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lunes, 26 de diciembre de 2016

Sobre terremotos y Tierra Santa

                                                        Murcia y debajo, Cehegin (Murcia)
          Hubo, había, hay, seguirá habiendo, durante toda la eternidad -no lo tengo muy claro- una especie de gala casposa emitida por TVE, llamada, “Murcia, que bonita eres”. ¡Pues va a ser, que no!. Casi nada hay que ver o hacer en esta ciudad, que no sea pasearse por sus amplias y cuidadas zonas peatonales. Por no haber, no hay casi ni supermercados.
Las dos siguientes son, de Caravaca de la Cruz (Murcia)
          Otra cosa es la muy interesante provincia, hasta ahora, una de las más desconocidas de España para nosotros. Ya de antemano y con dolor, descartamos con amargura poblaciones, como Moratalla, Puerto Lumbreras o Águilas, por cuestiones logísticas. Una vez, in situ, renunciamos a Jumilla y a Yecla, por cansancio, estrés y saturación de actividad viajera. Finalmente, nos quedamos con cuatro lugares, que claramente, merecieron mucho la pena: Lorca, Caravaca de la Cruz, Cehegín y Mula.

          En cierta medida y salvando las distancias, Lorca nos recordó a la Mostar o Sarajevo, de hace diez años, con grúas, andamios, edificios con fachada, pero huecos por dentro, casas abandonadas a su suerte... Han pasado casi seis años desde el fatídico terremoto, de 5,1 grados de intensidad, que se llevó de por medio ocho vidas humanas y dejo decenas de heridos. Las consecuencias de aquel seísmo aún son claramente visibles, a cada paso y parece, que las promesas de las administraciones se ralentizan o desaparecen, como siempre ocurre en estos caos. La memoria humana es frágil -más, incluso, que la sensiblería, ante las desgracias- y ya nadie se acuerda de aquello, que no viva el día a día de esta ciudad.
Las dos siguientes son, de Lorca (Murcia)
          Aún así, Lorca dispone de los suficientes atractivos turísticos para atraer al viajero. Una robusta colegiata, un elevado castillo de esforzada subida y magníficas vistas y el casco histórico en general, plagado de bellas iglesias y casas antiguas, dan tranquilamente, para entretenerse una mañana entera.

          Los hermanos Lumiere inventaron el cine con la filmación de la salida de los obreros de la fábrica, mientas en España, se imitaba este evento, con la salida de la misa de 12 del Pilar, de Zaragoza. No es por tanto casualidad, que nuestro casposo y degradado país, disponga de tres de los cinco centros mundiales de peregrinación de la cristiandad: Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela, Santo Toribio de Liébana y el que nos atañe ahora, Caravaca de la Cruz. Todos ellos disponen de jubileo y el de esta última localidad se corresponde con el ya casi entrante, 2.017 (creo, que es cada siete años, desde 2.003 y fue concedido por el ya fallecido papa, Juan Pablo II).

          Su empinado y agradable casco antiguo resulta bellísimo, siendo quizás, el pueblo más bonito que hayamos visto a lo largo de todo el viaje. En lo alto se hallan el castillo y el voluminoso santuario, desde donde se contemplan magnificas y abruptas vistan de la región y de la localidad. La Santísima y Vera Cruz de Caravaca, da sop6rte a sus famosas fiestas patronales, que se celebran entre el 1 y el 5 de mayo de cada año. En la actualidad, están intentando que el festejo de los Caballos del Vino, sea reconocido, como de interés internacional (una enorme escultura metálica recuerda este evento).

          A cinco kilómetros de Caravaca, se encuentra Cehegin, una localidad ubicada en una colina en la que destaca su bonita iglesia.
Mula (Murcia)
          Ascender al castillo de Mula requiere estar en muy buena forma física, para superar su curvilínea y exigente subida. Se hace a través de un barrio humilde habitado en su mayoría por animosa población gitana, que en cierta medida, nos recuerda al Sacromonte, de Granada. Los accesos a la ruinosa fortaleza son difíciles y más con las lluvias de los últimos días.

          Abandonamos la región de Murcia y pusimos punto final al viaje -en la víspera de Nochebuena-, en Albacete, una de las ciudades de las que nunca se acuerda nadie. Y, la verdad, que mejor que siga siendo así. Baste decir, que lo que más nos gustó fue el interior de la estación de trenes del AVE. Y lo que más risa nos dio fue su patética plaza Mayor, tal vez y sin poder asegurarlo, la más cutre de España. Si el viaje, en general, había estado impregnado por la indomable lluvia, aquí tocó frío severo. Nos tocó esperar fuera de la estación de autobuses, a la intemperie o recorrer la insulsa ciudad, a tres grados bajo cero.
Albacete

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