Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

martes, 9 de enero de 2024

Phitsanulok: bonita ciudad cacharro de manual

           La gente en España, antes de la pandemia tenía la falsa creencia, de que todos los asiáticos -o la mayoría, llevaban mascarilla. Entonces, eran apenas cuatro jovencitas presumidas -aunque desconozco, por qué rapar sus agradables caras-, pero hoy en día las cosas han cambiado y la lleva más del 80% de la población de todas las edades.

          Habiendo dejado atrás Chang Mai, en Phisanulok volvimos a enfrentarnos a una ciudad cacharro de manual, cosa, que no ocurría, desde nuestro cuarto viaje, a India, el año pasado. Será la edad, pero en este caso la experiencia no me sirve para nada y cada vez, me pongo más nervioso, cuando regalamos en alguna de ellas. Más de tres décadas viajando por el tercer mundo y todavía no se si prefiero, que haya aceras o no. Si vas por ellas, te las encuentras estrechas y llenas de trampas: banzos imprevisibles, tuberías salientes, constantes subidas y bajadas, señales, farolas, toldos...y por supuesto, toda la cacharrería variada e inventariable de los negocios de la zona. Si vas por la carretera, el panorama está más despejado, pero debes caminar en constante zig zag, esquivando los distintos vehículos, bien en movimiento o mal aparcados (casi todos). A este panorama se le une el calor, que cada día es más asfixiante, aún estando ya, en noviembre. Si en Bangkok era grande y en Chang Mai severo, en Phisanulok, se convirtió en absolutamente insoportable y por primera vez en el viaje, nos obligó a dividir el día, pasando una buena parte central de la jornada en el luminoso y básico alojamiento.

          Después de muchos viajes a Tailandia, está es la vez, que estamos encontrando mejores alojamientos y comida, pagando incluso menos, que la primera vez, hace tres lustros. Por una parte, seguro, nos sabemos buscar mejor la vida, que entonces, pero por otra, los precios apenas se han movido, en lo que afecta al viajero(no conocemos si ha ocurrido lo mismo con los tours organizados). Por ello, no es cierto, que la inflación afecte por igual a todos los países, como nos quieren vender.

          Aunque aquí, en el país de la eterna sonrisa, los lugareños bastante tienen con administrar los quinientos euros al mes, que cada trabajador cobra de media. Nosotros en doce días, nos hemos gastado doscientos y hemos recorrido casi dos mil kilómetros.

          No dudéis, si os pillaré camino -está en la gran línea férrea del nordeste, rumbo a Chang Mai-, en hacer una parada en Phisanulok. Porque sus templos merecen mucho la pena y se respira en ellos tranquilidad, ya que son muy apacibles y están casi vacíos.

Genial reencuentro con Chang Mai, después de quince años

          Ya no nos acordábamos -hace cinco años, que no visitábamos este país - que para manejarse con los trenes en Tailandia, se debe prestar intensa atención. Dependiendo del horario y de la clase, que elijas, puedes pagar desde un precio ridículo -1,5 euros por ocho horas -, a diez o quince veces más. Nosotros y como manda la tradición, asientos en tercera -como otra mucha gente, especialmente, joven-, machacando nuestro cuerpo, ya casi viejuno.

          Si el viaje entre Bangkok y Chang Mai fue muy entretenido por la heterogeneidad del pasaje y el ambiente cordial, el de esta localidad, hasta Phisanulok resultó - y eso, que me dormí tres de las ocho horas- tedioso, caluroso, asqueroso y agotador. Todo ello acompañado de constantes campos de arroz y plataneras, además de un implacable sol, que entraba por todas las ventanillas. Al menos, al llegar al destino nos encontramos con un barato que tuvo tiempos mejores y con un fantástico mercado nocturno, donde saciar nuestra hambre fel día, dado que solo habíamos ingerido unos povis dulces.

          Y por el medio, d ambos trayectos en tren, el esperado reencuentro con Chang Mai, después de quince años. La ciudad no nos ha decepcionado -en este caso, segundas partes si fueron buenas - y hemos vuelto encantados a todos los sitios de interés, como esos otros tantos guiris, que visitan estos lugares. La única pega, el sofocante calor, que no da tregua, durante todo el año. Pero, al menos, disfrutamos de una ciudad accesible para el peatón -raro, por estos lares-, del mejor hotel del viaje hasta ahora y de un copioso desayuno gratuito en un templo -no sabemos el motivo - a base de sopa con noodles rellenos, copiosa carne muy picante, arroz, verduras, piña, dulces, refrescos...La cena también fue muy generosa -aunque de barato pago-, con fantásticas y jugosas empanadillas al curry.

