Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

miércoles, 23 de mayo de 2012

Siete pasos para comprar una lata de sardinas

            El thieboudienne –que ya conocimos en Mauritania- es el plato nacional y casi diario en Senegal. Se trata de arroz –de muy pequeño grano- rehogado con verduras y algún trozo de pescado. Existen otras variantes más pobres y con otros nombres, en las que el plato sólo es un arroz con salpicaduras de salsa (Caldou).
Joal (Senegal)
Cansados de la repetitiva dieta y animados por el excelente pan de Cap Skiring –el de casi todo el país, lo es-, nos decidimos a almorzar bocadillos de sardinas, única conserva, que nos permitía nuestro bolsillo y malamente. Por increíble que parezca, siete fueron los pasos que tuvimos que dar y más de una hora de espera, para alcanzar nuestro objetivo.

            1º.- Tratamos de comprar cuatro latas, pero la vendedora sólo dispone de dos. Primer contratiempo, pero no nos venimos abajo.

            2º.- Aceptamos su ofrecimiento, pero ahora se niega a vendérnoslas, por no disponer de cambio.
           
3º.- Tratamos de canjear el billete de 10.000 CFA en otro establecimiento, sin éxito ninguno.

            4º.- Sólo un guiri blanquito, sentado a la puerta de un comercio, se apiada de nosotros y nos da dos billetes de 5.000 CFA
                              Oussouye (Casamance)
5º.-Ahora toca esperar, a que Western Union reabra su oficina, después de la pausa del almuerzo. Tras un cuarto de hora, conseguimos este pequeño, pero celebrado objetivo

            6º.- La vendedora de las latas de sardinas, se ha ausentado temporalmente y ha cerrado su negocio, bloqueándolo con unas sillas delante de la entrada. Ni la más mínima sospecha, de cuando retornará.
           
7.- Finalmente y tras localizar otra tienda, obtenemos nuestro preciado tesoro, de origen marroquí.

            Por lo demás, Cap Skiring es un feo y desordenado pueblo, que trata de vivir de los resorts –casi vacíos-, de la artesanía –abundante y bonita, pero de escasa venta-, de los restaurantes –que venden lo mismo, que en otras partes, al doble de precio- y de la venta al turista de bebidas de importación.
                                                                             Rosso (Mauritania)
En realidad, es otro de esos experimentos lamentables del tercer mundo, para atraer europeos y tratar de vaciarles los bolsillos, a cambio de muy pocos servicios y muchas carencias en cuanto a la oferta de entretenimiento. Y todo ello aderezado con un gran número de pelmas irrespetuosos, que te dan la barrila, sin escrúpulos, hasta cuando te estás bañando o reposando sobre la arena.

            Así, lo sufrimos nosotros y cabría pensar, que hasta las decenas de vacas, que constituyen casi los únicos bañistas de esta bonita playa. En lugar de la lata de refresco y el envoltorio de snacks, dejan sobre la arena sus olorosas boñigas y al atardecer, regresan a sus alojamientos, ellas solas y sin vaquero que las conduzca. De esta forma pasan sus vacaciones, un día y otro más. Estoy pensando montar una industria local, de bronceadores para rumiantes.

            Si todo va bien, en breve abandonaremos la maravillosa Casamance.

martes, 22 de mayo de 2012

Como en un documental

                                                                                                    Elinkine
           En Casamance no atardece como en otras partes. Al menos en esta época, no hay puesta de sol, al uso habitual. Poco a poco, el astro rey se va diluyendo entre una extraña e imperceptible nebulosa, reduciendo continuamente su entorno hasta desaparecer.

Luego, llega la noche y con un poco de suerte, el pueblo visitado ese día, tendrá una sola farola –supuestamente, alimentada por energía solar-. El lugar que toca hoy, es Elinkine, camino de la isla de Karabane, que finalmente no visitaremos por la infrecuencia del transporte público. Así es, como llaman a la piragua escacharrada, que cruza hasta la isla.

