sábado, 4 de febrero de 2023
jueves, 2 de febrero de 2023
El Año Nuevo chino del conejo (parte II)
Sobre las cuatro de la tarde, subió al escenario el grupo "Vilapain". No son el hip hop y el trap los géneros, que más nos gustan. Disfrutamos algo más con "Mejores Amigas", un dúo formado por una chica china con faldita corta -Valeria- y un componente masculino español algo más mayor ,-Mateo-, con un pop romántico, a veces divertido y otras, moñas. Entre los dos conciertos no llegaron a la hora y media.
A mediodía, el cercano parque Pradolongo -hace honor a su nombre, porque es enorme -, que cuenta con un magnífico lago artificial, estaba casi desierto, pero a las seis se fue llenando de gente, hasta formar una multitud tal, que casi era imposible moverse (más del 90% españoles o sudamericanos y ni un 5% de chinos). La actividad a esas horas, era el Festival de Luz.
Se formó una cola de más de un kilómetro de largo para el reparto gratuito de farolillos luminosos, pero después de casi hora y media, el 80% nos quedamos sin el preciado objeto. ,¡Otra vez será! Dos horas después y ya siendo de noche, la jornada culminó con ocho minutos de fuegos artificiales. Los hemos visto mejores y sobre todo, más largos, pero no estuvieron nada mal. Salir del parque resultó una auténtica pesadilla.
En la desagradable mañana del domingo, con mucho viento helador- aunque con sol- y un grado bajo cero de temperatura, se iba a celebrar el Gran Desfile y media hora antes de que comenzara, nosotros ya estábamos ubicados en Marcelo Usera, que junto a Rafaela Ybarra, iban a ser las arterias del tradicional pasacalles. Menos mal, que llegamos con tiempo y cogimos primera fila -buen lugar para grabar videos -, porque poco después, las cosas se pusieron imposibles, al abarrotarse todos los alrededores de gente.
Hay, que decir, que el desfile nos cautivó y aunque muertos de frío, acabamos encantados. Aquí si, vimos dragones y osos panda y el transitar , al ritmo de músicas diversas, de 1200 personas, en distintos grupos, ataviados con diferentes ropajes y portando la máscara del conejo y el gorro tradicional. No sólo eran chinos, sino también sudamericanos, como magnífico gesto de integración entre distintas culturas.
Por la tarde, ya en el hotel - nos decantamos por el Woohoo, en la calle Concepción Arenal, lo que fue una magnífica elección -, leímos, que para el año que viene, van a instalar en el barrio una puerta china y una escultura de un oso panda de más de un metro de alto y de 500 kilos de peso. ¡Poco a poco!
Nuestra sugerencia más clamorosa para siguientes ediciones es, que se lleven el desfile a un lugar mucho más extenso, aunque sea fuera del barrio, porque aquello resultó ser un verdadero colapso.
El lunes, 23 de enero, era festivo en nuestra localidad de residencia, así, que también nos quedamos, en Madrid. Por la mañana, quisimos visitar el Palacio de Cristal de Arganzuela, en Legazpi, pero cierra ese día de la semana. Y por la tarde y desde las cuatro, de lunes a jueves, es gratis el Palacio Real. Pero resultó, que ese día había una recepción oficial y estaba cerrado al público. ¡Una jornada para olvidar!, sin duda.
El Año Nuevo chino del conejo (parte I)
Después de haber visitado los Chinatows de más de medio mundo, vivimos con cierta expectación las jornadas previas al fin de semana del 21 y 22 de enero, fechas, en las que en el barrio de Usera, de Madrid, se iba a celebrar el Año Nuevo chino -toca el del Conejo-, como en otras tantas partes del planeta. Ya os adelanto, que la cosa empezó con una decepción casi absoluta, aunque con el transcurrir de las horas, todo fue mejorando paulatinamente, hasta acabar bastante satisfechos. Además, el potencial de mejora de esta festividad en los próximos años es tremendo, si se ponen manos a la obra. Vayamos por partes.
