Cenando en el hotel Palace Aeropuerto, de Roma
Nunca
pensé, que el final de un viaje pudiera convertirse en el principio
de un relato o que unas decenas de horas en Italia, fueran a recabar
más protagonismo, que casi veinte días en Turquía, pero cuando
reservamos los boletos de avión con Alitalia -dos días antes de
volver desde Bangkok, a Madrid-, ya sabíamos que asumíamos ciertos
riesgos. Pero aún así lo hicimos.
Hemos
estado más de quince veces en Italia y después de las más básicas,
las primeras palabras que aprendimos en italiano fueron sciopero
-huelga- y ritardo -retraso-. Allí hemos vivido huelgas de
transporte urbano, interurbano, vaporetos -en Venecia-, de
estudiantes…
Aeropuesto de Fiumicino, en Roma, arriba y dos de Kuthaya (Turquía), abajo
Son
las seis de la mañana del 10 de noviembre, de 2.008. Esta fecha es
festiva, en Turquía, puesto que tal día como hoy, murió Ataturk.
Y
en esta ocasión, las celebraciones son aún mayores, dado que se
cumple el 70 aniversario de su fallecimiento. Menos mal, que el país
no se paraliza hasta las diez y cinco -hora de su muerte- y nosotros
ya estaremos lejos de aquí.
El
vuelo de Alitalia parte sin novedad, desde Estambul y aterriza en
Roma, a las 7,30, tras ganar una hora al reloj. Tenemos asumido, que
deberemos pasar las siete horas, que nos separan de nuestro siguiente
vuelo en la zona de tránsito. No obstante, salimos fugazmente, con
el fin de constatar, que bajar a Roma nos saldría demasiado caro.
Confirmado: Llegar y volver, a Termini, son 22 euros por persona y a
cualquier otra estación de la Ciudad Eterna resulta más compiicado
(transbordos).
Nuestra
tacañería y desinformación, en este caso tienen premio. Hay una
huelga global de todo el transporte metropolitano de Roma, que nos
hubiera hecho imposible, desplazarnos a ninguna parte.
Tres de Bursa (Turquía)
Recorremos todas las tiendas libres de impuestos, recuerdos, ropa y bares de la zona de tránsito y sobre las diez y media, nos compramos, a 6 euros, una botella de Martini “rosato” -no lo hemos visto en España-, para pasar algo más plácidamente el tiempo. Para no dar demasiadas pistas a los sabuesos del aeropuerto, compramos una lata de Fanta de naranja ácida –muy rica- y tras beberla, vamos vaciando en ella el vermut en el servicio. Los recuerdos de los cuatro viajes de este año -dos largos- afloran con la ayuda del alcohol y el tiempo empieza a pasar más deprisa.
Pero
no tardan demasiado en encenderse las luces de alarma. Comenzamos a
escuchar por la megafonía en inglés e italiano, que debido a una
asamblea de los trabajadores de Alitalia, los vuelos de esta compañía
pueden sufrir retrasos o ser cancelados. ¡¡Que mal huele esa
amenaza tratándose de Italia!!. Nos proponemos mantener la calma,
aunque cuesta, porque mañana debemos reincorporarnos al trabajo,
después de la excedencia.
Cuatro, de Safranbolu (Turquía)
Buscamos la zona de embarque y comprobamos, que nuestro vuelo ha sido retrasado una hora. Vamos tomando contacto visual con las caras de las personas, que en las próximas horas llegarán a ser casi nuestra familia.
Empiezan
los rumores de cancelación y la compañía para acallarlos, monta el
paripé
de colocar una chica al teléfono y otra en el ordenador de la puerta
B11. A mi no me engañan, este vuelo no saldrá, pero Rosa, pasajera
que habla tantos idiomas -español, inglés, italiano y alemán-,
como candidez y confusión, es la que se va informando al minuto de
las poco novedosas novedades y trata de convencernos de que saldremos
en una media hora o si no, a las siete de la tarde.
Rosa tiene treinta y tantos y es hija de diplomático, por lo que ha conocido mundo. Ahora vuelve con su marido y cuatro hijos de la Toscana, donde han estado recogiendo aceitunas, que asegura, dan un aceite mejor que las de los latifundios andaluces. Es muy activa y se mueve constantemente, pero revolotea alocadamente, más que solucionar algo.
