Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Turkish Airlines, una aerolínea excepcional, para un destino memorable

                                                           Las cinco primeras fotos son, de Seúl (Corea del Sur)

          Los dos últimos días en Seúl, antes de nuestro retorno, transcurrieron apaciblemente. Con la ciudad bajo nuestro control y tan animada, como siempre, disfrutamos de volver a recorrer los sitios de siempre, nos empachamos en los supermercados de las degustaciones, bebimos soju y licores, hasta que se nos salieron por las orejas y estuvimos acompañados por una climatología excelente, casi impropia de estas fechas.



         La última noche la pasamos en el aeropuerto, viendo capítulos de “Mar de plástico” y “Velvet”, en el móvil (con la incertidumbre de si Alberto habrá perdido la vida en el accidente aéreo del vuelo, a La Habana). El lugar es bastante confortable para dormir, dado que la temperatura resulta ideal y nunca eres molestado. El lugar más tranquilo se ubica de camino a donde se coge el tren a la ciudad.

          La única preocupación ya, era enlazar bien con el vuelo de Estambul, dado que sólo teníamos una hora y veinte minutos de escala para organizarlo todo. Mal principio, porque salimos media hora tarde. El primer trayecto, larguísimo. No me explico, que a la ida fueran nueve horas y treinta y cinco minutos y ahora hayamos tardado tres más. ¿Habremos rodeado el planeta entero?. Para colmo, damos vueltas y vueltas sobre la ciudad turca, síntoma de la congestión del tráfico aéreo dominical.


Esta y la siguiente son, de Suwon  (Corea del Sur)
          Aterrizamos sin tiempo para la conexión. Menos mal, que somos varios los que tenemos el mismo problema y el avión, a Madrid, nos espera. El resultado final es, que llegamos a nuestro destino con el suficiente retraso, para que sean más de las doce de la noche y hayamos perdido el último autobús a Valladolid. Toca pasar la noche en el frío y desangelado aeropuerto de Barajas, algo que no nos hace ninguna gracia.

          No quiero dejar de mencionar, a Turkish Airlines, una de las mejores compañías con las que hayamos volado jamás (y lo hemos hecho con más de cincuenta). Aviones nuevos, trato muy agradable y alimentación copiosa y excelente: un aperitivo, dos comidas principales y las bebidas alcohólicas, que el cuerpo aguante. Eso en el vuelo largo. En el corto, sólo una comida, como es natural. Especialmente espectaculares, el cordero con puré de patatas, verduritas y bulgur y la ensalada de salmón marinado de la ida.

                                                                                         Busan (Corea del Sur)

          Es la primera vez, en nuestras ya dilatadas vidas, que sufrimos de jet lag y hemos estado atontolinados, durante un par de días (cosa, que no ocurrió a la ida). Y eso, que yo dormí más de diez horas, durante los dos vuelos.

          La experiencia, que al principio se asemejaba al mismísimo rosario de la aurora, ha sido muy positiva. Lástima, no haber podido combinar este destino con cuatro días, en Tokio. Pero el elevado precio del vuelo, desde Seúl, lo ha impedido.
Esta y la de abajo son, de Gyeongju (Corea del Sur)
          Hemos conocido una atrayente y nueva cultura, distinta a las por nosotros exploradas en el pasado. Algunas cosas nos las esperábamos y otras, sin embargo, han resultado completamente sorprendentes. Las unas y las otras, se han venido detallando a lo largo de los nueve posts anteriores.

          Debido a la comida gratuita, hemos optimizado el presupuesto de una manera increíble: 460 euros en total, para dos personas, más los 500 de cada uno de los billetes aéreos. El alojamiento ha salido por una media de 21 euros diarios, teniendo en cuenta, que una noche la pasamos en el aeropuerto de Incheon y otra en la estación, de Busan. No computan las dos noches, que trascurrieron en los trenes.
Aeropuerto, de Incheon (Corea del Sur)
          Si te lo sabes montar bien y comes en las degustaciones de los supermercados, bebes soju y licores -y evitas por todas las maneras posibles la cerveza-, le echas un rato para comparar alojamientos y viajas -en la medida de lo posible- en el transporte público nocturno, el país no resulta demasiado caro. Las entradas a los lugares de visita son de precio moderado y como ya se dijo, unas cuentas cosas se pueden ver sin cargo.