La mejor forma de acceder al distrito es a través del metro del mismo nombre, que te deja en el corazón de la barriada. Otra manera de llegar es, arribando a la estación de cercanías, 12 de octubre, si tienes un abono recurrente de trenes de cercanías gratuito, cómo es nuestro caso. Desde ahí, hay que atravesar una zona algo inhóspita -aunque no peligrosa- y un par de rotondas, hasta desembocar en la calle Marcelo Usera.
Esta es bastante ascendente y de aceras algo estrechas, por lo que durante el día es muy caótica. Sin embargo, pasearla de noche es una auténtica delicia, cuando las tiendas y bares están en plena actividad. La mayoría de los negocios son de origen chino, aunque no le van a la zaga los latinoamericanos -especialmente, los bolivianos-, formando un magnífico crisol de culturas.
Después de cruzar varias callejuelas, giramos a la izquierda por Nicolás Usera, que nos termina conduciendo a la plaza principal del distrito, en la que se había colocado un escenario y un mercadillo. Aparece nuestra primera frustración: ni una sola puerta china en el lugar, ni un solo oso panda o dragón, apenas había farolillos... Una decoración, una puesta en escena y un ambiente pobrísimo, que desde luego, nada tenían que ver con los barrios chinos de Londres, Yokohama, Nueva York o Kuala Lumpur.
Después de esperar pacientemente en una larguísima cola, durante un cuarto de hora, el mercado de la Primavera -es un decir, porque no hace ni cinco grados- ubicado en un aparcamiento, resulta decepcionante. Pocos puestos y ninguno exótico, aunque si se desarrollan algunas actividades lúdicas, fundamentalmente para niños, como talleres de caligrafía. No tardamos ni diez minutos en recorrerlo.
En la plaza huele a mezcla de especias y aceite de soja quemada, procedente de algunos camiones donde se vende, sobre todo, fritanga china, aunque también hamburguesas o perritos calientes. Igualmente aquí, hay largas filas indias.
Antes de los conciertos, que comienzan a las cuatro de la tarde -no es una hora demasiado bruja para estos menesteres-, se desarrollan diversas actividades. Por supuesto, en todas ellas, eternas colas, que no falten: clases de danzas ancestrales chinas, taichi, pintacaras de los doce animales del zodiaco, fotomatón, photocall, taller de Majhong, street scape para liberar al conejo de jade, caricaturas en cinco minutos, exposición y probatura de ropas y dulces tradicionales,danzas de abanicos...
Nos fuimos animando un poco, esperando, sobre todo, que las cosas fueran remontando a lo largo de la tarde y del día siguiente (el viernes también había habido actividades, pero nosotros no estuvimos).
miércoles, 1 de febrero de 2023
El Madrid de las prisas y de las colas
Pretendemos seguir con nuestros viajes recurrentes a la comunidad de Madrid, durante la mayoría de los fines de semana de este año -salvo, que estemos de viaje por otras partes del mundo -, mientras el transporte ferroviario siga siendo gratuito. Así, que nuestras vidas de hoy, se cimentan y sustancian entre nuestra natal Valladolid y la capital de España.
Nosotros ya vivimos, estudiamos y trabajamos, en Madrid, durante la mayor parte de los años de las décadas de los ochenta y los noventa, por lo que son muchas las tentaciones, que nos sobrevienen, de comparar la ciudad de entonces, con la de ahora. No lo vamos a hacer, por el momento, aunque será imposible resistirse en el futuro.
Madrid ha cambiado mucho. Para bien y para mal, pero fundamentalmente, para esto último, aunque sigue manteniendo algunas esencias, ha mejorado las infraestructuras de manera notable y ofrece una riqueza cultural más diversa, aunque menos libre. Sin embargo, en aquella época no hacía falta ser rico para poder vivir en una zona relativamente céntrica de la ciudad. Hoy en día, el precio de la vivienda -compra o alquiler, da igual-, lo hace inviable.
Nosotros nos fuimos de Madrid por motivos laborales, más o menos, al principio de este siglo. Los primeros años, anhelabamos volver, casi de forma obsesiva. Pero, desde hace más de década y media, ni nos hace ya tanta ilusión y ni siquiera nos lo planteamos.
