Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 30 de septiembre de 2014

Rajasthan: Donde mejor se duerme y peor se come, en India

Esta y la siguiente son, de Bundi (India)
          Yo era de quienes pensaba, que un viaje a la India, sin pasar por Rajasthan, podía tener sentido. Pero no. Después de más de dos meses, deambulando por este país y Bangladesh, acabamos, de nuevo, en la tierra de los marajás. Y no hemos hecho mal.

          Más, tras casi una semana vagando por este Estado, no hemos resuelto nuestras principales dudas: ¿Por qué, en la región donde se encuentran los mejores alojamientos del país , es en la que peor se come, con mucha diferencia?. ¿Por qué la oferta gastronómica es tan cara y escasa?. ¿Por qué hasta la fritanga -tan deliciosa y recurrente en el sur de India- se torna aquí, en apestosa y vomitiva?

          Detallo nuestros últimos menús, después de buscar mucho, como es costumbre: 1) Pan de hamburguesa, con pasta vegetal desconocida y picante, cacahuetes, cebolla y cilantro. 2) Bondas de patata de las que se hace bola en la garganta, eternamente especiadas y con un trozo de insípido queso dentro -generoso-, recalentadas o frías (misma mezcla para samosas y guindillas, que constituían la única oferta destroza-estómagos, en Bikaner) 3)En Kota, bondas algo menos apestosas, aunque cansinas y siempre de puré de patata prensado, con mucho comino y chile. 4)En Bundi, cachoris, cachoris y más cachoris, al margen de triángulos de pan rebozados y sin nada dentro.

          Bueno, hay un poco de trampa, pero porque somos veteranos en India. Logramos -por casualidad-, comernos un arroz con gallina poco carnosa y huesuda y un chow mein, al estilo propio del restaurante en cuestión -espaguetis recocidos, ahogados, violentamente, en tomate- y unas, - ahora sí– deliciosas hamburguesas de patata rebozada, con tomate, cebolla, repollo y varias salsas especiadas.

                                                                     Esta y la siguiente son, de Kota (India)

          Mientras almorzamos, en Bundi, se produce una escena bastante hilarante: la de una fornida vaca, chupando todas las sobras del ketchup de los platos de plástico y lamiendo la jarra -a conciencia- de la que todos los lugareños beben y beberán agua, en este puesto callejero.

          Por lo demás, desde que salimos de Calcuta, vivimos hechos encadenados, que ya casi no nos perturban: un tren de 33 horas, un atosigante y caluroso día en Mathura, un alojamiento insufrible en Agra y dos días tranquilos, en Delhi,

                                                   Esta y la siguiente son, de Bikaner (India) 
         Bikaner es la ciudad más estresante de India -creo, que ya he repetido esta frase con algunas otras-, aunque merece mucho la pena y no tanto, el templo de las ratas. La cercana Kota, cuenta con un bonito palacio y poco más.


          Pero -ya, que hablamos de comida-, con lo que se nos ha hecho la boca agua, ha sido con Bundi. Impresionante y escasamente mencionada por nadie. Ni por la guías, aunque, al menos, una decena de guiris, durante este día, sintió la curiosidad de acercarse hasta aquí.

Bienvenidos, a Beach Os -bichos- Resort

                                                          Todas las fotos de este post son, de Calcuta (India)
          Evidentemente, no es otra cosa, que un juego de palabras. El lugar en cuestión, ni es un resort, ni dispone de alguna playa cercana. Se trata de nuestro modesto alojamiento en Calcuta, en el que hemos pernoctado en nuestras cuatro estancias -no hay otro de precio similar y de sus características-n en esta urbe.

          ¡Hasta a los agresivos insectos del colchón -de especie para nosotros desconocida- les hemos cogido cariño! Y, mira que muerden y pican, los cabrones. Pongas una manta de avión sobre la sábana o incluso duermas con camiseta. Nada, ni nadie puede con ellos.

          La chica de la recepción, nos resulta ya casi de la familia. Es la misma de hace tres años, por lo que la estamos viendo envejecer. En nuestra anterior estancia, terminamos algo agobiados, porque la habitación daba a un patio, donde se pasan todo el día quemando -que no friendo- chapatis. Todo nuestro equipaje y cuerpo olía a ese desagradable aroma y siguió expandiendo sus efluvios a lo largo de todo Bangladesh.