martes, 1 de diciembre de 2015

Retornando a Seúl

                                                         Esta y las dos siguientes son, de Gyeongju (Corea del Sur)

          Daegu es la tercera ciudad del país en población y para nosotros es un punto de transición, dado que no hay tren directo, entre Gyeongju y Seúl. Centros comerciales y acogedores mercados tradicionales, se reparten el protagonismo, además de los numerosos y variados restaurantes de diferente índole -todos ellos vacíos-, que abren a partir de las 16:00 horas, pareciendo negocios tapadera. El precio de los platos es lo que más nos indigna y después. que siempre te muestren burdas imitaciones en plástico y no los reales.

          Entretenemos el tiempo en la estación de ferrocarril, con el wi-fi, buscando lo primero, que se nos ocurre, dado que la otra alternativa es contemplar un Japón- Korea de cricket , en una pantalla gigante. Es sensacional, que en este país existan docenas de servidores abiertos -sin necesidad de registro alguno- de internet, que te proporcionan wi-fi gratuito, hasta en plena calle. Paradójicamente, donde menos operan es en Seúl.

          Me siguen repitiendo los deliciosos pimientos rebozados, que hemos comido este mediodía. Al fin, hemos encontrado comida barata en este país. Cada pieza, a 40 céntimos, igual que los huevos rellenos empanados, las salchichas o las empanadillas de verduras.

          En el baño contemplo, una vez más, como en los servicios de señoras hay una trona, para que sientes a tu bebé, mientras haces tus necesidades. ¡Todo tan milimétricamente calculado en este país!. No te dejan en paz, ni libre del crío, ni en tan íntimos momentos.
Selfie, en Daegu (Corea del Sur)
          Subimos al tren y por cuarta vez consecutiva constatamos, que los revisores pasan y no piden los billetes. ¿Se fían de los viajeros, incluidos los extranjeros?. Parece que sí, contribuyendo a la legendaria buena y honrada fama de estas gentes. Pero no todos piensan lo mismo, dado que en los supermercados, las cestas disponen de alarma. Y, una anécdota personal, que también pone en tela de juicio esta cuestión: subiendo a un empinado monte de Gyeongju, perdí un jersey de Adidas y al bajar, de vuelta por el mismo camino, no lo encontré. La chica del puesto de información -situado a la entrada del sendero- no tenía noticia de tal hecho, con lo que alguien se lo apropió de forma indebida. ¡No es oro todo lo que reluce!.
Esta y las tres siguientes son, de Seúl (Corea del Sur)
          Hablando de ropa, las chicas coreanas no sólo son las más feas de nuestro mundo conocido -no tendrían remedio, ni yendo al “Cámbiame” de Tele 5-, sino que también son las que peor visten de toda nuestra querida Asia y, al parecer, sin complejos. Los playeros con leguins negros, calcetines blancos y minifalda son un ejemplo, pero hay cientos de ellos, en los que reparará hasta el visitante menos curioso y más despistado.

          La estación de Seúl es un lugar hostil -que diferencia con la de Busan- para los viajeros, que llegamos de madrugada. Bancos corridos incómodos y con tachuelas, para que no te puedas tumbar. Para colmo, el invierno ha llegado ya a la ciudad y esta terminal, con tantas puertas, esta a merced de las corrientes de gélido aire.

          A pesar del frío, el panorama no ha cambiado desde nuestra marcha y decenas de lugareños permanecen tirados en el suelo, roncando su borrachera de soju. Este brebaje alcohólico es el más bebido en el país, con mucha diferencia. La botella cuesta menos de un euro. Se trata de un vodka de sabor aguado, de unos 21 grados -lo hay de menos-, destilado del arroz, otros cereales, boniato y patatas. Es el yoga de los coreanos más desfavorecidos -que no no pocos- y olvidados. También son baratos otros licores de unos 14 grados -de sabor de naranja, limón, piña, melocotón, uva...-, muy bien conseguidos. Leemos con asombro, que según la OMS, Corea del Sur es el país, que más consume alcohol en todo el mundo

          Como ya dije, casi todo sigue igual en estos días, que hemos estado fuera de la capital. Como mucho, alguna obra nueva, que avanza deprisa. Por azar descubrimos, que también -como en Busan- hay un mercado de pescado en la capital. Llevamos dos semanas percibiendo, que cuando te acercas a a las pescaderías de los supermercados, huele a mar. ¡Igualito, que al entrar en el Mercadona!.