Ankara, arriba y dos, de Sumela, debajo (Turquía)
Conocemos también a Juan, un simpático canario, que rebosa alegría y humor negro y a Duba, abogada ucraniana, que se dirige a Madrid para encontrarse con su marido. Ella fue una de los niños, que venían cada verano acogidos por familias españolas tras la tragedia, de Chernóbil. Ya siendo más mayor, retornó un año por su cuenta y se enamoró –fue recíproco- del hijo del propietario de la compañía de autobuses, que la trasladaba. ¡¡El amor se presenta en cualquier parte y cuando menos te lo esperas!!..
Dos, de Amasya (Turquía)
Son las cuatro y la cancelación del vuelo ha pasado ya de rumor, a noticia. Debemos dirigirnos a la cinta 16, recoger el equipaje y continuar hacia el mostrador de Alitalia, a conocer nuestro incierto futuro. Pero los bultos no salen y las maletas de otros vuelos cancelados se amontonan desordenadas sobre las cintas.
Por
aquello de ganar tiempo, dejamos a Juan y Duba y nos vamos a un
mostrador de la zona de tránsito. Nos indican, que volvamos a
preguntar a las siete, pero que probablemente, tengamos que pasar la
noche en Roma. “Pero Alitalia os dará albergo”, afirma como
quien te está ofreciendo una ganga una empleada.
Dos, de Erzurum (Turquía)
Allí conocemos, a Verónica y Jebel, dos agradables jóvenes algo inexpertos en viajes, que se tornan complicados, que vienen de vivir una estresante historia de película de terror. Volaban esta mañana de vuelta, a Madrid, con Easyjet desde el aeropuerto de Ciampino, pero un avión de Ryanair se salió de la pista al chocar con un pájaro uno de los motores y han suspendido todas las operaciones de las terminales hasta nuevo abiso.
Diyarbakir (Turquía)
Easyjet les ha dicho –más o menos-, que se busquen la vida y en una decisión rápida han comprado unos boletos, de Alitalia, solo hora y media antes de la programada para el vuelo. A pesar de que la compañía sabe ya, que ese avión tiene pocas posibilidades de salir, les han cobrado 150 euros por barba y no les han advertido de nada.
Easyjet les ha dicho –más o menos-, que se busquen la vida y en una decisión rápida han comprado unos boletos, de Alitalia, solo hora y media antes de la programada para el vuelo. A pesar de que la compañía sabe ya, que ese avión tiene pocas posibilidades de salir, les han cobrado 150 euros por barba y no les han advertido de nada.
Han
tomado un taxi, desde Ciampino, a Fiumicino con tarifa fija de 65
euros -hoy se están forrando los taxistas- y han conseguido obtener
la tarjeta de embarque solo un minuto antes del cierre del mostrador
Dos, de Hasenkeif (Turquía)
Queremos retornar al mostrador anterior, donde hay menos gente que afuera, a ver si nos resuelven algo, pero al tratar de entrar por la salida, la policía no nos deja y nos indica que tenemos que volver a la zona de check in e iniciar todo el proceso, de nuevo, para retornar al mismo sitio.
Mardon, arriba y tres, de Sumela, debajo (Turquía)
Lo intentamos hacer, pero al ir con las mochilas, llevamos líquidos (de lentillas, champús y una lata de Efes Pilsen para nuestra colección de cervezas). Los vigilantes, tremendamente agresivos, nos indican que a ellos les dan igual las situaciones excepcionales y lo que nos haya dicho la policía, pero por allí no pasa un líquido más grande de lo permitido ni por encima de su cadáver. A sus gritos, le respondemos con serenidad, que este es un país muy difícil y con bastantes actitudes del tercer mundo y uno de ellos asegura que no, que en Italia esto solo ocurre hoy. Ja, ja.
No nos queda otra, que ir a la cola de Alitalia, en el hall de salidas. Es larguísima y solo hay una empleada atendiendo. Son las seis menos cuarto de la tarde. De repente, vemos a dos chicas cuya cara nos suena de esta mañana.
-Hola,
sois del vuelo de Madrid de las dos y media, ¿verdad?,
–interrogamos-.
-Sí,
así es –dicen ellas-.
-¿Os
importaría colarnos detrás de vosotras? -interrogamos con cara de
pena-.
Con
un rápido movimiento nos metemos por debajo de la cinta y nos
colocamos tras Marta y Elena, que están a mitad de la cola, donde ya
llevan dos horas de espera. Son muy agradables, aunque algo
reservadas.
