Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

sábado, 7 de octubre de 2023

Gdansk y Sopot

           La noche del aeropuerto de Gdansk estuvo lloviendo abruptamente y de forma ininterrumpida y cuando tomamos el autobús al centro por la mañana, aún seguía diluviando. Menos mal, que después de un par de horas, lo terminó dejando y el cielo se abrió.

          Hemos estado muchas veces en Polonia y conocemos gran parte del país y para nosotros, está ciudad es la más bonita y más, en el buen estado de conservación, que se encuentra hoy, mucho más coqueta, peatonal -aunque necesitaría aún más - y cuidada, que en nuestra única anterior visita, en septiembre de 1.998. Junto a Bergen, han sido las dos joyas del viaje, sin desestimar al resto de los destinos.

          Si ha habido un hecho realmente recurrente en este viaje ha sido, la cantidad de atractivos, que se encuentran en labores de mantenimiento y por tanto, con andamios o tapados. Esto siempre da un poco de rabia, pero es necesario. Así, en Gdansk, estaba vallada buena parte del lado izquierdo del canal principal y por la parte de abajo, su famosa y veterana grúa.

          De verdad, que ya estáis tardando en visitar esta ciudad de casco histórico impecable y canales mágicos. Junto a uno de ellos, está nuestro alojamiento, que ocupamos, en cuanto pudimos, porque desde hace tiempo, los check-in son cada vez más tardíos y los check-out, más tempraneros.

          En este caso, el recibimiento fue presencial, ágil y amable. La agradable habitación contó con tres camas y un techo abuhardillado. El baño, compartido y un buen wifi, que nos permitió comprar de un tirón, los vuelos de Bergen, a Katowice; desde la ciudad polaca, a Ibiza y desde esta isla, a Valencia, para cerrar los tramos aéreos del viaje, que aún estaban abiertos. Un regreso  algo extraño y enrevesado, pero todo lo demás salía carísimo.

          Si algún recuerdo relevante teníamos del otoño de finales del siglo pasado, en Gdansk, eran sus enormes bollos dulces rellenos de cantidades ingentes de queso y que compartíamos con las agresivas avispas del lugar. Los comprábamos en un subterráneo cercano a la estación de cercanías, donde operaban con enorme actividad y éxito numerosos puestos y hasta un McDonald's.

          Hoy en día y como parece normal con el paso del tiempo, han desaparecido todos, menos uno. Y casualmente, ese es la pastelería, que hacía nuestras delicias y que según aseguran, abrieron en 1.945. Nos zampamos un par de ejemplares, sumidos en la decepción: son mucho más caros, pequeños y su relleno no ofrece ni la cuarta parte, que entonces. Nada es, lo que fue y más, en Polonia, donde con otras comidas, ya nos ha pasado lo mismo otras veces.

          Dedicamos unas cuantas horas a la localidad de Sopot, situada cerca del camping, donde habíamos pernoctado hace veinticinco años. Cuenta con algunos atractivos modestos, aunque lo que más destaca es su magnífica y eterna playa -dicen, que es la mayor escollera de Europa -, sin apenas nadie en su fina y dorada arena o en el agua, escenificando con crudeza el final del verano.

          El viernes 15, volamos a Bergen, sin contratiempos. A este lugar dedicamos nuestro siguiente artículo.

jueves, 5 de octubre de 2023

Un día aciago (parte II)

           Tuvimos, que caminar largo rato por la ribera de un río, esquivando la densa y molesta vegetación, hasta llegar a la puerta del establecimiento, que no cuenta con cartel o indicación alguna. Cuando ya nos íbamos a ir, después de haber llamado varias veces al timbre, apareció una señora -más tirando a vieja, que de mediana edad - y comenzó un intento de encerrona de manual. Como ella solo hablaba polaco y a gran velocidad tuvimos, que activar la aplicación Sayhi. ¡Lo del roaming gratis es una maravilla!