          La tarde la entretuvimos en el enorme mercado nocturno de la calle Wualai que solo se monta los sábados. Es enorme y resulta casi imposible de visitar en su totalidad. Mucha ropa, calzado y complementos, pero como siempre, la estrella principal son las decenas de especialidades culinarias, que quitan el hipo. No se os ocurra, eso sí, beber alcohol allí -fuera del área de los puestos autorizados -, porque os pueden caer desde diez mil baths de multa -casi 300 euros-, a seis meses de cárcel. Pero podéis trasguedir, sin problemas, todas las normas de tráfico, circulando a lo bestia con la moto, por esta zona peatonal. A Tailandia, de momento -no cantemos victoria -, apenas han llegado los malditos patinetes.

De Hua Hin, a Chang Mai

           Según las guías, Hua Hin es una ciudad de turismo familiar y nacional. No dudo, que en el pasado, eso fuera así, pero hoy en día, las cosas han cambiado y el lugar se ha convertido en un bar Pattaya VIP. Los garitos están montados con más estilo y gusto, que en lo que nosotros llamamos, el estercolero del sudeste asiático. Los babosos de las chicas son un poco menos babosos, que los pattayeros. La playa es bastante buena para estar en el norte del país -la de Pattaya es una basura - y la urbanización del lugar es un poco menos salvaje y más habitable. Los precios de los servicios o de las cosas en ambos lugares resultan similares 

          En Hua Hin, existen alojamientos para todos los gustos y la vida es menos desquiciante y traumática, que en Pattaya. Al margen del mencionado arenal adecuado y limpio, los atractivos turísticos no son muchos, pero el lugar si da para pasar un par de días. También, disfrutando de sus mercados nocturnos (hasta tres diferentes, aunque no todos son a diario).

          De Hua Hin -el viaje en tren es largo, para los kilómetros, que son- volvimos, a Bangkok y un día más tarde, regalamos en Chang Mai, lugar, que no visitábamos, desde hacía quince años. Compramos billetes de 3 clase, para un convoy colorido, muy animado y con bastantes turistas -varios españoles, entre ellos-, a bordo. Pagamos menos de ocho euros por más de doce horas de viaje.

          El reencuentro con la ciudad norteña fue excitante y gratificante. Solo lo afeó, que nos enfrentamos al día más caluroso del viaje, hasta el momento. Nos pegamos una buena paliza de templos y únicamente, no visitamos por dentro los tres, que son de pago ( en 2008 eran gratis todos). En uno de ellos han montado un servicio de restauración básico y barato, aunque completo: noodles, salchichas, mortadela rebozada, empanadillas...

          Durante la primera parte en la ciudad, nos acercamos al mercado nocturno. Era mucho más grande hace quince años. Entonces, estaban todos los puestos montados y hoy muchos de ellos se ofrecen en renta, aunque tiene pinta, que nadie los va a alquilar en el futuro. Sobrevive sin problemas la parafernalia de la comida, a base de especialidades thais, indias o mexicanas. También visitamos el Kalare Night Bazar  que se encuentra unos cientos de metros más allá, en la misma calle.

          En la zona, sigue habiendo bares de chicas jóvenes, pero unos cuantos menos, que en el pasado. Son tan extraordinariamente simpáticas, como las de Hua Hin. Al menos, cuando pasas la primera vez por las puertas de los locales. Pero, cuando ven, que no vas a querer nada con ellas, ya ni te vuelven a mirar.

lunes, 8 de enero de 2024

Y llegó el día de la caraja, para no variar

           Hay dos tradiciones inapelables, que nos persiguen en los viajes largos y que no sabemos , como dejar atrás. La muerte de uno de los móviles y las carajas-colapso, que solemos sufrir, algún día de la primera o segunda semana. En esta ocasión, ocurrió en la jornada 9 de periplo y la 3 en Tailandia.