          Ahora, estamos en una habitación exterior de esquina -sin olores exteriores-, con el baño, que se cae de viejo y sí, ellos esperándonos cada noche: nuestros queridos bichitos. Esto da una idea de lo que son los alojamientos en Calcuta, mucho peores, que en la mayor parte de India.

          En nuestra última estancia en Calcuta -espero-, padecemos una festividad, que convirtió a la ciudad en un enorme monstruo fantasmal. Estos indios son muy raros -o poco trabajadores-, dado que celebran como festivo nacional, los días sagrados de todas las religiones (incluida la Navidad). Lo extraño de este caso es, que conmemoran el Eid al Firt -Eid Mubarak, llamado aquí-, fiesta del día final del Ramadán. Nada tendría de raro, sino fuera, porque el mes sagrado musulmán terminó hace dos días.


          Por lo demás, Calcuta está lleno de “jotías” españolas. Algo hay que desconocemos, para que en el último mes viéramos tantas. Se trata de chicas, que no llegan a la treintena y que empiezan casi todas sus frases con un “jo tía”. Tienen como cuartel general, el Spanish Rush, un pseudo restaurante español, ubicado en la calle de los guiris, de donde casi no salen. Curioso fenómeno, sobre el que no podremos seguir investigando, dado que mañana partimos para Mathura.

           La última tarde en Calcuta, entre lluvia intermitente, la pasamos en le maravilloso barrio de los escultores, junto a los ghats y visitando unos magníficos templos jainitas.

El primer lugar, está compuesto por callejuelas con encanto, donde se entremezclan casas de planta baja y talleres, dónde los profesionales esculpen figuras de dioses en arcilla y fibra de vidrio, que se comercializan en toda India y en sus comunidades del extranjero. En septiembre, aquí se desarrolla la fiesta, llamada Durga Puja, que consiste en montar a los dioses en barcos y hacerlos navegar por el río, hasta sumergirlos.

Comparando India y Bangladesh

                                                                                        Haridwar (India)
           Dada mi irrefrenable manía de estar enredando, siempre, este post ofrece unos cuantos comentarios comparativos, entre India y Bangladesh y entre los ciudadanos de ambos países. que no deben ser tomados -ni mucho menos- al pie de la letra.
       
          1º.- Personas: Aunque siendo más educados, los ciudadanos de Bangladesh suelen tener doble fondo. Los indios, siempre te vienen de forma más directa.
Shimla (India)
          2º.- Ciudades: En Bangladesh. se cuidan más, a pesar de que Dhaka, para nosotros, sea la urbe más estresante del mundo. Casi todas, tienen aceras bien pavimentadas y elevadas, para que no puedan aparcar los cacharros.

          3º.- Limpieza, higiene personal y presencia: Indudablemente, en Bangladesh, la higiene es mucho mejor, a pesar de que escupan, constantemente. Sin embargo, no orinan o defecan en la calle -el país donde hemos visto más pitos del mundo, con mucha diferencia-, como en su país vecino. En limpieza gana Banglaseh, de calle. A diferencia de India, no suelen tirar las cosas al suelo o por cualquier ventana del transporte público y cuidan, extraordinariamente, sus playas.
                                                              Vasit (India)
          4º.- Comer: En el sur de la India se come con las manos y en el norte, de vez en cuando. No constatamos este hecho en Bangladesh

          5º.- Curiosidad hacia el extranjero: Por goleada, punto para Bangladesh. Tanta, que llega a ser agobiante

          6º.- Relaciones comerciales básicas: Mejor en India, donde van de frente. En Bangladesh y una vez, atrapan el dinero, de lo prometido..., NADA.

          7º.- La mujer: A pesar de las consabidas violaciones o muertes “accidentales” de mujeres en India, nos parece peor Bangladesh, dado que allí, ellas no tienen vida pública. No aparecen, ni por los vibrantes mercados, algo inaudito en el resto del mundo -incluido, el incivilizado- y no realizan trabajo público alguno. Sirva, como ejemplo, que, a lo largo de todo el país, no hay siquiera baños públicos para ellas.