Desde hace más de veinte años, adquirimos un chalet de casi doscientos cincuenta metros cuadrados, ubicado frente a un bonito y luminoso parque. ¿Cuánto tendríamos, que ganar en Madrid, para poder permitirnos algo equivalente o incluso, la mitad?. No sabría calcular, pero al pasear por las entrañas capitalinas, vemos los precios de las inmobiliarias y entramos en profunda depresión. Y no por nosotros, que ya no queremos volver a cualquier precio, sino por los que se buscan la vida día a día en esta urbe y sus alrededores.
¡Sabía yo, que me terminaría yendo por las ramas!
En realidad, a lo que quería referirme en este post es, a dos elementos de la actual vida madrileña, que resultan, además de constantes, claramente, contradictorios: las aceleradas prisas y las pacientes colas. Llevamos ya quince viajes, de diferente duración a la ciudad, desde el pasado 1 de septiembre y para nuestra desgracia y estrés, estos elementos han aparecido en todos ellos. Lo de las prisas, ya era habitual en el Madrid de nuestra época, aunque nosotros éramos escasamente conscientes.
No es nada nuevo, que te recriminen-de mejor o de peor manera, que te apartes y dejes de taponar la parte izquierda de la escalera mecánica del metro, de los cercanías o de cualquier centro comercial, debido a que existen millones de personas, que no pueden perder un solo segundo, aunque se dejen el aliento. Por las prisas también, se cruzan lo s semáforos en rojo -incluso con coches de bebé o con cachaba-, se hacen decenas de metros de sprint para tomar un autobús o se desplaza al viandante, que viene de frente, sin más miramiento. En Madrid, la gente no pasea, sino que circula.
Pero, como si de tratara de un mecanismo cerebral compensatorio, el madrileñ@ -ya sea de cuna, oriundo o de adopción, que igual da-, se vuelve extraordinariamente paciente, a la hora de abordar las eternas y numerosas colas, que le esperan en el día a día.
En el Museo del Prado, en la Fundación Telefónica para fotocopiarse una mano, en la Plaza de Isabel II -junto a la Ópera - para contemplar el firmamento a través de un telescopio, en la heladería, en la chocolatería, en el VIPS -cuya comida es poco variada y de escasa calidad -, en la hamburguesería, en el Pull&Bear, en el Primark, en la tienda del yogurt helado, en la promoción de una película o artista, en el bar de los bocadillos de calamares, en el 100 montaditos, en la administración de loterías...La mayoría de las veces, más de media hora, para llevar a cabo una acción o gestión de lo más cotidiano.
La más absurda de todas fue -al menos, por el momento, porque ya nos esperamos cualquier cosa -, en el parque de Pradolongo, en Usera, durante el año nuevo chino. Una hora y media esperando en fila india, a recoger los farolitos luminosos para una ceremonia tradicional y la mayor parte de la gente se quedó sin ellos, porque no había, ni para un 20%. Y la mayoría de los concurrentes, no eran siquiera del país asiático.
martes, 31 de enero de 2023
A la segunda fue la vencida..., pero con suspense
Ahora, yo debería dedicar un par de artículos para contaros, lo que fueron nuestras experiencias en el madrileño distrito, de Usera, en la celebración del año nuevo chino, el fin de semana del 21 y 22 de enero. Pero, pospondré este relato, para adentrarme en nuestra segunda aventura nocturna, llevada a cabo los pasados sábado y domingo. Y, como dice el título, a la segunda fue la vencida..., pero con suspense.
Habíamos planificado, llegar sobre las cinco y media de la tarde a la capital, de España. El Museo del Prado es gratis, de 18 a 20 horas y como hace más de treinta años, que no lo visitamos, nos pareció un buen plan para empezar el finde. Pero, la cosa se torció de manera radical, porque cuando llegamos a las inmediaciones, una cola de más de 300 personas, nos desanimó y desistimos.
La tarde era muy fría y ventosa y la noche prometía serlo, aún más. Por eso y para mantener a raya el frío tuvimos, que alternar algunas cervezas de mantenimiento, con unos cuantos paseos por centros comerciales o lugares cerrados, sin exponernos de forma dilatada por las calles.
Todos los sábados sobre las doce de la noche y en Galerías Canalejas, en la calle de Alcalá, actúa un grupo de versiones de rock nacional e internacional, así que disfrutamos en este animado concierto.
