Este es el blog de algunos de nuestros últimos viajes (principalmente, de los largos). Es la versión de bolsillo de los extensos relatos, que se encuentran en la web, que se enlaza a la derecha. Cualquier consulta o denuncia de contenidos inadecuados, ofensivos o ilegales, que encontréis en los comentarios publicados en los posts, se ruega sean enviadas, a losviajesdeeva@gmail.com.

lunes, 11 de abril de 2022

domingo, 10 de abril de 2022

sábado, 9 de abril de 2022

Nunca haré el Camino de Santiago

           Este enunciado tiene trampa y además, ea gorda. Porque, con matices, el camino de Santiago ya lo hice, allá por el lejano año 1993. Fue una travesía anómala, aunque muy chula, cuando comer pulpo en el interior de Galicia y beber albariño, era casi más barato, que engullir patatas o saciarse de agua.

          Se trató de una experiencia en tamdems y bicicletas, que transcurrió, desde Calzada del Coto, hasta la capital del apóstol. Patrocinado por Gas Natural, yo iba incrustado, como periodista becario de Onda Cero, en la caravana multicolor. Gozaba de total libertad, siempre que mandara la crónica a la emisora local de Valladolid.

          Y eso, tenía muchas ventajas. Normalmente, viajaba en el coche escoba y con mucha calma, además de hacernos cargo de los lesionados, agotados o perdidos, frecuentábamos casi todos los bares del camino. Pero, si me apetecía, me montaba en la bici y me hacía unas decenas de kilómetros. Estuve a punto de matarme, contra un tractor, bajando a 70 kilómetros por hora, en Foncebadón, hacia Ponferrada.

          Fue el año, en que a Fraga le dió por promocionar esta ruta. Algunos -los más viejos-, recordaréis aquello de: "¿italiano? No, gallego". El trayecto por Castilla y León fue precario. Pero, en Galicia, habían tirado la casa por la ventana en infraestructuras y disfrutamos de magnifícos albergues nuevos y gratuitos.

          Narrados tan gratos y agradables recuerdos y siendo un andarín impenitente, ¿por qué nunca haré el Camino de Santiago, bajo ninguna circunstancia? Os advierto, que las razones no son muy filosóficas o espirituales.

          De un tiempo a esta parte, llevo muy mal, caminar por senderos pedregosos y más, con un bulto a cuestas. Aunque, fue práctica habitual en el pasado, detesto avanzar por los arcenes de las carreteras, aunque tengan poco tráfico.

          De toda la vida, llevo muy mal, dormir en lugares comunes grandes y más, como sería el caso, durante casi un mes. De día, socializo bien -aunque, cada vez menos-, pero de noche no. A eso se une, que desde hace tiempo, los albergues ya no son gratuitos, como deberían ser.

          Santiago de Compostela fue una de las cunas de nuestra relación, de nuestras borracheras y de los aperitivos suculentos. Hoy en día tienes, que ser casi rico, para poderte pagar una taza de vino en la rúa do Franco o da Raiña.

          Pero, volveremos allí, en 2038, porque le prometimos al Ápostol, que lo visitaríamos, cincuenta años después de haber empezado nuestro noviazgo. ¡Ya va quedando menos!

Casi treinta y cinco años de viajes

           Comenzamos nuestra indeleble andadura viajera, cuando todavía florecían los últimos ochenta. Arrancamos en Vigo y de camping, cuando aún resonaban los ecos de la movida, el casco viejo no era territorio para adultos y los bares cutres de rica empanada de bacalao y pimientos de padrón -unos pican y otros no-, se entremezclaban en armonía con los pubs, que frecuentábamos las ánimas perdidas de madrugada. Algo, que los más jóvenes de hoy, ni podrían imaginar.

          Después de ese buen rodaje, comenzó nuestra trepidante aventura interrailera, como la de otros tantos pipiolos de la época, que abarrotábamos los trenes europeos en verano. De forma semiinconsciente, los objetivos no eran otros, que acumular kilómetros, conocer gente, coleccionar países y ciudades sin más trascendencia y echar un polvo en cada una de ellas ( o dos). ¡Europa era nuestra vida!

          A mediados de los noventa, con los precios a la baja y perdiendo el encanto, nos apuntamos al avión. Los trayectos no eran más largos, pero si más ágiles y anodinos. Nos graduamos en Estambul, cuando nos perdieron nuestro primer equipaje y cuando esta ciudad, aún era auténtica. Los contactos con los demás, aunque de calidad, se tornaron más esporádicos. Fue el tiempo de los países del este, donde hemos pasado más miedo, que en cualquier destino del África subsahariana, Latinoámerica o Asia.

