La noche del aeropuerto de Gdansk estuvo lloviendo abruptamente y de forma ininterrumpida y cuando tomamos el autobús al centro por la mañana, aún seguía diluviando. Menos mal, que después de un par de horas, lo terminó dejando y el cielo se abrió.
Hemos estado muchas veces en Polonia y conocemos gran parte del país y para nosotros, está ciudad es la más bonita y más, en el buen estado de conservación, que se encuentra hoy, mucho más coqueta, peatonal -aunque necesitaría aún más - y cuidada, que en nuestra única anterior visita, en septiembre de 1.998. Junto a Bergen, han sido las dos joyas del viaje, sin desestimar al resto de los destinos.
Si ha habido un hecho realmente recurrente en este viaje ha sido, la cantidad de atractivos, que se encuentran en labores de mantenimiento y por tanto, con andamios o tapados. Esto siempre da un poco de rabia, pero es necesario. Así, en Gdansk, estaba vallada buena parte del lado izquierdo del canal principal y por la parte de abajo, su famosa y veterana grúa.
De verdad, que ya estáis tardando en visitar esta ciudad de casco histórico impecable y canales mágicos. Junto a uno de ellos, está nuestro alojamiento, que ocupamos, en cuanto pudimos, porque desde hace tiempo, los check-in son cada vez más tardíos y los check-out, más tempraneros.
En este caso, el recibimiento fue presencial, ágil y amable. La agradable habitación contó con tres camas y un techo abuhardillado. El baño, compartido y un buen wifi, que nos permitió comprar de un tirón, los vuelos de Bergen, a Katowice; desde la ciudad polaca, a Ibiza y desde esta isla, a Valencia, para cerrar los tramos aéreos del viaje, que aún estaban abiertos. Un regreso algo extraño y enrevesado, pero todo lo demás salía carísimo.
Si algún recuerdo relevante teníamos del otoño de finales del siglo pasado, en Gdansk, eran sus enormes bollos dulces rellenos de cantidades ingentes de queso y que compartíamos con las agresivas avispas del lugar. Los comprábamos en un subterráneo cercano a la estación de cercanías, donde operaban con enorme actividad y éxito numerosos puestos y hasta un McDonald's.
Hoy en día y como parece normal con el paso del tiempo, han desaparecido todos, menos uno. Y casualmente, ese es la pastelería, que hacía nuestras delicias y que según aseguran, abrieron en 1.945. Nos zampamos un par de ejemplares, sumidos en la decepción: son mucho más caros, pequeños y su relleno no ofrece ni la cuarta parte, que entonces. Nada es, lo que fue y más, en Polonia, donde con otras comidas, ya nos ha pasado lo mismo otras veces.
Dedicamos unas cuantas horas a la localidad de Sopot, situada cerca del camping, donde habíamos pernoctado hace veinticinco años. Cuenta con algunos atractivos modestos, aunque lo que más destaca es su magnífica y eterna playa -dicen, que es la mayor escollera de Europa -, sin apenas nadie en su fina y dorada arena o en el agua, escenificando con crudeza el final del verano.
El viernes 15, volamos a Bergen, sin contratiempos. A este lugar dedicamos nuestro siguiente artículo.
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