Como si fuera masoquista -algo de esto
debe haber- o me gustara dejar de respirar o darme tiros en los pies,
siempre que vuelvo a Madrid -normalmente, ya sólo, cuando vamos o
venimos de viaje-, me da por acordarme de nuestros años de
estudiantes en esta ciudad -entre 1.986 y 1.991- y me invade una gran
nostalgia y depresión, afortunadamente, transitoria.
Cartel publicitario de la Puerta del Sol (Madrid, 2.016)
Siempre es y será así y me temo, que
no existe antídoto para ello, para mi profunda desgracia. Pero esta
vez, se han acabado de encender todas las alarmas y luces de alerta:
el famoso y siempre presente bar de los bocadillos de calamares y
bocatas de otro tipo de la calle Atocha -enfrente de la estación del
mismo nombre-, ha desaparecido, después de siempre estar ahí y ha
dado paso a un enorme Lizarrán, que al parecer, se ha hecho además
con un local contiguo. Aún y como balón de oxígeno o tabla
salvavidas, aguanta el cercano “Brillante”, aunque no sé cuanto
durará, porque los bares de calamares, incluso en la plaza Mayor,
están en horas bajas (yo llegué a comerlos, a 25 pesetas, en
1.980).
Museo del Jamón (Madrid)
Que Madrid no es lo que era, resulta
tan evidente, que no voy a dar siquiera argumentos para defender esta
posición o la contraria. Simplemente, sirva este artículo para
contaros las diferencias, entre aquel Madrid, de 1.986 y el actual,
señalando, lo que entonces había y hoy no hay y no a la inversa (lo
que encontramos hoy y no había en aquel tiempo).
Corría finales de septiembre, de
1.986, cuando me incorporé a una residencia de estudiantes, cercana
a Santo Domingo y la plaza de Ópera, en la calle Campomanes. Las
ilusiones eran tan grandes, que tapaban las numerosas incertidumbres
y debilidades. Por supuesto, ni la calle Arenal, ni Montera
-abarrotada de prostitutas y peligrosa de noche-, ni Fuencarral, eran
zonas peatonales, ni los comerciantes querían que lo fueran, porque
argumentaban, que generaban delincuencia. ¡Cómo han cambiado las
cosas!.
Bajos de Argüelles (Madrid)
Por no existir -aunque tardó poco en
surgir-, ni siquiera había estación de metro en la ciudad
universitaria de la Complutense. Eso sí, la Gran Vía estaba plagada
de teatro y cines, en plena actividad.
Aunque los más jóvenes no lo creáis,
en 1.986 ya funcionaban Rodilla, el VIPS y el Museo del Jamón, casi
únicos vestigios de aquella época. Un sándwich costaba 30 pesetas
o un bocara de jamón, 100 (lo que se llamaba, una chocolatina). De
todas formas, estos establecimientos también han cambiado. La tienda
de emparedados ha aumentado su surtido y ha incluido bebidas. Los
VIPS han plegado alas y se dedican a la restauración, más que a los
perfumes, discos, prensa escrita, libros o alimentación, como
entonces. Y el Museo del Jamón, en retirada, se ve seriamente
amenazado por las tiendas de cucuruchos delicatessen de la ibérica
pata del cerdo.
VIPS (Madrid)
¿Quién se acuerda de los Seven
Elevan, que hoy en día, extienden su negocio, como champiñones, en
los países del sudeste asiático y Hong Kong?. El de l clle Montera
resultaba, especialmente, conflictivo.
Por sobrevivir, aún aguantan los
mercados, entre ellos el de Maravillas o el de Ventas, que eran
nuestros favoritos. Aunque atienden a menos gente y sus precios han
dejado de ser competitivos. Hoy, proliferan más los mercados para
pijos y guiris, como el de San Miguel
En aquellos lejanos tiempos, ya
olvidados para muchos, si se hacía botellón, era porque te daba la
real gana. No por supervivencia, como ahora ocurre en calles y
plazas, donde los jóvenes -y los no tanto-, colocan las bolsas en el
centro y ¡a darse al drinking!. Entonces, íbamos a los bares,
aunque no tuviéramos, ni 18 años. El aperitivo o la media tarde, en
Lavapiés, con cañitas y tapas varias. Los albores dela noche, en
los bajos de Argüelles -hoy muy perjudicados y casi en peligro de
extinción-. Y ya la noche, en Malasaña -algunas locales, todavía
existen- o en el Ya'sta o el Comité -en la calle Silva-, donde a las
ocho de la mañana nos preguntaban, si no teníamos casa. ¡Y, que
decir del Malafama. Allí, tomando copas, codo con codo, con
Almodóvar!.
Paso elevado de Cuatro Caminos (Madrid), suprimido en 2.003
Como fruto de tanta actividad,
resultaba imposible pillar un taxi, un viernes o un sábado por la
noche. No hace mucho y sentados en la Gran Vía, vimos pasar a más
de diez, con la luz en verde, en tan sólo un minuto. Por supuesto,
las estaciones de metro, no llevaban el nombre de Vodafone, ni nadie
desde un cartel, nos deseaba una blanca Navidad (Netfix y su serie,
“Narcos”).
Por aquella época y en las zonas más
privilegias, había serenos y porteros físicos en las casas, algo
que me suena a antiguo, hasta a mi.
Los conciertos de San Isidro, se
celebraban en el pabellón de Deportes, del Real Madrid, que hoy ni
existe, aunque sí, muchos de los grupos, que los daban, ya en su
declive. También, en el rockodromo de la Casa de Campo -donde las
disfrutadas fiestas del PCE-, del que no tengo noticia, ni un
sentido, ni en otro.
Estación de metro de Sol (Madrid)
No puedo seguir, ¡porque se me caen
las lágrimas!.
¡Venga, me rehago y soy fuerte!. Hay
cosas, que han ido a mejor. Se ha eliminado el paso elevado de Cuatro
Caminos, donde las leyendas urbanas atribuían, a una anciana
mendiga, que dormía debajo, ser millonaria y tener no sé cuantos
pisos.
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