                                                                                          Amber (India)
          8º.- Religiosidad: Sorprendentemente, no vimos demasiada, en un país tan severamente musulmán, como Bangladesh. En nuestra opinión, el estado va por un lado y los ciudadanos por otro.
Jaipur (India)
          9º.- Fútbol: En Bangladesh, les apasiona, al contrario, que en India.

          10º.- Fumar: Cigarrillos de los de toda la vida para Bangladesh y tabaco de mascar -así tienen los dientes-, en India

          11º.- Diversión: Inexistente, en Bangladesh

          12º.- Relación calidad-precio-variedad: claramente, vence India, en todo.

          13º.- Conducción y caminar por las aceras: en ambos países predomina el bestialismo. Dhaka es la capital mundial de los rickshaws, mientras India, el paraíso de las motos.
                                                                                                                    Udaipur (India)
          14º.- Trato del estado a sus ciudadanos: aún con menos medios, parece mejor en Bangladesh, donde no tuvimos un sólo corte de luz y siempre caminamos por las aceras.

          15º.- Pelmas: Muy focalizados y persistentes, en ambos países

          16º.- Niños: Todos los que quieras, en India. Apenas se ven en Bangladesh, porque no hay madres por la calle. ¿Donde están, en uno de los países más superpoblados del mundo?: top secret.


                                                                       Chittor (India)
        17º.- Mendicidad: Mayor en Bangladesh y siempre, femenina. Llama la atención y en India, también pasa, que van vestidas con buenas ropas y una limpieza, extraordinartia.
Bundi (India)
          18º.- Mayor problema del país: En ambos, es el mismo: la superpoblación. 150 millones en Bangladesh -en menos de la tercera parte de superficie, que España- y 1.300, en India.

          19º.- Burocracia: Extensa en los dos países, aunque mayor en India.

          20º.- Lectura: Al menos, de prensa y en público, tanto para India, clarísimamente.
                                       Kota (India)
          21º.- Dinero y compras: En Bangladesh siempre tienen cambio. En India, ¡¡buff, que estrés con este asunto.

          22º.- Calzado: En Bangladesh sirve para llevarlo en los pies, mientras en India, aún no lo sé. Tocarse los pies, a todas horas, es la afición favorita del indio, que no comparten en Bangladesh

          23º.- Facilidad para el extranjero: India es el paraiso, donde todo está escrito en inglés y en nuestro alfabeto. En Bangladesh, ni lo uno ni lo otro: ni siquiera los números de las ventanillas de la estación o los carteles de la aduana.

          24º.- Animales: Perros callejeros, vacas y cabras, son frecuentes en India, en casi cualquier ciudad. En Bangladesh, apenas unos pocos canes y si acaso, alguna cabra (no tan locas como las de la India)
Bikaner (India)
          25º.- Agua: Nunca encontramos “drinking water”, en Bangladesh y en la de India, sólo la bebimos filtrada o de garrafa. Pero, ya que viene a cuento, en India la mayoría del agua que ves, es infecta y sagrada. En Bangladesh es libre y espontánea, sea en charcaleras, ríos, lagos o marismas. Bangladesh es, el país del agua.


          26º.- Pasos elevados: En India, no hay.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Las ansias recaudatorias del gobierno de Bangladesh

Las tres primeras son, de Bangaon (India)
          ¿Por qué casi siempre acertamos en nuestras predicciones? Por diversos indicios, imaginábamos más complicada la salida de Bangladesh, que el retorno a India y ¡vaya, si fue un pronóstico correcto!.

          Las seis horas y media de trayecto anunciadas, entre Dakha y Benapole, se convirtieron en ¡14!. Y es que para ahorrar camino por carretera, el autobús debe montarse en un ferry -durante una hora-, que viene cuando le da la gana, con el agravante de que hoy es festivo, al tratarse del último día de Ramadán (Eid al Fitr). No sé ni el tiempo, que estuvimos esperando su llegada, pero no fue poco.