          Uno de los cambios, de los que hablaba en la entrada anterior, ha sido la clausura a medias, como más adelante se explicará - de la estación de trenes de Hualanpong y la apertura de otra nueva, en las afueras de la ciudad. Atando cabos descubrimos, que está estaba cerca del mercado de Chatuchak y de la estación de autobuses, con dirección a Sukotai o Chang Mai.

          Como era domingo, - los días de diario no montan los puestos - decidimos ocuparnos de esas tres cosas: mercado, buses y tren. La primera molestia de la mañana fue la persistente lluvia. La segunda llegó en el Tesco, al enterarnos, de que era el día de Buda y no se podía comprar ninguna bebida con alcohol. No se cuántos hay al año, pero a nosotros es el cuarto, que nos pilla. Ante este contratiempo, solo hay dos soluciones. Una es preventiva -llevar una jornada de adelanto en recursos etílicos - y otra correctiva: las tiendas regentadas por chinos -son bastantes- te lo venden, sin problemas.

          Como en Bergen y en otros cuantos lugares del mundo, en Chatuchak, se han puesto de moda las paellas -atiborradas de pimiento rojo-, que se consumen, como rosquillas, a precios de vértigo. Es casi la única novedad de este megamercado, que ofrece paseos placenteros y casi de todo lo imaginable y que visitamos por primera vez, hace quince años.

          Los problemas, sin embargo, regresaron, al tratar de encontrar la estación de autobuses, a Chang Mai. Habíamos mirado en Google Maps, porque preguntar en la calle da más problemas que soluciones, pero nos perdimos por las afueras, a pesar de seguir la casi siempre salvadora bolita azul. Cabreo, acompañado de calor insoportable.

          Con algo menos de dificultad, llegamos a la nueva y espaciosa -quizas hasta demasiado - terminal de trenes, aunque casi desfallecemos en el intento. Decidimos, optar por este medio de transporte, tanto para ir a Hua Hin -al sur-, como oara recalar, en Chang Mai.

          Tras aprovisionar nos de cerveza en el chino, llegó la vuelta, a diferencia de la ida, en bus. Y, cuando pensabamos, que el día estaba amortizado, nos equivocamos y nos bajamos en una parada 4 kilómetros anterior a la nuestra y debimos caminar esa distancia, entre las demoledoras e interminables obras de una nueva línea de metro, que están construyendo en la ciudad .

Tailandia: cambiar lo cotidiano y mantener las esencias

           La cola para entrar a Tailandia resultó muy larga, pero el personal de inmigración dió muestras de su eficiencia y apenas tardamos un cuarto de hora en entrar al país, como siempre, con una sincera sonrisa. No nos pidieron ni billete de vuelta, ni de salida a otro país.

          Siempre, que llegamos a Tailandia, lo tradicional es ir a comer una sopa al Seven Eleven y está vez, no iba a ser distinto, a pesar de que hacia cinco años -con la pandemia de por medio -, que no veníamos al país. Cuando esto escribo, llevamos cinco días en Tailandia y todos ha llovido, por lo que se demuestra, como siempre hemos dicho, que no solo cae agua durante el monzón, sino todo el año.

          Desde que visitamos por primera vez está querida nación, hace quince años, pocas cosas han cambiado en su idiosincrasia, a pesar de los frecuentes golpes de estado. No se, si es por esto, por lo que amamos tanto este lugar, a pesar de su conservadurismo eterno.

          En cuanto al fluir cotidiano, sin embargo, siempre encuentras algo nuevo o algo menos. Un mercado decadente, que ha desaparecido, por encontrarse demasiado cerca de la residencia real. Otros, se han levantado de la nada y prometen. Aunque, Chatuchak sigue jugando con fuerza y poderío.

          Varios edificios en Khao San han caído, entre ellos, donde se ubicaba un Seven Eleven y un par de hoteles, donde nos alojábamos en el pasado. No sabemos, si se han caído de viejos o han sido derribados por la especulación de nuevas construcciones. Lo veremos en el próximo viaje. También han clausurado la oficina física de Air Asia y el clásico y mítico ciber, colindante a Khao San, donde tantas tardes hemos pasado en viajes anteriores. De abrir las 24 horas, a no prestar servicio a ninguna. Pero como digo,, en Tailandia solo cambia, lo que permite es día a día y no las esencias.