            Elinkine merece mucho la pena, sobre todo por su autenticidad y el trato de sus habitantes que, normalmente, y a no ser que se lo pidas, no buscan nada del turista. Menos el del alojamiento de la Lonely (campement Le Fromager), que además de agobiarte con sus excursiones, te ofrece una habitación cuya puerta no encaja y no puedes cerrar. Y todavía, cuando se lo decimos, se hace el sorprendido.
                                                                          Elinkine
            Por lo demás, es interesante pasear por sus calles arenosas, contemplar los secaderos de pescado, ver a los hombres limpiando los peces o partiendo sus cabezas, charlando por no tener otra ocupación o jugando a las damas, golpeando las fichas, como si del domino patrio, se tratara. Los niños se entretienen llamándote “toubab” y estrechándote la mano. Aquí, no están muy maleados y son cariñosos, a pesar de que pululamos unos cuantos blancos.

En nuestro confortable pasear, tenemos la suerte de asistir a una ceremonia local, que parece un bautizo, debajo de unos toldos, con sillas de plástico -como las de las terrazas- y estridentes amplificadores. Por la mañana, los hombres realizan un acto sobrio, mientras las mujeres aguardan expectantes. Por la tarde son ellas las protagonistas, desmelenándose y compartiendo sus trepidantes bailes con la sosa blanca –o sea yo- que trata de hacer lo que puede, con escasa dignidad. Pero, lo que parecería un ridículo total, es agradecido efusivamente, por la organizadora del evento. Tal vez, detrás de todo esto, haya una creencia religiosa.

Otra vez comemos thieboudienne, aunque de momento, no nos cansa, porque hoy han eliminado las verduras y a cambio, las han sustituido por tres buenos trozos de fresquísimo pescado.
Elinkine
Los habitantes de este genuino pueblo, no lo tienen nada fácil. Y eso, que su vida se desarrolla al lado de un gran río. Disponer de agua corriente es una escasa posibilidad y la luz, una cuestión, sólo para los hoteles de los blancos, gracias a generadores autónomos y a potentes linternas de luz azul (frontales).

Nos toca ducharnos en cuclillas, porque el agua es un escaso hilillo proveniente del pozo, extraído por una bomba. Pero, somos los más felices del mundo, porque nos hemos quitado el polvo de encima y seguimos tomando cervezas.
                                                                     Elinkine

sábado, 19 de mayo de 2012

"Donnez-moi un cadeau"


             Llegas por la mañana pronto, a una ciudad nueva –de cuyo nombre no quiero acordarme- y consigues bajar del taxi siete plazas –increíblemente-, de una sola pieza y con todas las articulaciones gritando y protestando, al mismo tiempo. Enseguida, te rodea un montón de gente: “taxi, taxi madame, taxi…”Cuando consigues que entiendan, que no necesitas ninguno, te rodean los vendedores y comisionistas de los demás vehículos compartidos, ofreciéndote toda la variedad de destinos posibles, incluido, por supuesto, aquel del que acabas de llegar.
                    Personajes cotidianos de la vida de Mauritania y Senegal, tanto arriba, como debajo

            Otra vez, a decir que no y a esquivarles para conseguir llegar a la tiendecita de la esquina, donde venden bolsitas de agua de 500 mililitros y así aplacar la sed, pues aunque es pronto, el calor ya aprieta de lo lindo. Curioso lo de estas bolsas: yo nunca he sabido beber de la bota o el porrón y ahora si no quieres chupar todo el plástico –incluidos los gérmenes- tienes que lanzar a chorro, el líquido elemento. La otra solución es comprar botellas de litro y medio, pero son como cuatro veces más caras y a lo largo del día puedes, llegar a consumir, 5 ó 6 litros de agua por persona.

            Después de saciarte, comienza la búsqueda del hotel. No es fácil. En esta zona no abundan y como las ciudades están construidas a lo ancho, debes caminar varios kilómetros bajo el sol y por calles arenosas, hasta que encuentras uno.

            Todo esto es cotidiano en muchos viajes, pero lo que ya no lo es tanto, son las hordas de niños –de entre cinco y diez años-, que te rodean en manadas de 15 ó 20, para pedirte dinero o un regalo. A tu alrededor solo ves cabezas rapadas y pies descalzos. Y tan solo, escuchas: “donnez-moi un cadeau, donnez-moi un cadeau”.

            Les dices repetidas veces, que no, pero ellos insisten. Vuelves a negarte y ellos, a lo suyo. Al final tienes que enfadarte y dar cuatro gritos, para que se alejen un poco. La forma más efectiva de que se vayan corriendo, es mandarles a estudiar al colegio. Se les abren los ojos, ponen cara de susto y huyen.

            Colegios, claro que existen y a la puerta de todos ellos, hay dibujos y carteles informativos, en los que colabora Unicef y España, diciendo textualmente: “Yo quiero ir al colegio y quedarme en él”.
           
No sé si los intentos de otros gobiernos y de algunas organizaciones, caen en el saco roto de las autoridades locales, pero la realidad es que centenares de niños –sólo varones- llenan las calles desde las siete de la mañana, ataviados con su raído uniforme, consistente en: pantalón corto, camiseta futbolera y bote de tomate o de Nocilla, colgado a la espalda, donde recogen los restos de comida, que les ofrecen y diciendo a todo el que se cruza con ellos: ¡“donnez-moi un cadeau”! (¡Dame un regalo!).

Nota: Este fenómeno, es endémico en Senegal y muco más esporádico, en Mali y en el sur de Mauritania. 

viernes, 18 de mayo de 2012

El vino de palma y un energúmeno, ponen a prueba nuestros nervios

            Ziguinchor debe tener más de doscientos mil habitantes, aunque la impresión –como otras tantas veces, en África-, por su dispersión y escasa altitud de los edificios, es de no superar los diez mil. Hay casi más gasolineras, que calles pavimentadas. Sin embargo, cuenta con bastante encanto: calle principal colonial, una bonita catedra,l. mercado normal y de artesanía y un puerto –hoy sábado, sin actividad-, donde reposan las piraguas y campan a sus anchas, las aves zancudas. De comer, lo de siempre: thiéboudienne y de iluminación nocturna, casi también, ninguna.   Oussouye

Llegar a Ossouye, con presupuesto ajustado, requiere de paciencia y tiempo. Más de dos horas de espera y una hora y veinte minutos para 40 kilómetros, con numerosas paradas, desde para echar gasolina, pagar un soborno o colocar sobre el techo, un pesado y enorme comprensor.
                               
                                             Edioungou
A pesar de ser domingo y funcionar a escaso gas, la ciudad resulta muy agradable, auténtica y bastante cuidada –en sus edificios y control de basuras, teniendo hasta papeleras en los establecimientos comerciales, que son más bien “tiendezujos”- y con un coqueto y digno mercado. Deliciosos y esplendorosos mangos –con muchas hojas, alargadas y verdes, menos uno, que solo tiene frutos, aún no maduros-, se entremezclan con palmeras, floridos árboles o los impresionantes fromagers. Dentro de su tronco, se puede construir un bar o una cabaña, sin demasiadas dificultades de espacio.. 

            Los campamentos para dormir –que no para tomar una coca-cola o una cena-, son básicos, pero muy bien decorados y mantenidos, en forma de “case a étages” o “case a impluvium”. Nuestra penúltima experiencia del día, es con el vino de palma, en uno de los bares del pueblo, donde los lugareños siguen la liga senegalesa, sobre campos de tierra, pegándose mil golpes y al ritmo de afinados tambores africanos en la grada.
                                                          
                                                                                          Oussouye
            Ante nuestras preguntas, discuten sobre si el brebaje de la palmera,  tiene muchos grados de alcohol o no y no llegan a una conclusión, que nos oriente. Lo único evidente, según nuestra experiencia, es que tiene sabor a jugo de alcachofas de lata. En la guía, pone que es a levadura, pero en su estado puro, nunca la hemos probado. Y, no nos ha caído muy bien, ni al estómago, ni a la cabeza. No sentimos síntomas ni como los de los efectos del café, ni los etílicos, aunque tiran más a los primeros. Empezamos a entrar en un fuerte estado de ansiedad, acompañado de un ligero y desagradable mareo.

            El camino de retorno –en un lugar donde no parece haber taxis, aunque sí, buscavidas medio fiables-, no nos parece seguro. A pesar de nuestra caraja palmeral, cuando nos asedia un hombre, preguntando por nuestro alojamiento y de que otros nos hayan interrogado sobre el mismo asunto, durante todo el día, somos capaces de mentirle, para no desvelarlo. Este último personaje resulta ser muy agresivo y nos obliga, a salir corriendo, ya que lo ha dejado muy claro, en perfecto español y en un tono muy amenazante: “esto es África, aquí no vale con dar sólo las gracias”.

            Dudamos –aunque con nervios- de que la cosa se hubiera complicado, dado que luego, en la nocturnidad iluminada por cuatro tiendas, descubrimos que hay un puesto de militares, no demasiado lejos de allí. De todas formas, nada mal está, que nos recuerden que estamos en África. Sobre todo, cuando vamos tan alegremente por la noche, en sitios desconocidos, creyéndonos, por encima del bien y del mal.

Lo que más incordia, de todas formas, es relatar tantas emociones, en un barato y adecuado alojamiento –excelentemente decorado, con murales con motivos locales-, con tan exigua luz –problema común a la mayoría de los alojamientos del país-, mientras los malditos gallos cantan a cualquier hora del día.
 Oussouye

El pelo largo, se queda en Casamance

                                                                           Camino de Ziguinchor  
Estar descalzo sobre el asfalto –aunque seas blanco-, mientras un cosetodo callejero, te remienda las sandalias de piel –compradas en Etiopía-, ya sin hebillas y pegadas con esparadrapo, no es noticia en Senegal. Ni para los transeúntes, ni para el amable cosedor, que además de ofrecernos su propio calzado, nos cuela, delante de otro lugareño bien simpático.

Las agradables noticias del día, fueron que recogimos la visa de Mali y compramos los billetes a Casamance, sin mayores problemas.
Camino de Ziguinchor  
            Antes de partir, coincidimos en la escalera del hotel, con nuestro vecino de habitación, Javier. Dice estar aguantando y adaptándose, a pesar de que lleva cuatro años en el país. Es agradable y emprendedor, dedicando su tiempo y esfuerzos, a exportar pescado congelado, a China. Nunca en otro viaje, encontramos a tantos empresarios españoles. Y, todos coinciden: en España no hay negocio, ni oportunidades de mercado. También, las decenas de emigrantes marroquíes y subsaharianos, que han retornado a sus orígenes, opinan exactamente lo mismo.
                              
            Las vistas desde el ferry a Casamance –sobre todo en su último tramo- son espectaculares, con los manglares e infinitos meandros. El pasaje es muy variado: desde acomodados jubilados franceses, hasta blancos guiados por negros y alguna pareja mixta, siendo ella más joven. Además, josteleros –con rastas y bolsillos a medio pantalón o de más edad y melenas canosas- y lugareños de ciertos posibles, con sus teléfonos móviles táctiles y pagando las cervezas en el bar, a 2000 francos (el triple de lo que valen en tierra firme).
                                                                                Ziguinchor  

            A pesar de ser 10 de marzo, en Ziguinchor hace calor. ¡Muchísimo calor!. De forma discreta, unos pocos militares patrullan la ciudad. Cuando una blanca decide desprenderse de su larga cabellera, en Senegal –o en casi cualquier país de África-, el acontecimiento se celebra con regocijo. El pelo caído, se mima y guarda, posiblemente para ser colocado como postizo, en extensiones, a cualquier lugareña, después de tejerlo con paciencia, con hilos y agujas de ganchillo. En estas peluquerías ni lavan la cabeza, ni tiñen, ni por supuesto, hacen permanentes (¡faltaría más!). Pero, el tema trenzas y apaños varios –como en casi todos los campos profesionales- lo dominan con soltura y desparpajo.
                                                                                               Ziguinchor  

Días de cerveza y playa

                                                                       Isla de Goreé
            Después de haber hecho la visa de India en el extranjero –aunque en España, también debe de tener sus cosas-, una se siente, como si hubiera realizado un doctorado, en visados. Aunque la verdad es, que en África occidental no ponen demasiadas pegas burocráticas. Como en el caso de Mauritania, lo primero y apremiante, que nos han pedido, es el dinero (15000 CFA, para quince días). Da igual, el color de fondo de la foto o si faltan datos de rellenar en el formulario.
Isla de Goreé
            Entretenemos un par de días, disfrutando de la playa y la fresca y barata cerveza –algo impensable, en la dura travesía del desierto mauritano y saharaui- y visitando la bellísima y encantadora isla de Goree. A pesar de saberlo de antemano, el día empieza con enfado. Aquí el timo consiste, en soplarte 9 €, por dos travesías de 25 minutos en ferry y otro y medio, por una tasa turística. Lo de tener que aflojar la cartea, por entrar a las ciudades, cada vez es más generalizado y preocupante. ¡Se extiende por todo el mundo, como si fuera la peste!.

Pero, la agradable climatología, los magníficos edificios coloniales –situados en un entorno excelente y en diverso estado de decadencia-, además de las escasas molestias de los lugareños, van dulcificando la mañana, hasta hacerla, casi extasiante, mientras degustamos unas cervezas en soledad, detrás de la fortaleza. En ese rato, cuatro gatitos recién nacidos –uno ciego- tratan de seguir nuestros movimientos, para chuparnos los dedos de los pies.

                                                               Isla de Goreé
Nos deleitamos también, comiendo un delicioso paté de anchoas local y redescubriendo los puestos de artesanía: desde cuadros bastante infantiles, a esculturas hechas con antenas de móviles, cucharas, brochas, mandos a distancia, candados, botones, latas de sardinas…

El próximo post, que espero escribir, deberá ser sobre Casamance, la que dicen es, la región más bonita de Senegal. Eso significaría, que no ha habido incidentes y que hemos recogido, sin novedad, la visa de Mali y hemos comprado los billetes del ferry, a Ziguinchor.
Isla de Goreé
De momento y en presencia de la luna llena, volvemos a compartir playa –de virulenta corriente- y cervezas, ahora de vuelta en Dakar, mientras los lugareños se ejercitan, realizando tablas gimnásticas, escasamente ortodoxas (no levantan la tripa del suelo y se limitan a desplegar y plegar los brazos, en lo que ellos consideran, como flexiones).

Petite côte, para todos los gustos

                                                                                                    Mbour
            Si uno está cansado de tanta negritud y precisa ver más palidez, el céntrico supermercado de Dakar, es el lugar adecuado. En él pasean con sus cestas, haciendo acopio de productos –aquí- de lujo, como Cointreau, a 33 € la botella, sardinas a 2 € y una pequeña porción de queso a 8 €. Si exceptuamos el pan, los refrescos, la cerveza y las ginebras y güisquis locales, todo cuesta tres veces más, que en España.

            
Llevo varios días, tratando de romper el círculo por alguna parte, de vendo caro, porque vendo poco y no compro, porque es costoso hacerlo. Diecisiete minutos pasamos para poder pagar una cerveza, porque dos cajeras, no quieren darnos el cambio, por ser una compra pequeña. En Senegal, no hay siquiera consideración con el prójimo, como para haberla con los clientes.
Fadiouth
Escribo esto, en nuestro retorno a Dakar, después de haber pasado los tres últimos días, en Mbour, Joal-Fadiouth y Saly Portugal, en la petite côte. Del primero nos atrae, su ambiente festivo vespertino, al calor del retorno de los pescadores. De Joal, nada y de su vecina Fadiouth, la autenticidad, sus tabernas africanas, que todo esté lleno de conchas y artesanía y la convivencia entre cristianos y musulmanes, que comparten hasta el cementerio. Ambas localidades – también el propio campo santo- están comunicadas por puentes de teca, que ha debido pagar, alguien pudiente. Si ver unos puentes, en pequeñas localidades de África, ya es un milagro –normalmente, se solucionaría con el transporte en piragua-, aún lo es más, su excelente mantenimiento.                                   Fadiouth
                                                                                      Joal
En Joal, conocimos a una pareja hispano-francesa. Otros más, que abandonaron nuestro país, en busca de fortuna o de quitarse los agobios de encima. Tienen siete hijos y cinco están en el paro. En cuanto a Saly Portugal, es otro de esos experimentos, habituales en el tercer mundo, para captar turismo de dinero. Pretenciosos hoteles, a precios del primerísimo mundo, con discretas playas. Si el intrépido turista, se atreve a salir de su burbuja, callejeará por veredas polvorientas y arenosas, entre cabras impacientes, perros dormilones y decenas de pelmas, tratando de venderle la cara artesanía o los inasequibles menús, donde comer ensalada y pollo –como comida especial-, se va a más de 10 €.

Nuestra intención, era haber visitado otros lugares como Dialao Toubab, Palmarin y Toubakouta. Pero, el transporte es muy lento y las salidas, no todo lo frecuentes que hubiéramos deseado. Ahora, toca conseguir la visa de Mali y visitar Casamance, en el sur de Senegal. Hace días que ya hemos asumido –los niños te lo recuerdan en los lugares menos turísticos-, que somos “toubab” (gente blanca).  Mbour

jueves, 17 de mayo de 2012

Dakar, de noche, mejor que de día


            Dakar es una ciudad llena de señales de prohibido aparcar, que los lugareños mueven alegremente, según les convenga o basándose en criterios, para nosotros desconocidos. Llegamos de noche y es cuando descubrimos, el Dakar más maravilloso, callejeando por las arterias laterales, de la plaza de la independencia.
                                                                               Dakar
Nos movemos casi a oscuras, solo iluminados por las luces del tráfico –fundamentalmente, taxistas- y por las de las tiendas abiertas –fruta, bebidas alcohólicas u otros varios productos- o las de los bares y clubs nocturnos. Para comprobar lo que ofertan, los numerosos puestos callejeros, hay que agudizar la vista y tener, tanta intuición, como suerte. Salvo para los de Nescafé –aquí y a estas horas, apenas ofrecen café touba-, que huelen a distancia.

            De día, la cosa cambia y la ciudad pierde brillo. Aunque, es apacible y escasamente caótica, comparada con otras capitales africanas. Hasta hay voluntarios –más o menos los respetan-, controlando las zonas de tránsito más conflictivas. Los atractivos turísticos, no son demasiados y algunos incluso, han cambiado su función, han sufrido el devenir del tiempo o el peor castigo de la dejadez, tan típicamente subsahariana.

Los dos mercados de la ciudad, son distintos. En uno –de bello edificio- se vende fresquísimo pescado y marisco –langostinos, casi como pulpos-, que nos tratan de encasquetar y que hubiéramos adquirido, de tener como cocinarlos. Del otro, no merece demasiado hablar, aunque bien valga darse una vuelta.
Dakar
Para  los presupuestos ajustados, Dakar se limita –siendo muy caros los hoteles-, a almorzar  thiéboudienne , en auténticos y atractivos puestos callejeros, que se montan por la mañana y se desmontan por la tarde. Se ingiere en platos hondos de latón y mejor no ver el proceso de lavado de los mismos –por falta de agua corriente-, aunque si procuran la mayor higiene posible. Para los más desahogados, existe la posibilidad de sacarse un abono mensual de una piscina de hotel, a 120 € o comer latas de sardinas, a 2 €  la unidad, pollo a 8 € o un plato de lasaña, a 10 €, en el supermercado más solvente de la ciudad, dotado de productos franceses y cuyos clientes son blancos (o chachas negras).
                                                                                      Dakar
            Los borrachitos, campamos a nuestras anchas en esta ciudad. Buena cerveza, a 80 céntimos –medio litro- y botella de ginebra o güisqui, a 2,20 €. Al atardecer, la ciudad es tomada por corredores y trotadores –lugareños y turistas-, que recorren la línea costera, desde el punto más occidental de esta ciudad, donde se observan bellos acantilados y a gente, que –sin tener otro remedio- ha ocupado el bonito lugar, para tener una mísera forma de vida.

            Si todo va bien, tendremos que volver, al menos, dos veces más a esta ciudad, por lo que aún tendremos mucho tiempo, de seguirla saboreando y de emitir más opiniones.

El diablo sobre ruedas

            ¿Es el transporte público de Senegal, el peor del mundo?. En el fragor de la batalla, cualquiera diría que si, pero esperaremos a estar más reposados de un día horrible, para dar una opinión más neutra. Echar la jornada entera, para una distancia de 200 kms, no es infrecuente en Senegal, aunque sea entre grandes capitales. Al viajero le dan rabia, las diferentes incomodidades –ajenas a ser un país pobre y si muy desorganizado-, pero los resignados lugareños, como ocurre en buena parte de África, las sufren en silencio, durante toda su vida.
                             San Louis       
            En África no se viaja por placer, sino por necesidad. El lugareño o lugareña –en este último caso, cargada con un crío de pocos meses, que chupa de la negra teta, compatibilizándolo con comer magdalenas o tomar refrescos-, se trasladan por algo: un fallecimiento, un nacimiento, una enfermedad, un esperado y próspero negocio…Quién sea previsor y dadas las circunstancias, debe contar al menos, con día para ir, otro para volver, otro para el evento y uno más, por si acaso (cosa bastante probable).

            En Senegal hay tres tipos de transporte, con tarifas reguladas, precios muy dispares y muchos pelmas, que viven de ellos. Empezamos mal: el taxi “sept places”, a veces, transporta a nueve viajeros (esto todavía, es más frecuente, en Mauritania). Vale el doble, que lo más económico, aunque tiene cierta frecuencia.
                                                                             San Louis       
Luego está el minibús, de unas 15 ó 16 plazas, que supone una incertidumbre controlada. El “ndiaga ndiaye”, aunque barato e incomodo –cosa que ya dábamos por supuesto-, supone armarse de paciencia y de otras muchas virtudes. que nosotros no poseemos. Para una ruta transitada, puede suponer cuatro horas de espera, entre el calor, las moscas, la incomodidad del asiento y la insensibilidad del transportista y los de la merienda de negros, que le rodean y asisten.

Luego, te expones a controles de policía –normalmente rápidos-, numerosas paradas –con causa o sin ella- y al monótono peregrinar, con sus bolsas, de los escasos vendedores ambulantes, que repetitivamente, comercializan naranjas, a precio europeo, que ni siquiera se recogerían, en casi ningún otro país del mundo. Finalmente y si todo va bien, te puedes enfrentar a cambios de vehículo, aglomeraciones al subir y bajar del transporte –con posibles, aunque improbables robos y pérdidas- y a que te dejen, en mitad de la nada, sin ni siquiera una sonrisa.

            Pongamos un ejemplo, como es el ir de Saint Louis a Dakar: te levantas a las 7:45 de la mañana y tras alguna gestión pendiente, llegas a la estación una hora después. Pasan tres horas y carenta y cinco minutos, hasta la partida del maldito cacharro, una vez que se ha completado la última e incómoda plaza.
 San Louis       
Para hacer 200 kilómetros, empleamos tres horas y media, hasta un cambio de vehículo y otras dos horas y cuarto más, hasta que te depositan en medio de una autopista a ocho kilómetros de la ciudad. Dependiendo de la hora, tienes transporte público o no, para llegar a ella. Aunque, gracias a algún lugareño y a achuchar a algún taxista, finalmente, nos ponemos en el destino, con el deber cumplido, pero con mucho desgaste, que al menos es compartido. Porque, a pesar de todas las inconveniencias de los viajes, en el primero éramos dos personas y en este quinto, seguimos siendo los mismos.
                                                                                              Dakar

Una isla de mil ambientes

                                                                                           San Louis
            Saint Louis es un soplo de aire fresco, después de transitar más de 2000 kms, por el desierto del Sahara. Aunque el viento y la arena, en clara confabulación, contra el ser humano, te llenan inexorablemente, todo el cuerpo y la ropa de polvo, también aquí.
                                                                                San Louis       
El puente de hierro de esta ciudad, de unos 500 metros de longitud, es todo un emblema del África occidental. Gustavo Eiffel lo diseño para el Danubio, pero acabó en el río Senegal. Saint Louis se divide en cuatro áreas, a efectos turísticos. Una zona anodina, donde está la nueva –es un decir- estación de autobuses y nuestro correcto y barato albergue. Otra, junto al puente pero sin cruzarlo, donde se halla un vibrante y aglomerado mercado, al lado de lo que fue la antigua estación de trenes –hoy en desuso-. En África, nada se reforma o se derriba, mientras sea para uso turístico. Simplemente, se deja al devenir del tiempo.
                                                                                       San Louis       
No ocurre lo mismo, con todos los despojos, que llegan de Europa, en forma de vehículos, frigoríficos irreparables o recauchutados de rueda. Para darles una utilidad, se trabaja a fondo y miles de familias, viven de ello. En este continente, siempre hay una solución para dar utilidad, a lo aparentemente, inutilizable.

            Las otras dos zonas son la turística en si –bastante cuidada, gracias a la labor de bancos y hoteles, que utilizan los edificios como sede- y la genuina y autentica, que linda con el mar, donde los coches de caballos –como si fuera otra época-, hacen casi de exclusivo transporte y las calles transversales, permanecen sin asfaltar, con el suelo lleno de arena, cabras, burros, niños, redes de pesca, puestos rudimentarios de pescado frito... La playa es salvaje y en ella tienen cabida, todo lo citado anteriormente y más. Menos bañistas.
 San Louis, arriba y abajo       
La infancia en este lugar, como en otras tantas partes de África, se disecciona en dos. Los más pequeños –ya bastante avispados-, que disfrutan o se contrarían, al juntar el blanco de nuestras manos y el negrísimo de las suyas y los ya evolucionados, de más de diez años, que exigen –más que piden- “cadeaus” (regalos), ya sea en forma de dinero –preferible- o de cualquier cosa, que lleves a mano.

            Mañana partimos hacia Dakar, siendo 29 de febrero. Es la segunda vez consecutiva, que en esta fecha, nos encontramos de viaje largo. Puerto Natales (Chile), en 2008, fue la protagonista de esa fecha. Llegar a la capital de Senegal, era nuestro primer objetivo, de este viaje por África occidental. A partir de ahí, trataremos de acometer metas mayores.
                                                                                                 San Louis