Después de haber visitado los Chinatows de más de medio mundo, vivimos con cierta expectación las jornadas previas al fin de semana del 21 y 22 de enero, fechas, en las que en el barrio de Usera, de Madrid, se iba a celebrar el Año Nuevo chino -toca el del Conejo-, como en otras tantas partes del planeta. Ya os adelanto, que la cosa empezó con una decepción casi absoluta, aunque con el transcurrir de las horas, todo fue mejorando paulatinamente, hasta acabar bastante satisfechos. Además, el potencial de mejora de esta festividad en los próximos años es tremendo, si se ponen manos a la obra. Vayamos por partes.
La mejor forma de acceder al distrito es a través del metro del mismo nombre, que te deja en el corazón de la barriada. Otra manera de llegar es, arribando a la estación de cercanías, 12 de octubre, si tienes un abono recurrente de trenes de cercanías gratuito, cómo es nuestro caso. Desde ahí, hay que atravesar una zona algo inhóspita -aunque no peligrosa- y un par de rotondas, hasta desembocar en la calle Marcelo Usera.
Esta es bastante ascendente y de aceras algo estrechas, por lo que durante el día es muy caótica. Sin embargo, pasearla de noche es una auténtica delicia, cuando las tiendas y bares están en plena actividad. La mayoría de los negocios son de origen chino, aunque no le van a la zaga los latinoamericanos -especialmente, los bolivianos-, formando un magnífico crisol de culturas.
Después de cruzar varias callejuelas, giramos a la izquierda por Nicolás Usera, que nos termina conduciendo a la plaza principal del distrito, en la que se había colocado un escenario y un mercadillo. Aparece nuestra primera frustración: ni una sola puerta china en el lugar, ni un solo oso panda o dragón, apenas había farolillos... Una decoración, una puesta en escena y un ambiente pobrísimo, que desde luego, nada tenían que ver con los barrios chinos de Londres, Yokohama, Nueva York o Kuala Lumpur.
Después de esperar pacientemente en una larguísima cola, durante un cuarto de hora, el mercado de la Primavera -es un decir, porque no hace ni cinco grados- ubicado en un aparcamiento, resulta decepcionante. Pocos puestos y ninguno exótico, aunque si se desarrollan algunas actividades lúdicas, fundamentalmente para niños, como talleres de caligrafía. No tardamos ni diez minutos en recorrerlo.
En la plaza huele a mezcla de especias y aceite de soja quemada, procedente de algunos camiones donde se vende, sobre todo, fritanga china, aunque también hamburguesas o perritos calientes. Igualmente aquí, hay largas filas indias.
Antes de los conciertos, que comienzan a las cuatro de la tarde -no es una hora demasiado bruja para estos menesteres-, se desarrollan diversas actividades. Por supuesto, en todas ellas, eternas colas, que no falten: clases de danzas ancestrales chinas, taichi, pintacaras de los doce animales del zodiaco, fotomatón, photocall, taller de Majhong, street scape para liberar al conejo de jade, caricaturas en cinco minutos, exposición y probatura de ropas y dulces tradicionales,danzas de abanicos...
Nos fuimos animando un poco, esperando, sobre todo, que las cosas fueran remontando a lo largo de la tarde y del día siguiente (el viernes también había habido actividades, pero nosotros no estuvimos).
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