          El móvil y el wifi mataron a negocios, que hace una década, parecían pujantes e indestructibles. Pero eso y casi en la misma medida, también ocurre en el primer mundo.

          Los tres primeros días en Tailandia los pasamos en Bangkok, recorriendo, comiendo y bebiendo las mismas cosas de siempre. Poco ambiente en Khao San notándose, que estamos en temporada baja.

          Después, nos fuimos a Hua Hin. En las guías, lo venden como una localidad de playa y de perfil familiar. Pero la realidad es, que se trata de una Pattaya VIP. Ya os daremos más detalles, próximamente.

Últimos problemas en Kuwait y camino de Mascate y de Bangkok

          El check in con Salam Air fue rápido, eficiente y gratuito, pero antes de abandonar Kuwait, aún nos esperaban dos dificultades más. En el control de equipajes nos abrieron la mochila: de nuevo, como en Viena: el problema, al igual, que entonces, era la cámara de fotos y junto a la puerta de embarque, está vez, nos desmontan el bulto entero y nos lo hicieron pasar de nuevo por el scanner y ya vacío, hasta seis veces, sin ningún tipo de explicaciones y sin torcer su tosco y alocado gesto. Ya intuía yo, que el último hijo de puta kuwaití nos iba a tocar a nosotros. Casi perdemos el vuelo, que por otra parte, trascurrió tranquilo. Iba casi vacío. Todo lo que podemos decir de Salam Air es positivo y elogioso.

          Al llegar a Mascate y tras abandonar las puertas de desembarque, se nos presentaron dos opciones: o a la estampación de la visa gratuita -durante catorce días - o a tránsito internacional. Conocemos parte de Omán, pero no su capital, por lo que habíamos pensado usar seis de las ocho horas de escala para descubrirla. Pero, entre que estábamos agotados psicológicamente y que no teníamos claro el transporte al centro, nos quedamos en el área de Transfer. Debimos abordar un nuevo control de equipaje, que está vez, pasamos sin problemas.

          El aeropuerto de Mascate es una maravilla. De diseño futurista, fue terminado en 2017. Tiene una almendra central, donde se hallan todos los servicios -incluidos los duty free, donde venden bebidas alcohólicas no muy caras- y tres zonas de embarque, con salas de espera, sofás y todas las comodidades imaginables para los pasajeros. Un lugar sin duda y no exagero, para quedarse a vivir.

          Así, que las ocho horas pasaron en un plis plas y a las diez de la noche y después de dos horas de intensa lluvia en el exterior, estábamos volando para Bangkok, está vez, en una aeronave llena de pasajeros, mayormente, asiáticos. El vuelo, que a diferencia del de la mañana, apenas sufrió turbulencias, aterrizó en la capital de Tailandia seis horas después, que pasamos  enteramente, durmiendo.

Posible décimo viaje 🤣 largo inminente y muy avanzado en su preparación

          El día 19 de enero comenzamos un nuevo viaje, que tiene pinta de ser el décimo largo, pero no sabemos, de momento, su duración real y exacta

  

       Madrid -Essaouira, con Ryanair, a 15 euros.


          Agadir -Viena, a 21, misma compañía.


          Viena-Abu Dabi, 47, con Wizz.


          Estos tres vuelos ya están comprados.


         Abu Dabi-Mascate, 15, con Wizz.


         Mascate-Calcuta, 70, con Air India o Vistara.


         Calcuta -Badgogra, en Sikkin, 35, con Mali Air 


          Desde aquí, abordaríamos todos los estados del nordeste de india, cómo deseamos desde hace bastante tiempo..

domingo, 7 de enero de 2024

Una tarde para no repetirla: gestiones y espera en el aeropuerto de Kuwait City

           A las 16:10 de la tarde estábamos, de nuevo, en el aeropuerto de Kuwait City, a falta todavía de veinte horas para nuestro vuelo, a Mascate. Y después, casi nueve de escala, con la duda razonable todavía, de si bajar al centro (la conexión de transporte público parece algo complicada).