          Matamos la tarde en Itaewon, la zona de tiendas y restaurantes internacionales, frecuentada por los guiris residentes. En el “spanish club” venden crema catalana, a 3,50 euros y jamón de jabugo, a 600 euros el kilo. Parece, que lo andaluz prima sobre lo catalán. ¿Será simple casualidad?. También encontramos una tienda de macarons, especie de franquicia de dulces, que pronto veremos, seguro, en España. Las del “bubble tea”, tan de moda aquí, ya están aterrizando en Madrid.

          Como los desinfectantes de vasos o de manos, que eliminan las bacterias, exclusivamente, a base de luz ultravioleta, que no tardaremos en utilizar en nuestro país.


          Esto se acaba, dado que apenas quedan 36 horas para volver a casa, vía Estambul. Por nuestro bien, espero que este sea nuestro último post del viaje. Puesto, que no creo que mañana alguien nos regale 1.000 millones de wons y tengamos que poneros los dientes largos, contándolo.

lunes, 30 de noviembre de 2015

Más curiosidades sobre Corea del Sur, mientras el viaje agoniza


                                                                      Todas las fotos de este post son, de Seúl


        El viaje va agonizando, pero lo hace con gusto y con nuestra inestimable complacencia. Ocurre siempre lo mismo -afortunadamente-, en estos viajes cortos, que tan abruptos resultan, a veces. Normalmente, llegas al nuevo país y te sientes desbordado. Debes adaptarte a innumerables cuestiones logísticas, que desconoces -hay poca información sobre Corea del Sur y en Valladolid, ni siquiera encontramos la Lonely, en inglés- y te maniatan durante las primeras horas.


          Como ya hemos narrado pormenorizadamente, el primer día en Incheon y el segundo, en Seúl, fueron durísimos, mentalmente. En este sentido y para nuestro bien, la segunda parte del viaje ha sido más complaciente, aunque en lo físico nos ha castigado mucho , dado que llevamos cuatro días subiendo montes y montañas, en busca de naturaleza, budas, templos y quema de adrenalina. Con tantos animales, plantas, ruinas y demás, hemos perdido un poco de perspectiva, sobre lo que nos apasionaba las primeras jornadas de este trepidante viaje.

          La gente en provincias es algo más previsible, conservadora y discreta, que en Seúl, ciudad cosmopolita por antonomasia. Aún así, encontramos cosas, que nos siguen sorprendiendo. Por ejemplo, la forma en que los jóvenes usan la cámara de fotos de su teléfono, como espejo para peinarse y ponerse guap|@s (no tardará en llegar a España). En este sentido, Corea es una avanzadilla tecnológica, con tablets y móviles de gama media/alta. a precios de risa (lo único barato, aquí).

          Hace unos pocas jornadas, bromeaba con que un móvil costaba menos, que un kilo de carne de ternera. Casi acierto: viene a ser lo mismo, que dos kilos: unos 40 euros. La gente, que como zombis mutantes , va mirando sus teléfonos por la calle, cuadriplica a la de España, lo que augura un futuro mundial muy pesimista. Los que mandan estarán tan contentos, con que cada vez más gente incauta y despersonalizada no mire más allá de la pantalla de su smartfphone.

          Otro tema, que nos llama la atención es, el de la comida. Un país con una renta per cápita bastante mayor a la de España, donde no se tira ni un sólo alimento (no hallamos nada por la calle o en contenedores y papeleras). Ayer, de un vehículo de reparto, se cayo una caja de kakis y el transportista, desazonado, se la jugó entre el trepidante tráfico, para cogerlos uno a uno del asfalto. En las mesas de los infinitos “food court” -patios de comidas- o en las de los “fast food”, no hay ningún resto dejado por los comensales, quejumbrosos o deshambriados. No tiran ni los caldos de las diversas cocciones. Si cuecen setas, pollo o calamares, por un lado te darán el producto seleccionado y por otra parte, en un vaso, su jugo, sin sal (la cocina coreana utiliza muy poco este ingrediente, salvo para el kinchi o productos marinados o en salazón).