          En la bien organizada frontera, acechan los típicos pelmas, que te quieren “ayudar” de forma desinteresada. Nada, que se salga fuera de lo normal en los pasos fronterizos del tercer mundo.

          Los mayores y más molestos inconvenientes surgen con las autoridades y sus ansias insaciables de dinero. Rellenamos el formulario de salida y tratamos de sellarlo en la fila -más corta- de extranjeros. ¡Quietos parados!. Hay, que pagar una tasa de 500 takas -unos 5 euros-, que hasta hace apenas unos días, era de 300. Enfilamos hacia la ventanilla correspondiente y pretendemos pagar en dólares. Lo que vienen a ser unos trece en total, el funcionario y su calculadora los transforma en 30 y se queda tan ancho. Nos negamos y buscamos una oficina, que nos convierta lo necesario en las puñeteras takas, a una buena tasa.

          Con el dinero en la mano, volvemos a la ventanilla. ¡Flipamos!. Ahora, otro individuo quiere que le dejemos de propina 20 takas por su maravillosa gestión, de poner un sello en el formulario. ¡Lo lleva claro!.

          Debemos dejar constancia, que es la primera vez en nuestras vidas -con la excepción del puente de Allemby, en Israel y es por otros motivos-, que pagamos una tasa de salida por una frontera terrestre. Y lo más sorprendente es, que tienen que abonarla hasta los propios ciudadanos del país.
Las tres siguientes son, de Calcuta (India)
          Segundo intento de pasar. ¡Quietos parados! Necesitamos otro sello, esta vez, de la aduana. Vuelta atrás. El funcionario, que se ocupa de tal gestión, no se encuentra muy motivado y se conforma con abrir sólo una de las mochilas y ojear nuestra vieja Lonely Planet, de India.

          Seducidos y sedientos, caemos en una oferta tentadora del duty free : dos latas de Heineken, sólo tres dólares. La operación nos lleva unos diez desesperantes minutos, dado que debemos presentar los pasaportes, rellenar un extenso formulario y firmarlo por triplicado ejemplar. Ahora sí y con exhaustiva revisión de todos los papeles, salimos de Bangladesh, probablemente, para siempre.

          No hay mucha tierra de nadie. Una plazoleta bien pavimentada da acceso al lado indio. En ella, experimentados pelmas -a los que mantenemos a raya-, policías y miltares, contemplan atónitos, como bebemos nuestra cerveza, casi de un trago. En Bangladesh, nos ha sido imposible encontrar una tienda o bar, donde comprar alcohol, vino o cerveza

          La entrada a India es sencilla, rápida y agradable. Espera al otro lado un pueblo tranquilo -Harisdawar-, donde podemos comer garbanzos, lentejas al curry, arroz con verduras y huevo. A unos 8 kilómetros, se encuentra Bangaon, con acceso ferroviario, a Calcuta.


          En nuestro primer viaje a India y durante los últimos días de aquel, la frase recurrente era: “¿cuándo nos vamos de la India?”. Bangladesh resultó tan estresante, que lo que más repetimos allí, fue: “¿cuándo volvemos a la India?”.

Inesperada y copiosa cena de Ramadán

            Coxs Bazar (Bangladesh)
          Nuestro segundo y último día en Cox's Bazar, pasó inmerso en el aburrimiento y el húmedo calor. Como de costumbre en este país, los paseos fueron con los bultos a cuestas. Habíamos tratado de negociar con el del hotel, seis horas más de habitación, queriendo pagar en proporción, una cuarta parte del total de la tarifa. Pero, el ayer simpático y hoy irascible propietario se descolgó -con el hotel vacío-, pidiéndonos el importe de media jornada. ¡Va a ser, que no!. Sin embargo, ya no nos atrevimos a colocarle las mochilas hasta la noche. Y, como es costumbre, en Bangladesh, las agencias no ofrecen ese servicio, aunque les compres un billete de ida y vuelta a la luna. Menos mal, que como ya nos conocían, los pelmas apenas nos agobiaron.
Esta y la siguiente son, de Chittagong (Bangladesh)
        Sin embargo, la jornada tuvo dos momentos muy agradables y divertidos: la comida y la cena. Para la primera y al ser Ramadán, nos prepararon un reservado en el restaurante, con cortina y vigilante incluido. Casi parecía un compartimento del Orient Exprés . Y todo, para un menú de garbanzos y fritanga varia, que no llegó a medio euro entre los dos.