Delante
de ellas están María y César. Ella es guapa, alta y enérgica y él
ocurrente y buen conversador. También vienen de Ciampino, donde
tenían vuelo con Ryanair, a Santander, que por supuesto ha sido
cancelado. Han comprado, igualmente, boleto con Alitalia y ahora
pretenden llegar hasta Madrid y alquilar un coche hasta Cantabria.
Adana (Turquía)
Se empieza a fraguar el grupo, que haría que esta experiencia fuera menos dramática y mucho más llevadera. Y más, cuando aparecen de nuevo, Verónica y Jebel, que no han logrado nada en el mostrador de tránsito y a los que colamos detrás de nosotros.
Pasa
una hora y apenas hemos avanzado cinco metros. La gente permanece
tranquila y las televisiones entrevistan a los amontonados viajeros.
Trato de que me den cancha, pero como no hablo italiano, no acceden.
¡¡Porca miseria!!.
Dos, de Heliópolis y 1, de Pamukale (Turquía)
A medida, que nos aproximamos a la parte de adelante, la aglomeración y los empujones son mayores, así que los ocho nos ponemos en forma de abanico, para evitar que la gente se nos cuele.
A medida, que nos aproximamos a la parte de adelante, la aglomeración y los empujones son mayores, así que los ocho nos ponemos en forma de abanico, para evitar que la gente se nos cuele.
Comienzan
las primeras tensiones. Una italiana vocifera, que no hay derecho a
llevar cinco horas de espera y a que haya una sola persona
atendiendo. Todos le damos la razón, pero sin más entusiasmo. Un
agresivo y corpulento negro aporrea la ventanilla y grita. Como ese
hijo de puta siga con esa actitud, lo mismo nos la cierran.
Hasta el final, todas son, de Estambul (Turquía)
Y esto es lo que le gusta a la televisión, que enfoca sus focos y cámaras. Un entrevistado se permite hacer incluso una valoración de la elección como presidente, de Obama. ¡Viva el espectáculo!.
Cuando estamos a punto de llegar a la ventanilla, vuelve el negro, que quiere colarse. Se percibe por su aliento, que ha bebido más de la cuenta. María se le encara y él sin dudarlo, la empuja. No se detiene ante nada. El resto pedimos la asistencia de la policía, que tarda más de cinco minutos en llegar, en los que la tensión va aumentando hasta extremos de poder ocurrir algo grave. Porque el negro no se calla y no deja de empujar a todo aquel que se le acerca y se atreve hasta a encararse con cuatro a la vez. Solo con la llegada de cinco policías consiguen llevárselo, a duras penas.
María
y César logran vuelo para las 10,30 con Air Europa, pero son las
últimas plazas. Para el resto, nos dan dos posibilidades. Volar con
Alitalia, a las nueve y media de la mañana o con Iberia, a las tres
de la tarde. Ninguno de los seis lo dudamos y optamos por lo segundo.
Hicimos bien, porque el de las 9,30 también sería cancelado.
No hay problemas para que nos alojen, den de cenar y desayunar y nos mandan al Palace Aeropuerto, un cuatro estrellas, que en España a duras penas conseguiría las tres. Por si acaso y ante la avalancha, han vaciado las neveras de las habitaciones y cortado las líneas de teléfono
Para
subir al bus que nos traslade, tenemos que luchar a empujones y con
mucha energía con un grupo de sesentones italianos, que no hacen
ascos a pegarte cachabazos o culazos para tomar la posición de la
escalera. Pero si haces tú lo mismo, te dicen que estás faltando al
respeto de las personas mayores. Conseguimos subir todos, menos María
y César, que deberán tomar el siguiente.
Como sabemos, que habrá follón para registrarse en el hotel, hemos decidido subir con todo el equipaje y no dejarlo en la bodega del bus. Así, podremos bajar rápido y correr, con clara ventaja sobre los del INSERSO trasalpino. Así es, como lo hacemos y somos los primeros en obtener habitación y llegar al comedor, donde reservamos hueco en la mesa a nuestros nuevos y queridos amigos.
Efectivamente,
el follón por el reparto de habitaciones se produce, ante lo que la
enérgica recepcionista amenaza: “o se ponen ustedes en una cola
organizada o no se dan habitaciones. A ver si piensan, que nosotros
somos tan poco serios, como Alitalia”, espeta.