          Otra de las cosas pujantes, que a no tardar mucho veremos en España, son los semáforos en el suelo (muy chulos). Se trata de una fila de baldosas luminosas , delante de la calzada, que muestra el color del semáforo -rojo, verde o parpadeante, cuando cambia de uno a otro-.

          La verdad es, que en una estancia corta en Corea del Sur -salvo el precio de los alimentos-, no te jode casi nada. ¡Hasta llueve suave durante horas, para que no te mojes mucho durante tus excursiones!. Baste decir, que lo único que nos ha rallado en la última semana, es que los buses locales exijan un precio exacto -normalmente, 1500 wons por persona-, que hay que meter en una urna, situada al lado del conductor, que va encerrado y sólo se ocupa de conducir el vehículo. Si no lo tienes justo, pierdes la vuelta, al igual que ocurre en países, como Singapur.


domingo, 29 de noviembre de 2015

Esforzadas y gratificantes caminatas, templos, tumbas y budas

                                                           Todas las fotos de este post son, de Gyeongiu (Corea del Sur)

          Apuramos el viaje. Dieciocho días pasan a distintas velocidades, como ocurre con la propia vida. La primera mitad del periplo da mucho de si y después, los días parecen escaparse entre los dedos, sin poder remediarlo.

          Parece, que fue hace unas horas, cuando llegamos a Gyeongju y ya llevamos tres días, subiendo esforzados montes y contemplando paisajes, budas y templos de diferente linaje y estado de conservación. Hoy, la climatología nos ha hecho la puñeta, pero aún así, hemos cumplido nuestros planes de visitar un bello templo y una gruta artificial erigida en honor, como no de Shiddhartha.


          En esta ciudad, para ir a todo lo interesante, hay que ascender, esforzadamente, hacia arriba, poniendo en prueba nuestras capacidades físicas. En Gyeongju, encontramos multitud de tumbas curiosas y en los montes adyacentes, también. Las hay de proporciones desproporcionadas, del tamaño de una montaña, con perfecta forma convexa y cubiertas de hierba. Las más modestas son mucho más pequeñas, están en lugares más apartados y tienen – no siempre- lápidas muy discretas.


        En este agradable lugar, henos encontrado el mejor hotel del viaje, a un precio razonable (23 €). Dueño amable, habitación impecable con baño, más de diez productos de higiene, café, agua y refrescos gratis, cama con calefacción incorporada -muy típico de aquí, hasta en los alojamientos más básicos-, wi-fi, televisión, ordenador personal de uso libre y de última generación... Después de casi ciento treinta países visitados, hemos descubierto el hotel perfecto, casi donde menos lo esperábamos.



          Antes de volver a Seúl, a matar esta deliciosa aventura, mañana pasaremos por la impersonal -eso dicen- Daegu. Aquí, hemos comido un poco peor o mejor dicho, mucho más repetitivo. Y encima, nos ha tocado pagar, porque los supermercados son muy básicos y no ofrecen degustaciones. Sopas del Seven Eleven, a 90 céntimos y salchichas rebozadas y pescado procesado coreano, a unos 40 céntimos la pieza. ¡Al fin, encontramos buenos precios para yantar!.

Busan: el mejor mercado de pescados y mariscos de Corea del Sur.

                                                        Todas las fotos de este post son, de Busan (Corea del Sur)

          Para ir a Busan -la segunda ciudad más poblada del país-, lo mejor es tomar un confortable tren nocturno, que va lleno, aunque sin jaleo, porque esta gente es relativamente tranquila y muy civilizada. Son las cuatro y cuarto de la mañana, cuando llegamos a la estación ferroviaria, después de que no nos pidan los billetes y entretenemos el tiempo, sesteando junto a los apacibles mendigos y trasteando con el wi-fi gratuito de esta terminal. Elegimos este lugar, porque los sin hogar tienen experiencia en estas lides y es donde mejor hace y menos aire corre en esta enorme terminal. Nadie nos molesta o pide explicaciones.