Sobre la una de la madrugada, llegamos a una muy concurrida Malasaña. Habíamos proyectado tomar algo en dos o tres míticos garitos, que se encuentran juntos: el Penta -celebre por aparecer en la canción, "La chica de ayer", de Nacha Pop-, el Madrid Me Mata -autentico y completo museo de la Movida Madrileña de los ochenta - y el Tupperware. En el primero no hemos estado nunca. En los otros dos, si, aunque ya ha llovido desde la última vez.
El inicio no resultó ser bueno. En el Penta había una cola de más de veinte personas y en el Tupperware, aproximadamente, la mitad, a tres grados bajo cero. En el Madrid Me Mata la puerta estaba despejada, pero nos pidieron pagar una entrada de nueve euros, que incluía una copa o dos cervezas, que al menos ese día, no estábamos dispuestos a pagar, aunque si lo haremos en el futuro.
No nos vinimos abajo y tras deambular por las calles de la zona con ya algunos chupiteles colgando del pelo, acabamos en la Vaca Austera, uno de nuestros clásicos de finales de los ochenta y principios de los noventa. Medio aforo -mayoritariamente hombres-, hard rock y heavy -como músicas predominantes-, tercios a tres con cincuenta euros -la bebida más consumida - y copas desde siete.
No nos desanimamos al ver, que por casi veinte años de diferencia con los siguientes, éramos los más viejos del local. Pero al principio, sí nos sentimos extraños, porque hacía tres décadas, que no pisabamos un bar de copas de este barrio. Casi ninguno de los presentes en el lugar había nacido en aquellos tiempos.
Sobre las tres de la madrugada, seguía habiendo cola en el Tupperware, pero ya no dejaban entrar, por estar cerca la hora de cierre. Es lo que más nos ha sorprendido, que en Madrid y con la excepción de las discotecas -cierran a las seis-, no haya un solo lugar donde tomarse algo, con la excepción de las tiendas de veinticuatro horas y las máquinas de vending. Desde luego, eso no ocurría en los ochenta y los noventa.
En el Penta, ya no había aglomeración, pero nos quisieron cobrar nueve euros por la entrada, a falta de menos de media hora para la clausura del local, por lo que lo dejamos para otra vez. Nuestra tabla de salvación, la cervecería Manuela Malasaña, con simpatiquísimo propietario y tercios, a 2,80.
Cuando salimos a las calles -cinco bajo cero -, el ambiente había decaído mucho. Los Uber y Cabify atascaban las estrechas calzadas, recogiendo a los últimos noctámbulos. Aún quedaba más de una hora, para que abrieran la estación de cercanías, de Sol.
De camino y en la calle Fuencarral, encontramos dos estancos abiertos -quien lo iba a decir, hace años- y una pitonisa echando las cartas sobre una mesa de camping. A pesar de las horas, muchos gloveros transitaban al sprint para hacer realidad los deseos de los caprichosos desvelados. ¡Qué tiempos más crueles!. Nos cruzamos con tres o cuatro jóvenes, que ofrecían copas y entradas para discotecas, pero a nosotros nos ignoraron de plano. ¿Por qué será?. Menos mal, que por el día, si nos tratan de atraer para los garitos de flamenco.
Si no fuera por los siete bajo cero, sería un lujo recorrer la desierta Madrid, casi al final de la madrugada. Para evitar males mayores, nos refugiamos en el Carrefour, de Lavapiés, que abre eternamente, salvo en Navidad y Año Nuevo, para llevar a cabo algunas compras. Su panadería estaba abarrotada por los trabajadores de los servicios de limpieza, los lugareños y hasta algunos turistas italianos, dándose a las empanadas, a las napolitanas y al café.
A las nueve de la mañana tomamos el tren de regreso. Pero, cinco minutos antes de llegar, a Ávila, se averió y junto a decenas de pasajeros, quedamos tirados en la intemperie de las heladas vías, durante largo rato y sin explicación alguna, más allá, de obligarnos a poner la maldita mascarilla, al subir a un nuevo convoy. ¡Yo, ni caso!
