Varanasi
Definitivamente, estamos dando nuestro brazo a torcer, con la misma naturalidad, sosiego y contundencia, con los que se retuercen las escasas carnes, que se queman en las hogueras, que no piras, de Varanasi. Por un lado y como ya se comentó en algún post anterior, hemos abandonado nuestros esquemas iniciales, que trataban de concluir, que India es una nación más, con los mismos avatares y contratiempos, que el resto del tercer mundo. Partimos de que este, no era un país duro para el viajero y tras 50 días de viaje a través de él, estamos convencidos de que no es duro, sino durísimo.
Definitivamente, estamos dando nuestro brazo a torcer, con la misma naturalidad, sosiego y contundencia, con los que se retuercen las escasas carnes, que se queman en las hogueras, que no piras, de Varanasi. Por un lado y como ya se comentó en algún post anterior, hemos abandonado nuestros esquemas iniciales, que trataban de concluir, que India es una nación más, con los mismos avatares y contratiempos, que el resto del tercer mundo. Partimos de que este, no era un país duro para el viajero y tras 50 días de viaje a través de él, estamos convencidos de que no es duro, sino durísimo.
Por otro lado, nada mágico o místico hemos encontrado en India. Quizás nuestro temperamento terrenal y muy práctico, nos amarre demasiado a lo que vemos, sin explorar más allá. Nuestra riqueza espiritual -sea mucha o sea poca-, escapa bastante de las religiones y de toda la parafernalia, que los rodea. Aunque, realmente, si debemos reconocer, que si alguien viene buscando magia o misticismo, este es el lugar del mundo -que conocemos-, donde más fácilmente lo acabará encontrando.
Varanasi, es un lugar extraño. El caos reinante y las destartaladas calles principales, no dejan imaginar, las emociones que te esperan en los maravillosos gaths o en las zonas colindantes. También es raro, en el sentido de que es más fácil acceder al hachis, opio o marihuana, que a una simple y pecaminosa cerveza.
Varanasi
Desconcertante es también, porque aunque, lo que aquí ocurre, te lo han contado o lo has leído mil veces, no eres dueño de tus emociones, cuando aterrizas en este lugar de callejuelas estrechas, escalonadas y de inolvidable olor, mezcla de incienso, chamusquina, sándalo… y yo que sé.
Nuestro primer impacto ante los ritos funerarios, fue un horror contenido, que sin embargo, no nos impedía seguir mirando, cada vez más enganchados y más de cerca. Caímos en la consideración, de que eran acordes con el bestialismo y la falta de consideración, hacia el sufrimiento, que ya de por sí, caracteriza a los ciudadanos de este país. No pudimos entender, ni de lejos, como una ceremonia que debería ser intima y privada -en el momento más dramático de la vida-, transcurriera a la vista de todo el mundo, extranjeros morbosos incluidos. Pero nuestro pensamiento fue cambiando. Empezamos a verlo, como algo cotidiano, pero maquillado por una sensación constante, de estar contemplando un teatro y no hechos reales. Y de que los participes de la función serían meros actores.
El momento más increíble de todos los viajes, lo vivimos ayer. Cuando el crepúsculo casi dejaba paso a la noche y a metro y medio de una hoguera funeraria, contemplamos a varios muertos ardiendo, frente a los majestuosos templos, en un ambiente distendido, donde las vacas y los perros, a parte de formar una bella composición, también participaban del festín. A la par, otros tres muertos son remojados en el río Ganjes, mientras esperan su turno para la incineración. En las tiendas de la muerte cercanas, se pesa la leña para el próximo quemado o se negocia el precio del aceite de sándalo.
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En las misteriosas escaleras, camino de nuestro hotel, junto al gath de Mani Karnica, una vaca agoniza durante más de 24 horas, sin que nadie tengamos a bien, evitarle el sufrimiento. La vida y la muerte en los gaths, son tan increíbles para nosotros, como cotidianas para ellos.
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