          Por la tarde, volvíamos acelerados de la playa, en busca del baño de la agencia de buses, dónde poder aliviar mi intestino. Cuando entramos, había empezado la copiosa cena de Ramadán y nos invitaron a sentarnos a su mesa. Insistieron tanto, que no pudimos negarnos. Primero, una samosa vegetal -rica, como las del sur de India-, junto a un dulce de miel. Después, un vaso de zumo de mango. Y, finalmente, para nuestra sorpresa, una gigantesca ración, que mezcla una especie de snacks de arroz, carne, garbanzos, verduras picaditas y enormes rodajas de pepino. ¡Delicioso! Aunque sufrimos lo indecible para terminarlo, no era plan de hacerles un feo, dejando algo en el plato.

          El autobús nocturno, que nos transporta de vuelta a Dakha, resulta muy confortable. Las vistas de Chittagong -a cubierto, desde el vehículo- se muestran muy coloridas y vibrantes, aunque menos arriesgadas y emocionantes, que cuando las contemplamos de día, desde un alocado rickshaw (el más peligroso de todos nuestros viajes).

          Veníamos a esta nación con dos prejuicios, que para nada se han cumplido en la realidad: un transporte infernal y una pésima comida. Los autobuses, tanto diurnos como nocturnos, sensacionales y nuestra alimentación, rica y variada, a pesar de estar en el mes sagrado musulmán (lástima, que nunca cuezan bien los garbanzos -aquí, negros- o que sean tan malos, que siempre quedan duros).
Esta y la siguiente son, de Dhaka (Bangladesh)
          A la llegada a destino, nos aguardaba un nuevo acontecimiento inesperado: no hay bus directo desde Dakha, a la frontera con India, hasta la noche. Por tanto, nos toca pasear todo el día por la capital con el equipaje a la espalda, entre el caos y el insufrible calor húmedo.


          Ya casi al atardecer, nos sumergimos junto a los lugareños, en la fritanga local, que es mucho más variada y apetitosa, que en el resto del país: un delicioso rollito relleno de verduras y rebozado, una croqueta con un huevo relleno dentro y una picantísima empanadilla vegetal, pusieron fin a nuestra estancia en Dakha.

Desconcertante, Cox's Bazar

                                                 Todas las fotos de este post son, de Cox's Bazar (Bangladesh) 
         A Cox's Bazar, se llega entre llanuras verdosas, agua -en sus distintas modalidades y estado de pureza-, chimeneas y montoneras de ladrillos -probablemente, rudimentarias fábricas-, poblaciones estresantes y estresadas y gracias a un buen autobús (como todos los que cogimos en el país, donde todo el mundo lleva plaza y nadie viaja de pie).

          De los desoladores sitios de playa del tercer mundo -son tantos-, Cox's Bazar es uno de los que menos nos gustan -y , eso que la playa es magnífica, pero no le basta con ser la más larga del mundo- y de los que menos entendemos su funcionamiento.

          Se trata de una especie de marina, a unos tres kilómetros de la población principal. La primera linea de playa no da a a la misma. Más bien, en época de monzón como esta, a enormes charcaleras, que parecen estanques sagrados, de lo fétidas y grandes, que son. Edificios en construcción eterna, cacharros irrespetuosos por todas partes -muy pocos de ellos, son coches-, falta de cualquier servicio en la playa: duchas, socorristas o papeleras. aunque sí hamacas y sombrillas de pago.