Llegamos a destino con más de una hora de retraso, agotados, pero felices.
lunes, 30 de enero de 2023
La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte III)
Pero y para cerrar esta serie de tres posts, volvamos al inicio: el asunto de la diversión, hoy en día y no me refiero solo a los más jóvenes. Si aterrizará un extraterrestre en las ciudades -y nosotros en cierta medida, lo somos, debido a nuestra escasa vida nocturna actual- iba a entender -.
- ¿Qué los adultos se concentren en las terrazas exteriores de los bares, a tres grados bajo cero y tapados con mantas y con hilillos de calor, que no calientan?. En la Navidad de 2020, en Segovia, en plena pandemia y con bajo cero al mediodía y sin sol, una pareja estaba comiendo una carne con salsa de mostaza en la calle, que del frío , se había hecho dura costra, por el escaso hueco de sus bocas, que no tapaba las bufandas.
- ¿Qué la dictadura de un 20% de fumadores -muy marranos y bastante mal educados, en general, por cierto -, hayan expulsado al 80% de los que no fumamos del interior de los bares, simplemente, para poder seguir conversando con ellos? Es, que ya han convertido a su causa, hasta a caribeños o canarios
- ¿Qué mucha gente esté sucumbiendo -los numerosos negocios del ramo lo atestiguan-, a alimentarse en restaurantes indios, mexicanos, senegaleses, turcos, chinos o del sudeste asiático, teniendo en cuenta la baja calidad de las materias primas y la escasa coincidencia de lo que ofrecen, con lo que en realidad se come en esos países? Nosotros hemos visitado todos esos lugares y ¡menuda diferencia! Un kebab de España, se parece a uno de Turquía, Siria, Líbano o Palestina, como un huevo a una castaña. Igual, para un thieboudienne, unos noodles Thais...
- ¿Qué decenas de personas -a veces, centenas-, hagan colas lentisimas, en el siempre trepidante y acelerado Madrid, para adquirir una simple hamburguesa o un chocolate, por muy de San Ginés, que sea?
- ¿Qué haya lugares, como las salas Riviera, Capital -antiguas Titanic, para los más veteranos -, Cuenca Sorpresa, Chapandaz, La Vía Láctea...,para tomarse una copa y disfrutar un rato haya, que aguantar colas aún mayores, que las anteriores, por parte de los más jóvenes?
En 2010 y camino de un viaje por Cuenca -precisamente-, Valencia, Malta y Sicilia, llevamos a cabo un experimento parecido, al de esta vez, recorriendo todas las zonas, que nosotros frecuentábamos, durante la juventud. El panorama resultó ser casi tan desolador, como ahora. La más notable diferencia fue, que entonces, se hacían botellones en las céntricas calles o plazas, con la gente rodeando las bolsas de bebida. Y los chinos, hacían su agosto con carritos ambulantes, sirviendo latas de cerveza y mezclando cubatas -si es, que hoy, se llaman así, claro - de forma magistral. ¡Ahora, ni eso
Visto lo visto, nos volvemos a nuestro platillo volante y nos dirigiremos a la nave nodriza, para abandonar este planeta para siempre. Pero antes y después de haber disfrutado en Usera del Año Nuevo Chino, haremos un último intento noctámbulo, el último finde de enero. ¡Ya os contaremos, si resulta otro fiasco! (qué pinta tiene).
domingo, 29 de enero de 2023
La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte II)
3.- Y todo ello ha ocurrido, además de por la mencionada falta de costumbre de la mayoría de los menores de treinta, por su pírrico poder adquisitivo, en términos generales. Los precios se han disparado sobremanera. Por ejemplo: un bocadillo de calamares en la plaza Mayor de Madrid, cuesta treinta veces más, que en 1980 (25 pesetas entonces, por 4,50 euros hoy) . ¡Ya podían hacer subido tanto los sueldos!
Y otro dato, más personal y todavía más gráfico y clarificador. Cuando yo estudiaba bachillerato, allá por mediados de los ochenta, con una propina normal de unas 2000-2500 pesetas semanales, me llegaba para fumar tabaco rubio toda la semana, comer chuches en los recreos y salir de botellón, bares y pubs los findes. Hoy para eso mismo, te vas fácilmente, a los 80-100 euros.