          En Booking pedían 105 zlotis, pero la buena mujer se desató, pidiéndonos 180. Le explicamos la situación y comenzó a darnos excusas, de que era una alcoba de mayor categoría y con el baño dentro, que la ofertada en internet. Y nosotros, volviendo a preguntar por la otra, pero no soltaba prenda sobre el precio. Y así, en bucle, estuvimos sin avanzar, durante algunos minutos.

          A esas alturas de la conversación ya teníamos claro, que la mujer era una sinvergüenza de categoría, pero aún así, tratamos de jugar la última baza, para evitar dormir en el aeropuerto. Le preguntábamos, si nos daba la habitación al primer precio, si hacíamos la reserva con la aplicación, allí mismo y nos contestó, que habría, que discutirlo, porque tendría, que hablar con su jefe, a ver que le decía . Y sin dejarnos siquiera responder indicó, que no tenía más tiempo para nosotros. ¡Vamos, que nos llevamos un buen plantón a la polaca!

          Evidentemente y cabreados tuvimos, que deshacer el sórdido camino para volver al centro. Decidimos visitar el precioso casco histórico de esta ciudad, en la que ya habíamos estado, en 1998 y de la que no recordábamos mucho, a la vez, que buscábamos alojamiento. Pero, las esperanzas de encontrarlo eran escasas, porque hoy en día, lo que no viene en Booking, sencillamente, no existe. Para estropear más la tarde, volvió a llover con fuerza y tuvimos, que parar un rato.

          Al menos y para la jornada venidera, nos aseguramos la reserva a buen precio, de una habitación en un hotel localizado y con mucha mejor pinta, que el de la pesadilla.

          Sobre las nueve y media de la noche y después de haber adquirido viandas y bebidas en un céntrico Aldi, nos dirigimos a la parada del autobús, pero la máquina expendedora se negaba a aceptar nuestras tarjetas de crédito. Así, que ni cortos ni perezosos, nos montamos al vehículo con los billetes erróneos del mediodía y no tuvimos más problemas, que ya habían sido bastantes.

          En el aeropuerto, buen wifi, taburetes para cargar el móvil y bastante permisividad con el tema de la cerveza y el alcohol. Aunque por la mañana, sobre las ocho y media, los maderos polacos nos despertaron y pidieron la tarjeta del embarque, que no teníamos para ese día, sino para el siguiente. Así, que nos echaron fuera.

Un día aciago (parte I)

           Ineludiblemente, todos los viajes cuentan con un día desastroso y en ello también, está la gracia de la cosas, si todo termina saliendo bien y no se sufren desagradables consecuencias, como ocurrió en este caso 

          De madrugada, partimos desde Kaunas, a Gotemburgo, donde nos esperaba una escala de casi siete horas. Habíamos pensado en bajar a la ciudad, aunque no tenga muchos atractivos, pero se nos quitaron las ganas al saber, que el autobús al centro cuesta unos veinte euros por tramo y persona (algo menos caro, si lo compras por internet).

          Al llegar al destino, sin novedad, el cielo estaba nublado, había algo de niebla y pinteaba. Por primera vez en el viaje tuvimos, que ponernos el jersey. Nos aburrimos, como ostras, porque en los alrededores del aeropuerto no hay nada y en el interior, el wifi es de pago. Menos mal, que nos encontramos una enorme caja sin abrir de dulces y nos atiborramos a caramelos de una de las casas de cambio, que son los más ricos, que hemos chupado en años. También, tuvimos tiempo, de ojear algún olvidado tabloide local en papel, donde la única referencia a España era, el ínclito Luis Rubiales, a pesar de que ya habían pasado varios días de su dimisión.

          Pasada la una de la tarde del miércoles partimos hacia Gdansk, donde aterrizamos incluso, un poco antes de tiempo. Ahí, terminaban nuestras buenas venturas de la jornada. De antemano, ya contábamos, que solo había dos opciones: o salvábamos los muebles, sin más o la tarde sería un desastre absoluto. Juzgar vosotros mismos, atendiendo a los hechos.