          Hasta aquí, todo es más o menos comprensible, por cualquier viajero playero del tercer mundo. Pero si les das dos vueltas más allá a la cosa, te entra cierta incertidumbre. Primero, por la agresividad de sus escasos habitantes -la mayoría del sector transporte-, vendedores y buscavidas de la playa. Después, por los miles y miles de plazas hoteleras, que hay desocupadas (rondan el 100%). Más tarde, por la soledad playera y la sensación de peligro. Posteriormente, porque aparte de tomar un refresco, unos snacks o como mucho, tres clases de fritanga -rellenos apestosos, bondas de patata y rebozados vegetales-, no puedes llevarte nada a la boca

          Es verdad, que estamos en Ramadán y hay algunos restaurantes cerrados, pero la proporción, en relación con los inquietantes hoteles, es de 1 a 200. ¿Los turistas, aquí, sólo duermen? Debe ser, porque ni garitos de cambio, ni farmacias, ni supermercados, ni... sólo transporte, para ir a ninguna parte.

          Si el viajero bucea más y se aventura en la segunda linea de charcos -que no de playa-, descubre más de lo mismo: guest houses, hoteles, resorts... Pero ahora en calles, cuyo único asfalto es, el de varios metros cuadrados, rodeando, exclusivamente, sus puertas y accesos. Y, hasta ahí, ¿traen a los huéspedes en brazos?.

          Después de que nos trataran de robar, sin éxito, asistimos a un espectáculo nocturno alucinante, desde nuestra cama, sin necesidad de movernos: la mezquita empieza a lanzar sus bufidos, mientras en el hotel ponen, a todo trapo, el canal Meca 24 horas. Centenares de voces repican el mensaje, mientras en la calle principal, la desordenada algarabía de unos cuantos individuos -los del transporte, que no paran ni para cenar en Ramadán-, nos da aún más inseguridad, a pesar de la sólida puerta de la habitación. ¿se habrán metido algo para el cuerpo? ¡No! ¡Cómo se puede ser tan mal pensado!. Un individuo, en una ubicación cercana, pero desconocida, escupe gargajos -al estilo de aquí, muy sonoro- cada segundo, como si fuera un rifle de repetición, para completar el misterioso escenario

          Al amanecer, todo se desvanece, en uno de los lugares más inhóspitos del mundo y donde los cangrejos en la playa, campan a sus anchas, dejando bonitas y fotografiables marcas.

          En Cox's Bazar, vimos a los siete únicos guiris, contemplados en Bangladesh. Por cierto y hablando de playas, en India compraron una tela roja de miles de metros y se dedicaron a cortarla y a ponerla de bandera en todas sus playas. Así, no se baña nadie y no hay responsabilidades, ni necesidad de socorristas.

          En este caso, Cox's Bazar es muy accesible para cualquiera, que sepa chapotear, que no nadar. Puedes meterte decenas de metros y el agua solo te llega por las rodillas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Radiografía de Bangladesh

                                                Esta y las tres siguientes son, de Cox's Bazar (Bangladesh)
          Probablemente y a no tardar mucho, escriba un post sobre las diferencias entre los indios y los habitantes de Bangladesh, pero el objetivo hoy es, hablaros solamente de los segundos, desde el punto de vista de una persona observadora, que ha pasado unos cuantos días en el país.

          Aunque me pueda buscar enemigos, no comparto la mayoría de los tópicos de los escasos relatos de viajes, sobre este país, que indican, que se trata de una gente muy agradable, sin malicia o que te rodean para cortejarte (entre otros). Y es que como en todas las partes -y más en este tipo de países-, cuantas más horas pasas en la calle, más precisa y argumenttada es la opinión. Y nosotros, echamos bastantes, entre otras cosas, porque al tener, que viajar tres noches, idénticos días estuvimos sin hotel.

          En general, la gente es muy colaboradora con los escasos extranjeros. Nosotros sin planos y sin guía, conseguimos llegar donde nos propusimos. Cuando preguntamos algo en la vía pública, como por arte de magia, la información va pasando de unos a otros, hasta que llega el que lo sabe o “el del inglés”. Se trata de un proceso, asombrósamente eficaz y celérico.