¿Qué ocurrirá con los bares de toda la vida, cuando poco a poco, vayan cayendo los pensionistas?
4.- Evidentemente y salta a la vista,la relación con la música de los jóvenes actuales no es la misma, que la nuestra. Para nosotros, fue elemento vehicular fundamental en nuestra madurez mental y desarrollo personal, mientras que en el presente es, simplemente, un estímulo más. Y no. No me voy a resistir, ni a morderme la lengua. La mayoría de la música, que se escucha hoy en día es una basura, en cuanto a ritmos y más, en cuanto a letras, dominada por la vulgaridad y el machismo.
5.- El papel de la pandilla mixta fue fundamental en aquella época de apertura y con la igualdad de sexos asumida, cosa, que hoy no ocurre. Podíamos discutir de política, de religión o del aborto, pero ni ellas, ni nosotros nos planteamos una sola vez, el tema del machismo, del odio entre sexos, como se fomenta hoy. Nada mejor, que los bares, para llevar a la pandilla a la vida plena
En esta época, la gente joven se divierte de una forma mucha más individual, a veces a distancia. Confunden la comunicación interpersonal, con el WhatsApp y segun vemos en las fiestas patronales, los grupos de relación están más segmentados por sexos.
Una anécdota del pasado sábado,cen la Gran Vía, pone los pelos de punta. Una persona, disfrazada de Mazinger Z, rodea a un par de chicas. Pasan un par de chicos, de unos 14 años y uno le dice al otro:
¡Mira, las ha tocado!
¡Lo que tenía que hacer es, violarlas! respondió el otro-.
6.- La sociedad actual está totalmente polarizada, siendo el odio mucho más fuerte y visceral, que entonces. La tolerancia resulta nula y el umbral de soporte de la frustración por parte de la juventud, es muy escaso. Gracias al descontrol de profesores y padres, se ha generalizado el mal uso de la tecnología, que contribuye a generar más malos rollos, que buenas sintonías. Así, resulta difícil salir a divertirse.
En nuestra generación no se hablaba de igualdad, de machismo, de violencia de género, de acoso sexual... aunque si se abrían con naturalidad debates sobre otros muchos temas. Por supuesto, estos comportamientos existían en la sociedad, pero no, con excepciones, claro, entre los jóvenes, que íbamos a institutos y universidades. Escaseaban los suicidios juveniles y ningún estudio evidenciaba como hoy, que el 11% de las jóvenes reconozcan haber sido violadas y un 67% no conteste siquiera a esa pregunta, lo resulta aún más inquietante.
Voy a dejarlo claro: no fuimos una generación mejor, que los jóvenes actuales, ni me invade la nostalgia. Simplemente, remamos con los poderosos vientos a favor, mientras que hoy, todos están en contra.
Por supuesto, los chicos acompañábamos a las chicas a su casa, pero eso, seguirá siendo necesario dentro de 200 años, lamentablemente. Entonces, casi el mayor peligro era, que de forma indiscreta o fortuita, tu madre te pillara comentando algo inadecuado por teléfono, con una amig@ y te cayera una buena bronca. Pero para evitarlo, el remedio era fácil: tirar del cable del teléfono y esconderte a hablar tras la puerta de la habitación más cercana.
viernes, 27 de enero de 2023
La bendita generación del botellón, los bares y de la música (parte I)
Al margen de gustos o de aficciones personales, la forma general de divertirse -o al menos, de la gente, con la que nosotros nos relacionábamos- era a mediados y finales de los ochenta bien sencilla: por la tarde, botellón en una zona verde del centro, a veces, hasta con limonada de elaboración propia -hoy en día, mal visto y prohibidisimo- o cañas, vinos o mistelas con ginebra en los bares de siempre. Y por la noche, unas copas y un porrón de buena música nacional e internacional en locales, que llegaron con el tiempo, a ser auténticos templos del ocio nocturno. Aquello, que a nosotros nos parecía tan normal, no ha vuelto -y vaticino-, no volverá nunca más a repetirse.