La
cena resulta estupenda: Pasta con sabroso pomodoro -tomate- y al
dente, carnes y pescados excelentes y tarta, a la que nunca llegamos,
porque los del cachabón, en este caso, siempre son más rápidos y
se las llevan enteras. El vino es bueno y la compañía de Verónica,
Jebel, Marta, Elena, María y César, que van llegando
paulatinamente, mucho mejor; así que estamos de charla hasta que a
la una menos cuarto nos proponen, que vayamos a dormir (más bien,
nos echan del comedor). Quedamos para desayunar a las nueve y media,
salvo con María y César, que tendrán que madrugar para tomar su
vuelo.
¿Qué
había pasado con Rosa y familia, Duba y Juan?. ¿Tuvieron o no qué
pasar la noche en Fiumicino?.
Rosa, en una decisión probablemente precipitada –puesto que ya no salía ningún vuelo de Alitalia-, trató de llevar a su familia en el vuelo de la compañía de las nueve de la noche, pero este no salió y tuvieron, que dormir tumbados en el suelo y gastarse a la mañana siguiente más de mil euros -seis boletos aéreos- en un vuelo, de Vueling, que 24 horas antes valía 80 y a esas horas, ya casi llegaba a los 200.
Juan
y Duba fueron de legales y al no colarse, pasaron ocho horas en la
cola, hasta las dos y media de la mañana. Les negaron el hotel,
mintiéndoles al decirles, que no tenían derecho. Durmieron en el
suelo, como otra mucha gente. O en las cintas de facturación. Así
lo hacían un par de ancianos y a mitad de la noche los mecanismos se
pusieron en funcionamiento y se los llevaron para dentro. Nunca
supimos, si los facturaron, pero tal como estaba la cosa…
Nosotros
dormimos genial. El reparador sueño y el conocimiento de las
situaciones de los demás, empezaron a hacernos ver, que a pesar de
las molestias vividas, habíamos sido de los más afortunados
(probablemente, gracias también a nuestra experiencia viajera).
Desayunamos
fuerte en previsión de no poder comer -en mi caso, tres bocadillos
pequeños, un croissant, tres zumos y un café- y acertamos. Nos
hacemos unas fotos de grupo y nos disponemos a esperar el bus de
retorno al aeropuerto. El resto de pasajeros, que hacen tiempo, son
japoneses, así que en este caso, todos subimos de forma civilizada.
El
check-in no ha abierto, pero una simpática azafata de Iberia nos
hace la facturación en una máquina automática, tras ver nuestro
nerviosismo, fruto de que ya vemos fantasmas por todas partes. Al
facturar, conocemos a una pareja de gallegos. Vienen también de
Ciampino y dicen, que está peor que este aeropuerto y que todavía
no ha salido ni un solo vuelo, ni previsiones de hacerlo. La tarifa
de taxi entre ambos aeropuertos hoy, ya cuesta diez euros más: 75.
¡¡Y sigue subiendo!!
Volvemos
a encontrarnos con Duba y Juan, por lo que formamos un grupo
nuevamente de ocho, que pasamos juntos los caóticos y lentos
controles de seguridad y matamos el tiempo de charla e informándonos
sobre las reclamaciones para conseguir indemnizaciones. Alitalia no
lo pone fácil: Ni un solo formulario.
Retrasan
el vuelo de Iberia una hora y cancelan el de las siete de la tarde
con código compartido, a Madrid. Esto vuelve a oler mal. Pero a las
tres llega la tripulación. Nuestro grupo y unos cuantos más, les
aplaudimos y ellos ponen cara rara. El piloto dice:
-Bueno,
la culpa no es nuestra. Hemos llegado en hora, pero el que trae
retraso es el avión.
-No,
si no es por eso –respondo- es que llevamos tirados en Roma por
culpa de Alitalia, más de 36 horas y sois nuestra esperanza para
salir de aquí.
El
piloto cambia el gesto, se siente importante y espeta.
-Bueno,
chicos, lues a ver si ahora lo conseguimos.
A
las seis de la tarde, sin casi creérnoslo, ponemos los pies en la
Terminal 4 del aeropuerto de Barajas. En Ciampino, más de 700
españoles iban a pesar su segunda noche en el aeropuerto y en
Fiumicino, algunos de los de nuestro vuelo seguirían allí, hasta el
día siguiente.