Puesto de medicina tradicional, en Segou
Djenné tiene dos caras. La esplendorosa del día de mercado y la sórdida de los demás días, con la basura escoltando a todo un patrimonio de la humanidad.
Djenné tiene dos caras. La esplendorosa del día de mercado y la sórdida de los demás días, con la basura escoltando a todo un patrimonio de la humanidad.
Antes de partir, debemos
solucionar dos problemas, que nos desquician. La oronda mujer del banco, dice
no cambiar moneda y nosotros no tenemos francos suficientes, para largarnos de
aquí. Preguntamos en turismo –misteriosamente está abierto y nadie se ha inscrito
desde el cinco de marzo, siendo hoy día veintisiete- y se extrañan,
recomendándonos una boutique –cerrada- y un hotel, donde nos aclaran que ellos
no, pero que el banco, nos lo cambia seguro.
Volvemos y la mujer sigue
poniendo excusas. Tenemos casi, que llorarle, para que nos canjee 20 €, a una
mala tasa. En la puerta de la entidad financiera, hay cinco hombres, viendo la
vida pasar. Dentro, otros cuantos, esperando a ver, si han recibido dinero de
parientes en el extranjero, para dilapidarlo, sin cargo de conciencia.
Segou
Nos vamos a
la plaza, para gestionar el transporte hasta el cruce, dado que no hay más bus
directo, a Segou, que uno semanal, que ha partido a las cuatro de la mañana de
hoy. Cinco tíos, sentados delante de una mesa, para gestionar un par de
furgonetas que salen al día. Nos tratan de hacer una jugarreta, queriendo
cobrar por nuestro minúsculo equipaje, pero aunque tenemos las de perder, nos
salimos con la nuestra, a base de mucho coraje y determinación.
Al fin
salimos. Tarda un buen rato en aparecer el ferry. En el cruce, ya tenemos
comisionista asignado, para que nos pare el autobús, a Ségou. El calor nos ha
agotado y aceptamos.
Tenemos suerte con el bus. Es
bastante nuevo y confortable, circula rápido, se detiene solo lo necesario y no
lleva carga en el techo. Sí hay, sin embargo, algo que nos indigna: han metido
a muchas cabras en sacos –para que no se muevan y solo sobresaliendo la cabeza-
y las llevan en el maletero, cerrado, a cal y canto. No quiero imaginar, como
estarán allí, viendo el calor insoportable, que hace en la cabina del vehículo.
No hay
demasiadas más incidencias. Atravesamos núcleos rurales, paisaje anodino y
llevamos a cabo una obvia parada para comer. Todo normal, hasta que varios pasajeros
obligan al conductor a parar para rezar, en mitad de la nada y a 35 grados.
Enérgicos cabezazos contra el suelo, como posesos. Están como una auténtica
chota. Todo, lo arreglan o lo redimen orando. Visto lo visto deberían ser ellos
los que fueran en el maletero y las sensatas cabras, en los asientos.
Segou
Ségou
cuenta con una imponente mezquita y unos vibrantes y coloridos mercados. La
gran novedad del día, es que hemos roto el círculo vicioso: después de cinco
averías seguidas, hoy llegamos, sin problemas. Estamos muy hartos del calor,
después de dos semanas incandescentes. Todas las noches hay que empapar la cama,
con decenas de litros de agua fría. Soñamos con un mundo, donde los objetos
tengan su temperatura natural y no emanen calor, por todas partes.