnos la vida en cualquier circunstancia; a dar pena, cuando hacía falta; a comer y a beber lo que fuera -incluídos alcoholes algo sospechosos-; a dormir donde tocara y sin exigencias; a manejarnos con los buscavidas de las fronteras; a aguantar cualquier cosa...
Y llegó la pandemia y volvimos a reinvertarnos. ¡Veinticinco viajes de diversa duración, en tan solo dos años! Regresar a Europa -Grecia e Italia-, se convirtió en un orgasmo, dadas las numerosas dificultades administrativas. E ir a México -en plena ola de omicrón-, en un delirante logro.
Pero, si el coronavirus, las restricciones y los cierres perimetrales, algo nos han aportado, han sido los viajes con detenimiento, con minuciosidad. Nos concentramos en explorar, lo supuestamente, pequeño, acometiendo largas caminatas por lugares inadvertidos de la provincia, de nuestra comunidad autónoma, paseos interminables y gozosos por la costa, la montaña, los senderos rurales o los cauces fluviales.
¡Y, aquí estamos. Esperando el momento propicio para iniciar el noveno viaje largo! Jamás pensé, que podría resumir casi treinta y cinco años de viajes en menos de un folio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario