Intuyendo el casi inevitable fallecimiento del Real Valladolid y su descenso a los infiernos, este 3 y 4 de junio hemos tenido un fin de semana de muerte. Y así ha sido, fundamentalmente, porque hemos visitado tres de los cementerios más importantes de Madrid.
Hacia tres semanas, que habíamos estado disfrutando de la pradera de San Isidro, durante las fiestas patronales de la capital. Queríamos ver la zona, durante un día normal -aunque muy caluroso- y hasta allí nos acercamos. Estaba mucho más tranquila, que entonces y apenas nos cruzamos con unas pocas decenas de personas ocupando asientos y mesas en los merenderos o en la hierba, que se ha regenerado bastante, gracias a las últimas lluvias. Pudimos constatar, como los conciertos, que allí se celebraron, estaban ubicados en realidad, en medio de una carretera cortada, como ya intuíamos.
Aunque, nuestro objetivo principal en este área, era visitar la ermita de San Isidro y el cercano cementerio de Santa María. En fiestas, para la primera, había mucha cola y el segundo estaba cerrado.
En esta ocasión, la ermita estaba cerrada, así que no pudimos verla por dentro, pero desde fuera, si que contempla os su antiguo y abarrotado cementerio, una bonita capilla y diversos aperos de labranza, que supongo, honran al santo (aunque al parecer y como todo el mundo sabe, sus bueyes araran solos).
Si pudimos empaparnos del interior del cementerio de Santa María, que se haya junto al enorme tanatorio de San Isidro. De trata de un sacramental, que se constituye en torno a una capilla más modesta, que la de la Almudena. Nos gustó bastante, con ese misterio, que tienen los camposantos tranquilos y casi vacíos (de vivos). Ojo, porque cierra a las cinco de la tarde.
El resto de la tarde/noche, la rematamos en Malasaña y por la cercana corredera Alta de San Pablo. Al final, la lluvia nos acabó expulsando de las calles.
El domingo comenzó y acabo tan mal, como el anterior. A primera hora, un descarrilamiento entre las estaciones de Atocha y Recoletos, paralizó la mitad de las lineas de cercanías de la comunidad de Madrid, durante horas, facilitando el caos. Salvamos nuestros planes, tomando autobús y metro, de pago, aunque reducido, si cuentas con tarjeta de transporte. A última hora del día, descendió el Valladolid. Pero, al menos, ni hubo elecciones catastróficas, ni una vaticinaba tormenta.
Pero, el resto de la jornada estuvo, realmente, bien. Nos acercamos al cementerio de la Almudena y allí estuvimos, durante más de dos horas. ¡Acabamos fascinados y molestos con nosotros mismos, por no haberlo descubierto antes!
Estuvimos un buen rato charlando con el amable cura de su inmensa capilla, que cuenta con un Cristo resucitado y no doliente y con varios ángeles del apocalipsis con sus trompetas. Este camposanto data de mediados de la década de los ochenta del siglo XIX y acoge en la actualidad a más de cinco millones de personas fallecidas, quedando ya muy poco espacio. Las tumbas son muy diversas, dependiendo de la capacidad económica de los enterrados. Entre las más famosas, la de Lola Flores y su hijo -ni resulta fácil de encontrar, ni con GPS-, la del Yiyo y la del alcalde Tierno Galván. Pero, nos faltó mucho por ver, así, que regresaremos a este lugar en breve.
Aún, antes de tomar el tren de regreso y del desenlace futbolero, nos quedó tiempo para retornar a la Feria del Libro, ubicada en el Retiro -termina el día 11- y de pasear por la de Artesanía, estacionada en el Paseo de Recoletos y que se disuelve una semana después.
Esperemos, que el próximo domingo, en Madrid, sea más tranquilo, porque los dos últimos...
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