          Una vez amanece, cargamos con los bultos hacia el mercado de pescado y marisco -a unos tres kilómetros- más fantástico, que hayamos visto jamás. Es tanto interior, como exterior y parece infinito (o al menos, nosotros queremos, que no se acabe nunca). Abarca centenares de especies -algunas desconocidas para nosotros- y desarrolla todas las formas de negocio: el pescado y mariscos vivos, que permanece sumergido en piscinas burbujeantes; el ya muerto, pero fresquísimo, destacando sables y pulpos gigantes; el ya preparado en salazón o disecado; el marinado, tratado y confitado y por último, el frito y el asado, de los que te puedes meter una buena ración, al precio de 7.000 wons (unos 5,5 euros).

          Después de casi dos horas dando vueltas, nos encaminamos hacia la famosa torre de Busan, que se ubica en una gigantesca y jovial explanada, rodeada por todas partes de enamorados, que han anudado sus candados en las barandillas que rodean el mirador y que rinden pleitesía al banco del amor, un hortera y alargado asiento, coronado por un corazón, donde se hacen fotos y selfies poco originales. Puedes subir hasta lo más alto de la torre para tener una vista de la ciudad y de su bahía.

          Cerca, se halla una animada zona comercial semipeatonal, donde muchos vendedores tratan de vender su género, metiendo mucho ruido desde la megafonía. Frente a la estación, Chinatown -es como si pusiéramos un little Portugal, en España-, donde ejerce su actividdad una poco molesta prostitución y encontramos además, decenas de restaurantes y alojamientos.


          Son bastante más caros, que en Seúl y algo desconcertantes. Sus gestores no tratan de hacerse entender y te repiten hasta la saciedad la misma frase, en veloz coreano. Cuando les pedimos, que nos escriben el precio en números legibles, ponen 30.000 wons. Aceptamos y subimos, pero ahora nos solicitan 10.000 más. Y así, en dos lugares distintos. Naturalmente, nos fuimos de ambos. Al final, pagamos 40.000, pero en un establecimiento de mucho mayor categoría

          A las afueras de Busan, coexisten un fantástico templo y un esforzado ascenso hasta la puerta norte de la fortaleza. Es domingo y jubilados pertrechados de bastones, polares térmicos, botas de montaña y demás equipación, junto con mochilas de más de cien euros, parecen que se disponen a escalar el Himalaya. Aunque, en cierta forma física, si debe uno de estar para no sufrir mucho.

          Dejamos Busan, entre conciertos locales -muy malos, pero muy concurridos, quizás por el aburrimiento general de la ciudad- y degustaciones en los supermercados -deliciosas las de carne- y paseos y más paseos, dado que debemos pasar noche en la estación, debido al ya mencionado caro precio de los hoteles.

          El viaje avanza deprisa y ya hemos traspasado la línea del ecuador. A estas alturas, ya nos sorprendemos menos de todo lo que nos rodea y estamos hartos de los giliguardias -personal, que regula el tráfico en lugares inútiles, generalmente en los accesos a los centros comerciales-, las giliescaleras -donde no cabe un pie ni de perfil-, y de la gililluvia -que en el País Vasco de llama chirimiri y en Asturias orballu-.

          También odiamos las gilifuentes. Me explico. En casi todos los lugares imaginables de Corea del Sur -fundamentalmente, en los grandes almacenes-, se dispone de fuentes de agua potable y fría o caliente. En vez de ofrecer vasos normales de plástico, te obsequian con conos de fino papel. El agua acaba en todas las partes del cuerpo, salvo en la boca.


          Gyeongiu nos espera, en lo que serán tres días de naturaleza, senderismo, templos y budas.  

sábado, 28 de noviembre de 2015

Seúl: la ciudad de las mil caras

                                                           Todas las fotos de este post son, de Seúl (Corea del Sur)

          Seúl nos recibió con olor a castañas asadas -más puestos, que en cualquier ciudad de España-, lluvia suave, fresco soportable, el suelo lleno de hojas y un precioso paisaje otoñal provocado por el ocre de los árboles. Aunque es 8 de noviembre, los numerosos grandes centros comerciales ya exhiben -en forma de poderosos, creativos y caros montajes de luces-, toda su artillería de Navidad. Son budistas, pero no tontos y aquí el negocio no esta reñido con la religión.