         La tarde, como nos teníamos, resultó muy larga. A ratos, simplemente, aburrida, aunque por momentos, una auténtica pesadilla. Aunque, finalmente, la sangre no llegó al río. Como faltaban menos de 24 horas para el siguiente vuelo, en el centro comercial habíamos intentado el check in on line con Salam Air, sin éxito. Al reintentarlo en el aeropuerto, el wifi, que la jornada anterior iba como la seda, había dejado de funcionar, por lo que ni tarjetas de embarque, ni la compra del vuelo, desde Bangkok a Hanoi, por si en la aerolínea omaní o a la entrada de Tailandia nos pidieran un billete de salida del país.

          Fueron pasando las horas, que dividimos entre sentarnos y pasear por el interior y el exterior. A la derecha, hasta los límites de una mezquita con una fuente de agua muy fría. A la izquierda, hasta el final de la acera. Y casi, de frente, descubrimos la terminal de Jazzera, compañía aérea catarí. En esta zona, hay numerosas sillas -inexistentes en el edificio principal - y un eficaz wifi, que nos permitió reservar los boletos a la capital de Vietnam. Aunque tuvimos problemas e incertidumbre con Travelfrom, que nos reclamó 26 euros más después de pagada la reserva y sin opción a devolución. Hubo, que tragar.

          Previamente, habíamos hablado con personal de Salam Air, que nos aseguraron, que nos harían el check in presencial, sin cobrar nada. A las seis de la tarde comenzó a llover de forma salvaje y así se tiró casi dos horas, demostrándose, que en el medio del desierto también, caen buenas chupas de agua.

          De la terminal de Jazzera nos intentaron echar, sobre las siete de la tarde, pero al final, a la mujer se le reblandecio el corazón y se apiadó de nosotros. Nos terminamos yendo, voluntariamente, al quedarnos casi solos y llamar demasiado la atención. De la principal, nos expulsaron sin miramientos y de muy malas maneras. Eso fue sobre las ocho de la mañana. Habíamos pasado buena parte de la noche sobre el mullido sofá circular -unico lugar donde sentarse-, compartiendo el espacio con una coreana  y un asiático de nacionalidad desconocida. Nos trataron, como a delincuentes o a bestias.

          Nunca antes, habíamos pisado un aeropuerto tan desagradable, hostil y desangelado - te echan de cualquier manera, en cualquier momento y sin necesidad de excusas -, como el de Kuwait City. Lo que no sabíamos entonces era, que poco más de un mes después, íbamos a toparnos con otro, aún peor.

Un día en Kuwait City

           El primer autobús desde el aeropuerto, a Kuwait City, parte cada madrugada a las 4:30 y fue el que cogimos, para pillar el menor calor posible. A groso modo, el precio del transporte público, el de los refrescos, el de las sardinas, el pan de molde y el tabaco -este último, en el duty del aeropuerto y no en la calle - son los únicos servicios y productos baratos, que encontrareis en el país.

          A las cinco y diez, el amable conductor nos manda bajar - en hora punta se tarda más -, cuando aún queda más de media hora para amanecer. Allí mismo, podríamos haber tomado otro transporte hasta las torres de Kuwait, pero preferimos ir andando, para ver lo que había de camino, a nivel tanto logístico, como de visitas.

          Lo primero, que encontramos, fueron unas molestas y dilatadas obras. No había nadie en esta zona, que llaman Old Town, aunque es nueva. Resultó un contraste muy marcado, con la actividad trepidante, que habíamos visto en los barrios de aluvión de los suburbios, donde obreros, fundamentalmente, indios y de Bangladesh se parten el cobre en diversas construcciones. No tardamos mucho en encontrar la torre de comunicaciones -tipo "pirulí" madrileño - o de la Liberación y una bonita y corpulenta mezquita. Las calles de Kuwait City son anchas, igual que las aceras, siendo malas cosas para protegerse del sol. Los conductores resultan bastante respetuosos con el peatón.

          Habiendo ya amanecido, nos topamos con un supermercado y un enorme centro comercial, todavía cerrados. Tras casi dos horas de entretenida caminata, llegamos a las famosas torres, que nos resultaron enormemente decepcionantes, porque están rodeadas de obras y porque en las fotos promocionales están tomadas desde el aire y el mar, algo a lo que el viajero no tiene acceso, porque las ve de frente y desde dentro.