El no tener hijos y nuestro escaso contacto con el mundo de la noche desde hace mucho tiempo, nos hace desconocedores reales de las causas, por lo que no nos vendría nada mal la ayuda de un sociólogo o de algún experto en fenómenos sociales para indagar sobre el tema.
No obstante y desde mis pocos indicios, voy a tratar de analizar el asunto y dejo para otros las conclusiones:
1.- El acceso a las bebidas alcohólicas fue muy distinto en nuestra generación, que en las siguientes. Nosotros, por así decirlo, nos amamantamos en los bares de una forma muy natural, sin restricciones. Yo, por ejemplo, mi primer cubata, me lo tomé en un hotel de cuatro estrellas con once años y a nadie le resultó extraño, ni el camarero puso pega alguna. ¡ Y aquí sigo, sin haber caído en el alcoholismo!
Hoy en día, también se accede a las bebidas espirituosas a corta edad, pero de una forma mucho más abrupta y agresiva, porque no existe una cultura del alcohol, como vehículo armónico del grupo y además se tiene conciencia, de que se está haciendo algo ilegal. En la actualidad resulta muy frecuente ver a adolescentes borrachos, mientras, que nosotros, normalmente, no pasábamos de contentillos.
Por lo tanto, los más jóvenes, no tienen la necesidad -y hasta los 18, la posibilidad- de acudir a los bares, como antes. Y esto entronca con el segundo punto.
2.- En el presente no existen ni la décima parte de zonas de establecimientos hosteleros, que hace 35 o 40 años. Os hablo, de las que nosotros nos movíamos, en Madrid y Valladolid.
- Bajos de Argüelles. Decenas de bares ofreciendo su ocio de tarde y noche. Grandes recuerdos de Edurne y la Trainera, donde nos dábamos al butano. Hoy, apenas languidecen un par de garitos. También han desaparecido los famosos Paradores de Moncloa.
- Malasaña. Copas -mi favorita, entonces, Ginger ale con tequila - y buena música independiente. Es la que menos se ha deteriorado y descafeinado, guardando aún algunas de sus esencias y locales emblemáticos.
- Zona de Bilbao y Alonso Martínez. Más pija. Desconozco, si en la actualidad hay algo. La última noche, que anduvimos por allí, hace dos lustros, nada de nada
- Lavapiés. Cañas y tapas para calentar motores por la tarde en un ambiente castizo. Hoy está llena de restaurantes indios y senegaleses
- Latina y Embajadores. Del mismo estilo, aunque nosotros la frecuentábamos más los domingos por la mañana, después del rastro. En el presente está muy desvirtuada.
- Nosotros no éramos de Titanic y de discotecas similares.
- Ya en Valladolid, la zona de vinos del entorno de la plaza de la Universidad. Algunos bares siguen existiendo, aunque ya no está de moda ir a hacer el recorrido, ni por jóvenes, ni por más mayores.
- El Cuadro. Área con mucho movimiento, con más de veinte bares y pubs, que lleva más de veinticinco años desmontada.
- Zona del Coca. Diversión nocturna de más supuesto nivel. Todavía existe, sin muchos cambios.
- Plaza de Cantarranas. Digamos, el lugar más "golfo" de la ciudad, donde se pinchaba muy buena música nacional e internacional. Desaparecida, como tal desde hace mucho tiempo.
A quien le apetezca, puede añadir en los comentarios, cuáles son en la actualidad los núcleos de diversión, porque yo no los encuentro, más allá de lo dicho.
Pero, además, ha habido otra transformación paulatina en los bares de toda la vida, tanto en el centro, como en los barrios. En ambos lugares y a finales de los ochenta, era normal, cualquier día de diario, a las dos o las tres de la mañana, que estuvieran abiertos. En el presente, raro es el que cierra más tarde de las once o las doce, incluidos los sábados.
jueves, 26 de enero de 2023
El gran fiasco nocturno
Una vez agotadas las placenteras vacaciones navideñas, por Puglia, tocaba volver a los viajes recurrentes por la Comunidad de Madrid, habiendo ya renovado nuestro bono cuatrimestral gratuito (por cierto, ya nos han devuelto la fianza de los anteriores de media distancia y de cercanías).