          Primero, nos quedamos sin plano de la ciudad, porque en la oficina de turismo nos pidieron seis zlotis, que no estábamos dispuestos a pagar. Sí nos dieron gratis uno de la cercana Sopot. Después, asistimos al gran atraco de la casa de cambio: 3,36 zlotis por euro, cuando en el centro, posteriormente, nos dieron 4,48. Por supuesto, no canjeamos nada de dinero. Y para terminar el primer acto, nos equivocamos con el billete de autobús, que es válido para el centro de la ciudad y tuvimos , que adquirir otro.

          No nos habían desplumado en el stand de turismo, ni en el infecto garito de cambio, para terminar pagando la misma cantidad con tarjeta a la máquina automática de tickets. El autobús es muy barato, pero extremadamente lento (un poco menos por la noche).

          Nada más bajar en el centro comenzó el diluvio universal. Menos mal, que no tardamos en encontrar una oficina de cambio. Nos refugiamos en un centro comercial con supermercado y nos dispusimos a comprar unas cervezas. Cuando mi pareja iba a pagarlas, se estropeó la caja y perdimos más de cuarto de hora en esta gestión. Mientras yo, trataba de buscar hoteles en Booking, pero la red se había caído y resultaba imposible obtener cobertura. ¡Desquiciados!.

          Al fin, la agresiva lluvia se quedó en molesto pinteo. Habíamos seleccionado un hotel con no muy buenas críticas, pero ese día no había otra cosa de precio accesible. No quisimos reservarlo por internet, hasta dar físicamente con él, porque el pago era por adelantado, como casi siempre ahora. Tardamos en llegar más de media hora, cruzando varios barrios sórdidos, muchas carreteras atestadas de tráfico y varias peligrosas vías de tranvía. Teníamos desde hace tiempo in mente, el debate interno sobre la conveniencia o no de este medio de transporte. Ahora y por fin, tenemos clarísimo, que no. Mete demasiado ruido y en el caso de Gdansk, parte la ciudad en trocitos.

miércoles, 4 de octubre de 2023

Kaunas, Vilnius y las sardinas

           En el aeropuerto de Copenhague, camino de Kaunas, nos sustrajeron dos latas de sardinas, bajo el pretexto, de que contenían líquidos. Tratar de convencer al cabeza buque danés de turno, de que era una pequeña parte de tomate y de que el total del contenido era de 90 gramos - por debajo de los 100 mililitros - fue imposible.

          El aeropuerto de Kaunas se encuentra cerca del centro. El bus, que te lleva allí, es lo único barato, que encontramos en este país. Nada más descender del vehículo y en una mañana soleada y con temperatura alta, nuestras primeras enemigas fueron las hambrientas avispas. Comíamos un par de dulces, comprados en un poco animado mercado y cinco de ellas, nos atacaron vorazmente. Mi pareja consiguió introducir a una de ellas dentro de la bolsa de los bollos y la estrujó. De las cuatro restantes nos costó más, librarnos.

          La segunda batalla fue nuestro primer hotel del viaje, de autocheck-in. Mucha incertidumbre, cabreos al sol y paseos airados, antes de que nos mandarán las claves de acceso al establecimiento y la llave de la habitación, sin baño. Apartamento turístico compartido bastante regular, pero al menos, encontramos una cama, una ducha y un lugar para dejar las mochilas.

          Quizás, Kaunas sea una ciudad más para vivir, que para turistear. Es tranquila y cuenta con dos muy agradables largas calles peatonales, que invitan al paseo y al relax. El centro histórico no es muy grande, pero tiene una bella plaza -habitual, en los países bálticos -, varias iglesias de relumbrón y una fortaleza. En ella, padecimos el siguiente problema: un agresivo hombre, que nos censuró y abroncó, porque una mujer estuviera haciendo una foto a un hombre, lo que él, consideraba inadmisible. Costó librarse de semejante imbécil.

        Al día siguiente nos fuimos, a Vilnius, ciudad ya visitada en 2.005, de la que no nos acordábamos mucho. Vilnius es bellísima y está bien cuidada en materia de limpieza y mantenimiento, pero la mayor contrariedad resulta ser, que el tráfico invade la mayor parte del casco histórico, haciendo molesta la visita.