          Hasta ahí, bien, pero después, se encuentra el lado negativo: cada vez que te paras o te sientas, te va rodeando, sigilosamente, poco a poco y en círculo, un montón de de personas -de todas las edades-, que no dicen nada, hasta que uno se atreve a comentar lo que se le ocurra y si no protestas, te acaban engullendo, pues cada rato se acercan más. La primera vez, te hace cierta gracia, pero cuando ocurre 10 veces cada día, la cosa cambia.
Camino de Cox,s Bazar (Bangladesh)
          Otra cuestión peliaguda, que pone a prueba tu paciencia, es tener que contestar unas cinco mil veces al día, por los abarrotados y caóticos mercados, a la cansina pregunta: ¿country?, ¿wich is your country? Y no todos -ni siquiera, la mayoría- llevan buena intención: muchos, sólo la de molestarte.

          Algo, que nos llamó la atención, fue que cuando te ven en la mitad de la calle sin hacer nada y sentado, repasando del calor o porque te apetece, intuyen que tienes problemas y pretenden ayudarte. No entienden el concepto ocio -a diferencia de otros muchos países musulmanes- y no me extraña, porque en Bangladesh hay poco que hacer: ni parques, ni centros comerciales, ni bares -ni siquiera de té o coca-colas-, ni juegos de azar, ni locales para fumar pipas de agua...

 Esta y las dos siguientes son, de Chittagong (Bangladesh)
        Para ellos, el entretenimiento podría ser ir a la mezquita, aunque tampoco van como posesos, como en otras partes. Y para el guiri, colo le queda acudir al ciber horas y horas -hasta reventar-, donde lo hay.

          Sin duda , la falta de actividades lúdicas y la ausencia total de las mujeres de toda edad en la calle -ni siquiera, en los mercados- son las dos cuestiones, que más nos han sorprendido -negativamente-, de Bangladesh, al margen de la voracidad recaudatoria -en todos los ámbitos- de su impío gobierno.

          Pero, vuelvo a la senda trazada y por simplificar, dividiría a los bangladeshianos por su actividad y por la ciudad de residencia. Detectamos muy claramente, que los propietarios de negocios o empleados son muy sonrientes, hasta que te atrapan el dinero. Luego, su rostro cambia. Tenemos ejemplos para aburrir y el más destacado es, el de una agencia de autobuses, que prometió guardarnos el equipaje, si le comprábamos el billete y cuando se lo llevamos, dijo rotundamente, que no. En la sala de espera de esa misma empresa -es un decir- y como hacen con los mendigos, otro empleado pretendió echarnos a la calle, sin ni siquiera preguntar, si teníamos boleto para viajar con ellos.

          Y la segunda propuesta, más que tratar de diferenciar por ciudades, como es la gente, hablaré de la seguridad en el país, que no es tan idílica como se dice. Dakha, de noche, no es una ciudad recomendable y de día, también tuvimos algún problema puntual. Lo peor, la espera de los autobuses, en la zona de Fakirapol street, al anochecer. Si no la haces en la oficina de tu proveedor, se convierte en tortuosa, entre mendigos persistentes, vendedores, curiosos, buscavidas... Y eso sí, no te muevas de esa zona, porque puede ser más arriesgado. En cuatro horas, tuvimos que cambiar más de diez veces de ubicación, para desatascar todo lo que nos rodeaba.
Esta y la siguienhe son, de Dhaka (Bangladesh)
          Chittagong es más tranquila, aunque yo tampoco la abordaría de noche, sino es desde un autobús, como hicimos al volver de Cox's Bazar: el tráfico -cientos rickshaws a las doce de la noche-, los edificios y las tienda iluminados, con las coloridas luces del Ramadán -las de Navidad, de toda la vida- y sus calles desconcertantes, componen una preciosa estampa. Porque además, la noche siempre tapa y confunde.

          Y me dejo la mención especial, para Cox's Bazar, uno de los lugares más inhóspitos del mundo -he dicho bien-, donde los “profesionales” del transporte te acosan hasta la extenuación, los vendedores te intentan timar o cualquier ciudadano aburrido -todos-, se cree con el derecho de meterse en tu vida.


          En este lugar, por mucho Ramadán que fuera y por muy musulmanes, que sean, nos trataron de robar a las tres de la mañana, por el mismo método de siempre (Malawi y Turquía): vigilarte durante el día y después de una hora de haberte acostado, aporrear la puerta, gritando, para ver si la confusión, te hace abrirles la puerta. Lo que ocurre después, ya os lo podéis imaginar.