Desde el ya lejano puente de diciembre, habíamos tenido la idea de un reencuentro con la noche madrileña de nuestra época juvenil y de estudiantes de periodismo, allá por finales de los años ochenta.
Diseñamos un viaje exprés a la capital, de tan solo veinticuatro horas de duración. Nosotros somos muy buenos preparando y llevando a cabo viajes, porque actuamos de memoria, pero este plan nocturno nos generaba cierta inquietud, porque si quitamos reuniones en casas de familiares y amigos hasta la madrugada, no pisamos un garito de copas desde hace casi treinta años. La aventura tenía posibilidades de convertirse en un fiasco y así fue.
Llegamos a media tarde, cuando casi anochecía. No queríamos quemarnos desde muy temprano, porque ya tenemos una edad respetable, aunque estemos bastante sanos. Así, que paseamos hasta las diez, consumiendo solo algunas cervezas de mantenimiento. Hasta ahí, todo normal, contemplando, como la Gran Vía estaba tan llena de gente, como siempre y que la decoración navideña se hallaba a medio desmontar
Nuestro objetivo después, era pasar parte de la noche en un par de locales, que aún aguantan desde aquel entonces: Chapandaz -nos apetecía un montón volver a recordar el sabor de su leche de pantera- y el Yasta. Estuvimos a punto de acudir a la fiesta navideña de este último bar, el pasado 30 de diciembre, pero es que a la tarde del día siguiente volábamos a Nápoles y no era plan.
Antes de entrar en faena, pasamos por los bajos de Argüelles, que también frecuentamos mucho en aquellos tiempos. Caminar por allí, estando activos tan solo un par de garitos y sin casi clientes, da pena, teniendo en cuenta, lo que aquello fue. Sin embargo, el bar de bocadillos colindante, donde matar entonces aquel hambre de madrugada, aún sigue existiendo.
De camino, en el tren y mirando en Google Maps, algo nos empezó a descuadrar. Chapandaz sigue existiendo, pero nos daba una dirección distinta. Comprendimos, que han cambiado de local y así es. De todas formas, no está demasiado lejos de su antigua ubicación.
Llegamos a la puerta y la primera en la frente. Una cola de más de cincuenta personas -muy jóvenes en su mayoría- esperando para entrar. Solo, a medida, que iban saliendo los de dentro, se permitía el acceso. Por supuesto, no nos quedamos.
Decidimos sobre la marcha, cambiar el Yasta por La Vía Láctea, legendario sitio situado en el corazón de Malasaña. En este caso, no eran cincuenta, pero si más de veinte - de edades rondando o pasando la treintena-, los que aguardaban para poder entrar. Acaso, ¿la forma de diversión nocturna hoy en día es pasarse largos ratos en una cola, en pleno mes de enero?
Nos deprimimos. Tratamos de buscar un bar normal, porque a las tres de la madrugada hace tres décadas los había a cientos, para resguardarnos del frío y tomar unas cañas o unas copas. Aunque éramos conscientes, de que hoy en día no lo íbamos a encontrar. Así fue.
Ya solo nos quedaba un cercano MacDonalds, que abre las veinticuatro horas, para buscar un poquito de calor . Nuestro gozo en un pozo: abierto está, pero tiene cerrada la zona de mesas, por lo que solo puedes pedir para llevar.
Desesperados, recalamos en los bajos de la plaza de los Cubos, cercanos a la plaza de España y donde se encuentra la discoteca ,Cuenca Sorpresa. El frío aquí es más soportable. En el exterior se sobrellevan mejor los tres grados de temperatura. Hay mucha gente, que ha salido a fumar. Y entonces, ocurre lo siguiente :
Segurata fornido: "¿Vais a entrar a la discoteca?. Os lo digo, porque cerramos a las seis..."
Mi pareja: "No, no, gracias"
Segurata: " Ah, si ya os tengo yo calados. Vosotros venís a buscar a algún hijo. Si queréis, yo os lo puedo localizar"
Mi pareja, con buenos reflejos: " No. Es que no estamos seguros, de si está en este local o en otro. Mejor, esperamos, a que nos llame"
Segurata:" No os preocupéis. Me decís el nombre y yo os lo busco por el QR"
¡Huimos!.