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miércoles, 1 de febrero de 2023

El Madrid de las prisas y de las colas

           Pretendemos seguir con nuestros viajes recurrentes a la comunidad de Madrid, durante la mayoría de los fines de semana de este año -salvo, que estemos de viaje por otras partes del mundo -, mientras el transporte ferroviario siga siendo gratuito. Así, que nuestras vidas de hoy, se cimentan y sustancian entre nuestra natal Valladolid y la capital de España.

          Nosotros ya vivimos, estudiamos y trabajamos, en Madrid, durante la mayor parte de los años de las décadas de los ochenta y los noventa, por lo que son muchas las tentaciones, que nos sobrevienen, de comparar la ciudad de entonces, con la de ahora. No lo vamos a hacer, por el momento, aunque será imposible resistirse en el futuro.

          Madrid ha cambiado mucho. Para bien y para mal, pero fundamentalmente, para esto último, aunque sigue manteniendo algunas esencias, ha mejorado las infraestructuras de manera notable y ofrece una riqueza cultural más diversa, aunque menos libre. Sin embargo, en aquella época no hacía falta ser rico para poder vivir en una zona relativamente céntrica de la ciudad. Hoy en día, el precio de la vivienda -compra o alquiler, da igual-, lo hace inviable.

          Nosotros nos fuimos de Madrid por motivos laborales, más o menos, al principio de este siglo. Los primeros años, anhelabamos volver, casi de forma obsesiva. Pero, desde hace más de década y media, ni nos hace ya tanta ilusión y ni siquiera nos lo planteamos.

          Desde hace más de veinte años, adquirimos un chalet de casi doscientos cincuenta metros cuadrados, ubicado frente a un bonito y luminoso parque. ¿Cuánto tendríamos, que ganar en Madrid, para poder permitirnos algo equivalente o incluso, la mitad?. No sabría calcular, pero al pasear por las entrañas capitalinas, vemos los precios de las inmobiliarias y entramos en profunda depresión. Y no por nosotros, que ya no queremos volver a cualquier precio, sino por los que se buscan la vida día a día en esta urbe y sus alrededores.

          ¡Sabía yo, que me terminaría yendo por las ramas!

          En realidad, a lo que quería  referirme en este post es, a dos elementos de la actual vida madrileña, que resultan, además de constantes, claramente, contradictorios: las aceleradas prisas y las pacientes colas. Llevamos ya quince viajes, de diferente duración a la ciudad, desde el pasado 1 de septiembre y para nuestra desgracia y estrés, estos elementos han aparecido en todos ellos. Lo de las prisas, ya era habitual en el Madrid de nuestra época, aunque nosotros éramos escasamente conscientes.

          No es nada nuevo, que te recriminen-de mejor o de peor manera, que te apartes y dejes de taponar la parte izquierda de la escalera mecánica del metro, de los cercanías o de cualquier centro comercial, debido a que existen millones de personas, que no pueden perder un solo segundo, aunque se dejen el aliento. Por las prisas también, se cruzan lo s semáforos en rojo -incluso con coches de bebé o con cachaba-, se hacen decenas de metros de sprint para tomar un autobús o se desplaza al viandante, que viene de frente, sin más miramiento. En Madrid, la gente no pasea, sino que circula.

          Pero, como si de tratara de un mecanismo cerebral compensatorio, el madrileñ@ -ya sea de cuna, oriundo o de adopción, que igual da-, se vuelve extraordinariamente paciente, a la hora de abordar las eternas y numerosas colas, que le esperan en el día a día.

          En el Museo del Prado, en la Fundación Telefónica para fotocopiarse una mano, en la Plaza de Isabel II -junto a la Ópera - para contemplar el firmamento a través de un telescopio, en la heladería, en la chocolatería, en el VIPS -cuya comida es poco variada y de escasa calidad -, en la hamburguesería, en el Pull&Bear, en el Primark, en la tienda del yogurt helado, en la promoción de una película o artista, en el bar de los bocadillos de calamares, en el 100 montaditos, en la administración de loterías...La mayoría de las veces, más de media hora, para llevar a cabo una acción o gestión de lo más cotidiano.

          La más absurda de todas fue -al menos, por el momento, porque ya nos esperamos cualquier cosa -, en el parque de Pradolongo, en Usera, durante el año nuevo chino. Una hora y media esperando en fila india, a recoger los farolitos luminosos para una ceremonia tradicional  y la mayor parte de la gente se quedó sin ellos, porque no había, ni para un 20%. Y la mayoría de los concurrentes, no eran siquiera del país asiático.


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