          Los atractivos de Kuwait City están en torno a La Corniche, pero muy dispersos, entre si, por lo que no está de más tomar un taxi, para acortar las distancias. En cambio, nosotros, habíamos decidido no visitar la parte derecha de este paseo marino, que cuenta con un interesante centro cultural, la isla verde -de pago y para planes familiares - y las playas más alejadas.

          Nos dirigimos a la bonita bahía -barcos de lujo con rascacielos de fondo forman su estampa-, que se encuentra al lado del mercado del pescado y el zoco. El primero tiene un ambiente vibrante y muchos peces muy frescos de especies, que no conocemos. En el no trabaja una sola mujer. El segundo está formado por un edificio de lujo, donde se asientan todas las marcas internacionales , más -como en otros países árabes,- tenderos de medio pelo. Más allá una soberbia mezquita y un bello palacio, donde tuvimos problemas con un estúpido guardián por hacer inofensivas fotos.

          Durante la tranquila vuelta, nos deleitamos en el puerto de dows -extraordinarios barcos de pesca de época, que todavía se usan- y pasamos largo rato en el centro comercial, que entre centenares de negocios y siete plantas, alberga un Ikea, con los perritos al triple de precio, que en España.

          En Kuwait la gente de a pie nativa del lugar no pasea, por lo que la ciudad está desierta a todas horas. Sin embargo y a cada rato, ves a grupos de indios a paso ligero, que salen de sus largas jornadas laborales y son recogidos por autobuses, que los llevan a sus guetos del sórdido extrarradio.

         Sobre las tres de la tarde, tomamos el bus de vuelta, al aeropuerto. Se había nublado el cielo y amenazaba lluvia. Pero la franja entre las ocho y las doce de la mañana había sido tremenda de calor y sol, superando los 32 grados.

sábado, 6 de enero de 2024

Arribando a Kuwait

          ¿Resulta posible estar solo dos días en una parte amplia del desierto de Oriente Medio, pasar verdadero frío y asfixiante calor y ver llover a cántaros? Por supuesto, que si, pero no adelantemos acontecimientos 

          Llegamos a Kuwait a las 5:30 de la tarde del día 24 de octubre. Habíamos explorado la posibilidad de alojamiento para ese día, pero los menos caros resultaban difíciles de localizar, y más, siendo ya de noche. Habíamos planeado, como alternativa, no salir de la zona de tránsito. Tuvimos suerte, porque en la mayoría de los aeropuertos no te lo permiten, salvo que lleves las tarjetas de embarque para otro vuelo. Nos colocamos en unas incómodas tumbonas de madera maciza y dormimos a trompicones hasta las dos de la madrugada. Tuvimos, que hacerlo con el jersey puesto y tiritando, porque el aire acondicionado de este aeródromo escupe hielo gaseoso, sin pausa 

          A las dos y media estábamos gestionando la visa, después de tener 15 personas delante, aunque sin mucha espera. No debes hacer nada más, que pagar los tres dinares requeridos, porque el papeleo lo gestionan ellos. Puedes abonarlo con tarjeta de crédito, al contrario de lo que se asegura en la mayoría de sitios de internet, que creo, irresponsablemente, viven de oídas y de invenciones en busca de visitas e ingresos publicitarios.

          Lo primero, que nos sorprendió fue, que aunque vacías, todas las tiendas, bares y restaurantes abren las 24 horas. Al tener el aeropuerto poca luminosidad exterior, sino miras el reloj te ocurre lo mismo que en Las Vegas: total desubicación horaria.

          Lo segundo fue, que no haya sillas. Solamente, un pequeño y mullido asiento circular, que nunca supimos a quien pertenece y que puede dar comodidad medio tumbada a no más de cinco personas.

          Lo tercero fue, que no había nadie durmiendo por ninguna parte. Y por último - cosa que nos hizo entender las realidades anteriores -, que el personal del aeropuerto tenía especial interés, en que nos largáramos de la terminal cuanto antes y no lo hicieran con disimulo alguno. El contraste entre el gélido ambiente, en todos los sentidos, del interior y el asfixiante calor húmedo del exterior, casi nos deja en el sitio, antes de comenzar las visitas.

          Por cierto: a la entrada nos pasaron el equipaje por el scanner, pero no prestaron mucha atención al interior de nuestras mochilas de mano, a pesar de llevar alcohol, que supuestamente, está prohibido y penado en el país.