          A poco más de treinta kilómetros de Vilnius, se aloja el bello castillo de Trakai. Pensábamos, que se podía hacer un triángulo de transporte público entre estos dos puntos y Kaunas, pero la realidad es, que solo se puede acceder desde el primer lugar, en tren o en autobús. Así, que nos quedamos sin visitarlo.

          El salario medio en Lituania supera por poco los mil euros mensuales, pero en general, la vida es más cara, que en España, siendo el precio de la cerveza y del alcohol, prohibitivos. Hay suficientes supermercados y mercados, pero los escasos clientes en ambos lugares llevan muy poquitas compras.

          La segunda noche en el país baltico y por motivo de nuestro tempranero vuelo, a Gotemburgo, nos tocó dormir en el aeropuerto, sin molestias. Al acceder a los controles de seguridad observamos un mostrador, donde al menos, había apiladas cien latas de sardinas requisadas a los pasajeros. No lo entendemos, siquiera sabiendo, que los envases de este pescado en Lituania son redondos y pesan casi doscientos gramos.

          

Cristiania y el barrio rojo

           Podía contaros, que Cristiania es una Comunidad Hippie, que nació a principios de los años setenta, fundada por unos padres jóvenes, que querían más libertad para sus hijos y que ocuparon unos viejos barracones militares, que hoy está constituida por unos mil vecinos y bla, bla, bla. Pero, no estamos aquí para perder el tiempo, ahora, que lo optimizamos tanto, en ofrecer información, que cualquier recurso internético os puede suministrar.

          De forma breve, toca exponer nuestro punto de vista:

          Nosotros ya estuvimos en este lugar hace dieciocho años y nada más alejado de su mito: sucio, semiabandonado, sin actividad humana visible y plagado de grafitis rancios y desgastados. Pero hoy, ha cambiado para bien, aunque con muchísimos matices.

          La Cristiania actual nos genera una confusión de emociones. Ha sido rehabilitada con gusto, se han montado negocios -alternativos, pero muy interesantes -, que le dan atractiva vida y muchos de los grafitis renovados son, casi, obras de arte.

          Pero por otra parte, hay un poquito de Disneyland en este recinto, algo también lícito. Reinventarse está bien, si sale rentable económicamente, aún siendo hippie. De hecho, nosotros lo somos bastante, de siempre. Pero, si proclamas tu libertad y el derecho muy loable a ser feliz, no puedes afear a los que te visitan, porque quieran dejar constancia de cómo se vive allí.

          A nosotros, nos amenazaron e insultaron por grabar un vídeo, en el que ni mucho menos, buscábamos sensacionalismo, retratando los chiringuitos donde se comercializan drogas sin tapujos. A nosotros nos da igual, lo que venda o consuma cada uno y mucho más a estas edades, pero no podemos permitir ni tolerar, que los que piden respeto hacia su causa, nos falten al nuestro y más -aunque no lo quieran-, en un espacio público. Porque, ni Cristiania, ni Copenhague, ni Europa -a la que tanto odian-, ni el mundo, es suyo, por muy de guays -si sigue vigente la palabra -, que vayan por la vida. Ser alternativo e independiente está bien, pero tocar los cojones al prójimo, no tanto.

          Vamos con el Barrio Rojo, que parece ser, fue algo parecido al de Amsterdam (no sabemos, como está la situación en la ciudad holandesa, porque hace más de veinte años, que no vamos por allí). Es el barrio de Vesterbro. Antiguamente era la zona de los mataderos y de la prostitución.

          No lo visitamos en 2.005, así, que no podemos opinar sobre su situación en aquellos años. Está en el otro lado de la estación de trenes. Pero parece ser que ahora se ha convertido en un barrio de moda. Hay museos, como el de la Carlsberg y otra zona de ocio en los antiguos mataderos. Esto no se ve en la calle próxima a la estación, que, es por donde paseamos  y que era la peor del barrio, hace unos años. Nosotros vimos muchos hoteles, unos cuantos -a priori - inocentes negocios chinos -que raro-, algún sexo shop decadente y si rebuscas e investigas, algún club de alterne.

A unos pocos kilómetros de Tánger