          El nuevo siglo y la aerofobia, nos condujeron a un lustro ominoso, en el que vagamos, como almas en pena por destinos no muy lejanos -conocidos o no-, siempre, que fueran accesibles en tren o en barco.

          El empeño y ciertos reveses laborales -con ahorros, eso sí-, nos devolvieron  a los corredores aéreos y comenzó la gloriosa época de los ocho viajes largos, que entre 2008 y 2018, nos llevó a recorrer y explorar cin detenimiento y placer, casi 140 países, teniendo que renovar el pasaporte cada poco tiempo, al llenarlo de sellos.

          Resultó ser, nuestra plenitud viajera y acometimos, casi sin descanso, el grueso de los países de Sudámerica, Asia, África y Oceanía. Aprendimos a tener suerte; a buscarnos la vida en cualquier circunstancia; a dar pena, cuando hacía falta; a comer y a beber lo que fuera -incluídos alcoholes algo sospechosos-; a dormir donde tocara y sin exigencias; a manejarnos con los buscavidas de las fronteras; a aguantar cualquier cosa...

          Y llegó la pandemia y volvimos a reinvertarnos. ¡Veinticinco viajes de diversa duración, en tan solo dos años! Regresar a Europa -Grecia e Italia-, se convirtió en un orgasmo, dadas las numerosas dificultades administrativas. E ir a México -en plena ola de omicrón-, en un delirante logro.

          Pero, si el coronavirus, las restricciones y los cierres perimetrales, algo nos han aportado, han sido los viajes con detenimiento, con minuciosidad. Nos concentramos en explorar, lo supuestamente, pequeño, acometiendo largas caminatas por lugares inadvertidos de la provincia, de nuestra comunidad autónoma, paseos interminables y gozosos por la costa, la montaña, los senderos rurales o los cauces fluviales.

          ¡Y, aquí estamos. Esperando el momento propicio para iniciar el noveno viaje largo! Jamás pensé, que podría resumir casi treinta y cinco años de viajes en menos de un folio.

miércoles, 6 de abril de 2022

Otra vez, a Tordesillas

                           Tordesillas (Valladolid)

       Y volvimos a Tordesillas, dos semanas después, pero con bastante peor temperatura, debido a la ola polar de primeros de abril. Esta vez, no nos alojamos en el hotel San Antolín, sino en una especie de sobrado con patio de un particular, donde antiguamente se destazaba la matanza. Ha sido muy bien reformado y las únicas desventajas son, que no dispone de televisión y que duermes en un sofá cama, dado que el lugar es estrecho. Pero, cuenta con cocina, utensilios y lavadora.

          El sábado, pretendíamos realizar el circuito de la cuesta de Carracastro y todo resultó perfecto (18 kilómetros). Tras cruzar la autovía, caminamos durante casi una hora, junto a ella, dejándola a la derecha.

        Después y por una zona más tranquila, llegamos a Villavieja del Cerro, que cuenta con una bonita iglesia y con poco más de 50 habitantes. Regresando por otro camino, continuamos hasta Velilla, donde viven cuen vecinos, custodiados por un hermoso templo, parecido al anterior. Desde ahí, se acomete la cuesta, que cobija varios molinos de viento y ofrece agradables vistas. Hay nuevo sendero hasta Tordesillas, pero nosotros volvimos por la poco frecuentada carretera, porque teníamos los pies machacados de las piedras de los caminos.

          El domingo, pretendíamos llevar a cabo la ruta de la Cañada Real de Rueda (14,5 kilómetros). Arranca , cruzando el puente y saliendo hacia la izquierda. Pero, por diversas razones y tras visitar una ermita en ruinas, junto al río, nos acercamos hasta el convento de Santa Clara y bajamos hasta la Ribera izquierda del Duero, caminando, durante cinco o seis kilómetros. No abandonada el cauce y el recorrido resulta espectacular, aunque algo esforzado (cuestas y escaleras en mal estado)

          El inconveniente es, que acabamos saliendo a la parte interior de la Senda del Alto Duero, que ya habíamos hecho catorce días atrás. No quisimos regresar, a cumplir nuestro objetivo, por lo que volvimos a recorrerla, aunque esta vez, solo hasta Simancas, desde donde tomamos el autobús urbano a casa.

          Este domingo, a Olmedo.