Ineludiblemente, todos los viajes cuentan con un día desastroso y en ello también, está la gracia de la cosas, si todo termina saliendo bien y no se sufren desagradables consecuencias, como ocurrió en este caso
De madrugada, partimos desde Kaunas, a Gotemburgo, donde nos esperaba una escala de casi siete horas. Habíamos pensado en bajar a la ciudad, aunque no tenga muchos atractivos, pero se nos quitaron las ganas al saber, que el autobús al centro cuesta unos veinte euros por tramo y persona (algo menos caro, si lo compras por internet).
Al llegar al destino, sin novedad, el cielo estaba nublado, había algo de niebla y pinteaba. Por primera vez en el viaje tuvimos, que ponernos el jersey. Nos aburrimos, como ostras, porque en los alrededores del aeropuerto no hay nada y en el interior, el wifi es de pago. Menos mal, que nos encontramos una enorme caja sin abrir de dulces y nos atiborramos a caramelos de una de las casas de cambio, que son los más ricos, que hemos chupado en años. También, tuvimos tiempo, de ojear algún olvidado tabloide local en papel, donde la única referencia a España era, el ínclito Luis Rubiales, a pesar de que ya habían pasado varios días de su dimisión.
Pasada la una de la tarde del miércoles partimos hacia Gdansk, donde aterrizamos incluso, un poco antes de tiempo. Ahí, terminaban nuestras buenas venturas de la jornada. De antemano, ya contábamos, que solo había dos opciones: o salvábamos los muebles, sin más o la tarde sería un desastre absoluto. Juzgar vosotros mismos, atendiendo a los hechos.
Primero, nos quedamos sin plano de la ciudad, porque en la oficina de turismo nos pidieron seis zlotis, que no estábamos dispuestos a pagar. Sí nos dieron gratis uno de la cercana Sopot. Después, asistimos al gran atraco de la casa de cambio: 3,36 zlotis por euro, cuando en el centro, posteriormente, nos dieron 4,48. Por supuesto, no canjeamos nada de dinero. Y para terminar el primer acto, nos equivocamos con el billete de autobús, que es válido para el centro de la ciudad y tuvimos , que adquirir otro.
No nos habían desplumado en el stand de turismo, ni en el infecto garito de cambio, para terminar pagando la misma cantidad con tarjeta a la máquina automática de tickets. El autobús es muy barato, pero extremadamente lento (un poco menos por la noche).
Nada más bajar en el centro comenzó el diluvio universal. Menos mal, que no tardamos en encontrar una oficina de cambio. Nos refugiamos en un centro comercial con supermercado y nos dispusimos a comprar unas cervezas. Cuando mi pareja iba a pagarlas, se estropeó la caja y perdimos más de cuarto de hora en esta gestión. Mientras yo, trataba de buscar hoteles en Booking, pero la red se había caído y resultaba imposible obtener cobertura. ¡Desquiciados!.
Al fin, la agresiva lluvia se quedó en molesto pinteo. Habíamos seleccionado un hotel con no muy buenas críticas, pero ese día no había otra cosa de precio accesible. No quisimos reservarlo por internet, hasta dar físicamente con él, porque el pago era por adelantado, como casi siempre ahora. Tardamos en llegar más de media hora, cruzando varios barrios sórdidos, muchas carreteras atestadas de tráfico y varias peligrosas vías de tranvía. Teníamos desde hace tiempo in mente, el debate interno sobre la conveniencia o no de este medio de transporte. Ahora y por fin, tenemos clarísimo, que no. Mete demasiado ruido y en el caso de Gdansk, parte la ciudad en trocitos.
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