A lo largo de este viaje, se
están desvelando mis poderes de adivinación y no siempre –más bien, casi nunca-
con buenos resultados para nosotros. A aquella legendaria maldición, de “que se te cumpla, lo
que desees”, le estamos empezando a encontrar el sentido.
El ilógico
horario del bus de Estambul a Plovdiv –opción por descarte y no por
preferencia-, nos hacía ponernos en la ciudad búlgara, sobre medianoche, hora
bastante mala, para buscar un hotel de los nuestros -no de los de recepción en
la planta baja, sino de los que hay que subir empinadas escaleras y no tienen
“h”-. Entre risas y desde que hemos subido al vehículo, deseamos una
imprevisible avería –sería raro, dado que el bus es nuevo-, de cuatro o cinco horas
de duración, que nos retrase. Pero, ahí queda la cosa.
Las autovías turcas son arterias
de sangre azul, por donde todo circula con orden, sin presentar demasiados
acontecimientos, para alcanzar la frontera de Bulgaria, donde nos espera una de
las grandes sorpresas del viaje. Salimos de Turquía sin problemas y empiezan
todos –tras una parada en un enorme, desangelado y caro duty free-, al llegar a
Bulgaria.
Primero,
deben pasar el control los búlgaros (bendita igualdad de los estados
asociados). Después, presentan la documentación los turcos –a los que les ponen
un sello-, un chino y un serbio. Previamente y sin explicaciones, han retenido
nuestros pasaportes, con gesto bastante tosco. También, los de dos chicos, con
portada de color verde, de la que no logramos identificar el país.
¿Extorsión dentro de la propia
Unión Europea?. Tiene toda la pinta. Empiezan los gestos y aspavientos
exagerados, las llamadas telefónicas y las preguntas: sí es la primera vez, que
venimos a Bulgaria, cuántos días vamos a estar, adónde nos dirigimos…
Aunque parezca increíble, esto
nos está pasando en un territorio de libre circulación y permanencia. Pero, los
funcionarios búlgaros, aún no han abandonado sus viejas artes, que ya sufrimos
en dos ocasiones anteriores. La primera, en 1997, cuando pretendíamos tomar un
bus a Estambul y en los alrededores de la estación, dos policías nos retuvieron
los pasaportes en una perfecta emboscada y nos dieron muchas gracias cuando
para recuperarlos les “regalamos” 20 $. Escribimos una carta a la embajada y
nos agradecieron la información, pero nada más. Días antes y al entrar al país,
nos trataron de cobrar un visado, que en aquellos tiempos, ya no era necesario
para los españoles.
Cada vez vamos poniendo un gesto
más serio e impaciente y cuando formulan la siguiente pregunta, les paramos los
pies, en seco y les indicamos, que no vamos a seguir, formando parte de este
interrogatorio. Somos ciudadanos europeos y sabemos nuestros derechos. Si se
nos acusa de algo, que nos lo hagan saber. Si no, ya nos pueden ir, devolviendo
el pasaporte, por favor. Y así lo hacen, aunque de muy mala gana y maneras.
Subimos al bus y allí se quedan
los dos chicos del pasaporte verde. No sabemos, que les han requerido, pro lo
cierto es, que si no avisamos nosotros al conductor, arranca y se va sin ellos.
En total y por razones desconocidas, cuatro horas tardamos en abandonar la
frontera búlgara. Nos dormimos en este tiempo
Cuando me despierto, con un sonoro pitido
taladrándome los tímpanos, me entero de que llevamos más de cuatro horas –que
llegarán a ser siete-, en el arcén de la carretera, con el vehículo averiado. .
Como ya había hecho en la frontera, el chofer arranca y para el vehículo, cada
dos minutos, mientras mira al infinito. Al estar todo automatizado, tampoco se
pueden abrir los maleteros.
Para colmo, ya estoy empezando a
estar hasta las narices, de la búlgara, que viaja a nuestro lado. Habla
español, porque ha estado en nuestro país y sus dos hermanas, se encuentran
casadas con españoles. Tiene cáncer de pulmón y está tratándose en una cara
clínica, de Estambul
Al principio, ha comenzado siendo
simpática y hasta nos ha recomendado un pueblo de casas tradicionales, río y
montañas, cercano a Plovdiv (nos ha escrito el nombre, en cirílico, para que
preguntemos). Pero, poro a poco, se ha ido haciendo muy cargante y ahora se
atreve, a acusarnos, de que nos estamos poniendo nerviosos y lo dice de mala
manera. ¡Cómo para no estarlo, después de la nochecita, que llevamos!.
Las prometidas seis horas, desde
Estambul a Plovdiv, se han convertido en más de diecisiete. Y hemos llegado,
gracias, que al fin, a que a las 9 y 22, han traído un microbús, que ya sí, nos
lleva a nuestro destino, sin más percances.