          A pesar de un marco -aparentemente- tan poco agresivo, nuestras primeras sensaciones fueron de rabia incontenible, materializada en alargadas uñas y afilados y virulentos dientes. Parecía que, incluso, viajeros avezados como nosotros, nos íbamos a rendir y a tirar la toalla.


          Por resumir, nos hundimos y levantamos varias veces, a lo largo de la mañana, el mediodía y parte de la tarde. Al principio, la ira -no sé de donde sacamos la fuerza necesaria para sentirla, después de dos noches de avión y una de aeropuerto-, nos hizo pensar: “para quien venga virgen a Asia, este puede ser un país exótico, pero para nosotros es más de lo mismo”. Todo nos salía mal (ver este post, ya publicado: http://destinodesconocido.blogspot.com.es/2015/11/kaos-y-konfusion-la-koreana-un-mal.html)

          Que si puertas chinas por aquí, que si mercadillos diurnos y nocturnos por allá. Quizás, todo un poco más civilizado, que en el sudoeste asiático, pero más de lo mismo. Tengo la virtud o defecto, de que no me muerdo la lengua, pero también sé rectificar a tiempo. Para mi, ambas características son buenas. El problema es el tormento, que puedes crear, a quien te acompaña.

          Tras cuatro días, hoy abandonamos Seúl -volveremos al final del viaje otro par de días-, esta ciudad, que sin demasiado derroche emocional, hoy colocamos entre las tres más agradables, de Asia.

          Ha llegado el momento de dejar de contaros nuestras opiniones, venturas y desventuras y de describiros Seúl, por si os da por venir por estos lares.

          La mejor zona para hospedarse, si vuestro presupuesto es económico, es la de la estación de ferrocarril -alojamientos correctos, desde unos 24 €- y a tiro de todo andando, como máximo a una hora: puertas de las murallas, palacios varios, barrio tradicional, tumbas, parques, zona de la torre de Seúl y varios y acogedores mercados nocturnos y diurnos, además de los centros comerciales y el extenso sky line. Un poco más lejos y cruzando el río, se hallan varios barrios residenciales -confortables, pero anodinos- y otro área más animada, que acoge el recomendable mercado de pescado.

          La cualidad de Seúl, en relación con otras emblemáticcas ciudades asiáticas es, su eclecticismo. En el paseo del recinto Cheonggyecheon, padres, niños y turistas, disfrutamos de un arroyo reconvertido en parque temático infantil, especialmente disfrutable al caer la tarde. En Namdaemun, junto a la estación, recetas asiáticas tradicionales conviven, junto a un mercadillo de ropa de poco fuste, calzado y cachivaches varios (muchos de ellos inservibles). Pero el ambiente es tranquilo -aquí no te dan la brasa- y entrañable.

          Los europeos residentes y algunos viajeros, se decantan por la zona de Itaewon, una especie de barrio internacional, donde hay boutiques de todos los países del mundo y restaurantes de cocina de cualquier parte del globo terráqueo. Hay más guiris aquí, que en todo el resto de Corea del Sur.


        Las niñas guapas -pocas- y gente de clase media, se mueven por la zona de Myeongdong, em torno a la catedral cristiana, donde todo cuesta el doble, pero es más cool. La oferta culinaria es realmente interesante y cuidada. La clientela es numerosa, pero la eficiencia coreana puede con todo.

          Queda la zona de Insadong, cercana a un famoso y bellísimo templo budista, donde se exhiben decenas de flores diferentes, utilizadas para las ofrendas. Se muestra muy bien habilitada, pero en decadencia de público. Antes era feudo de libreros , anticuarios y artesanos, pero hoy está muy diversificada.


          A nosotros -no tenemos ya remedio-, la que más nos gusta, es la de nuestro hotel, al otro lado de la estación de trenes. Engloba un reducido núcleo de bares de comidas y pubs, donde oficinistas frustrados buscan encontrar sentido a sus vidas y ahogar el estrés en unas botellas de soju. La gran lástima es, qie nosotros no podemos permitirnos desconectar, como ellos: un platillo de comida cuesta siete euros y una cerveza de medio litro, la aterradora cifra de seis. ¡Porca miseria!.