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miércoles, 18 de octubre de 2023

Asilah, 18 años después

           El indescifrable sistema de transportes de Tánger -salvo, claro, que vayas en taxi a todas partes-, ha condicionado sustancialmente este fugaz periplo. Por primera vez y durante nueve viajes al país, en lo que hemos visitado más de cincuenta destinos,no pudimos llegar, donde nos proponíamos. Pero, no adelantemos acontecimientos y vayamos por partes.

          Hasta 2.017, la estación de autobuses de la localidad estaba en una ubicación bastante céntrica. En aquella fecha y con una gran inversión, se la llevaron a unos diez kilómetros, no demasiado lejos del aeropuerto, como sabríamos un par de días después. Nadie nos supo decir, si hasta allí llega el autobús urbano y preguntamos a unas cinco personas -no existe oficina de turismo -, incluido el recepcionista del hotel. Y eso, que en Tánger,habla español, hasta el más tonto.

          Nuestra intención para el segundo día de viaje era llegar hasta Larache, donde ya estuvimos en 2.010. Teníamos un gran recuerdo de este lugar, al que llegamos en pleno Ramadán y por tanto, no pudimos probar sus famosas tortillas de patata o suculentas paellas, tradicionales desde la época del protectorado español. Pero, como no queríamos desangrar nos en taxis, nos decantamos por volver a Asilah, nuestro primer destino en el país alauita, hace casi dos décadas. Hasta este bello enclave llega el tren y al estación tangerina, se puede ir, fácilmente, caminando.

          El viento había amainado algo, en relación con el día anterior, aunque el calor no daba tregua. La impoluta, pequeña y coqueta medina de Asilah -repleta de españoles del sur, que van a pasar el día de compras y a llenarse la tripa -, permanece, como entonces, intacta. El mar, con sus abruptas mareas, sigue bañando con maestría sus bellas y bien conservadas murallas. Encontramos un buen hotel con agua caliente -todo un lujo en el Marruecos económico-, comimos churros - cada vez, más presentes en el mundo - y helados a veinte céntimos. Disfrutamos, de un vibrante domingo de mercado.

          Como el lugar no da para una jornada completa, ya por la tarde y antes de ver una espectacular puesta de sol -la misma, que hace dieciocho años -, nos decidimos a ir hasta la Playa de la Cueva, que se halla a unos siete kilómetros. Encontramos bien la carretera adecuada y además, durante los tres mil primeros metros hay acera. Después, durante dos mil más, nos adentramos por un serpenteante camino. No pudimos culminar nuestro objetivo, porque llegado un punto, el sendero se puso peligroso y preferimos, no arriesgar. Pero nos llevamos unas buenas vistas azules profundas de la costa y de otro par de vacíos arenales.

          Al atardecer, se montaron numerosos tenderetes de comida. En otros aspectos, no, pero en el yantar, Marruecos ha tenido, que sucumbir también, ante las poderosas propuestas gastronómicas internacionales, como pizzas, tacos estilo mexicano y hasta croquetas. Un autobús, nos debería llevar a la mañana siguiente, a Larache.

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