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miércoles, 27 de febrero de 2019

Senggigi: otra playa del tercer mundo marcada por un terremoto

                                        Todas las fotos de este post son, de Senggigi (Indonesia)

          Desde que llegamos, a Indonesia, respiramos húmedad por todas las partes del cuerpo. Hace ya tres días que hemos lavado la ropa y aún no se ha secado (28 grados de media y 97% de humedad): ¡Paciencia!

          Otro asunto, que sobrellevamos, es el de la comida, al igual que hace una década. Y la verdad es, que los muy correctos desayunos de los alojamientos, nos están salvando la vida, porque luego ya puedes completar el día con cualquier cosa.

          Después del despreocupado día, en Mataran -aunque anodino y complicado por la movilidad difícil de esta ciudad-, decidimos, como habíamos planeado, ir a Senggigi. Al inmediato asedio, en cuanto pisamos las calles -aunque de forma tímida-, los taxistas. Son los honrados comerciantes, los que nos indican la dirección, que debemos tomar.

          La forma tradicional de viajar por tramos en las islas, de Indonesia, eran los bemos. Pero estos, están casi desapareciendo para los recorridos principales, aunque no para los más rurales

          Ya casi, solo recogen a viejas con pesados bultos, a algún romántico local y guiris despistados (o más bien, escasos de presupuesto). Los más jóvenes -ellos y también, ellas- han optado por adquirir una moto.

          Afortunadamente, hemos conseguido nuestro objetivo, pero ha costado lo suyo. Paramos a una vieja furgoneta, casi vacía y nos pide 200.000 rupias por ir al destino. Tras decirle, que "no special transport" y si "public transport", la cosa se queda en 5.000. Entendemos, que nos va a llevar a una estación, en la que se coge otro bemo, tan viejo, como el anterior, al igual, que sus demacrados conductores. Acertamos.

          De ahí y en un plis plas -se llena enseguida-, montamos en otro cacharro, que por el doble del anterior, nos lleva a nuestro destino. El trayecto nos ha llevado 45 minutos y hemos ahorrado un pico, además de sumergirnos en experiencias del pasado, ahora que casi todos los turistas, utilizamos los anodinos, caros y poco aventureros shuttles.

          Qué casualidad, que nada más bajar, nos cruzamos con el amable conductor, que el otro día nos rescató del ferry. Saludos protocolarios, que terminan en una nueva oferta de transporte -a donde sea-, que rechazamos, amablemente.

          Otra vez, nos encontramos ante una de esas tan explicadas playas del tercer mundo, aunque en esta ocasión, con un añadido. A diferencia, de Mataran, esta pequeña población ha sido muy afectada por el terremoto, del 5 de agosto: hoteles derribados; casas caídas -ahora, en construccion-, que contrastan con los edificios abandonados a su suerte; escombros...Nos llama la atención con cierto escalofrío, un antiguo supermercado, ahora en ruinas, del que aún cuelgan las ofertas del 1 al 7 de agosto.

          Por lo demás -y con unas infraestructuras correctas para la zona-, lo mismo de siempre. Alojamientos vacíos, pero que no se bajan del burro, ni te permiten regatear el precio de la habitación. Centros de masajes, donde las chicas se exhiben de sol a sol, sin apenas clientes. Resorts fantásticos, pero fantasmales, porque no hay nadie en ellos (los que no ha derribado el terremoto o las altas expectativas de sus constructores).

          Encontramos, también, un mercado de artesanía, casi abandonado y caras tiendas de 24 horas, siempre vacías -o con algún guiri viejo perdido- y con el aire acondicionado a tope.

          Y para variar, restaurantes sin clientes y con agresivos captadores, para servirte un arroz con pollo y que pagues tú todos los platos, de los que no vienen. Las agencias resultan numerosas, pero todas venden las mismas excursiones y casi, al mismo precio. Abundan los vendedores playeros de pareos, baratijas, collares, pulseras, tarjetas de Navidad de las de toda la vida...Eso si, encontrar cerveza o alcohol cuesta un mundo.

          Pero lo más curioso, resulta ser, el sector del transporte. Para ofrecer lo mismo o algo parecido, están los de los bemos, que circulan arriba y abajo; los escasos taxis; las numerosas motos; las agencias; los hoteles...Y todo, teniendo en cuenta, que somos cuatro guiris contados y que la playa -bonita y limpia, aunque no inolvidable- está en el mismo centro de la localidad y al algo distante templo principal, se puede llegar, cómodamente, andando.

          Ojo, porque a partir de qué anochece y en sitios no muy concurridos -casi toda la localidad-, Senggigi, se puede convertir en un lugar inseguro. Nosotros nos topamos con algunas personas muy agresivas, que como mínimo, quisieron asustarnos.

          Hemos decidido, ahorrar en aventuras -vamos ya acumulando bastantes- y por unos pocos miles de rupias más, coger un servicio de transporte, que combina minibús, a Bangsal y ferry, a las Gili. Ya veremos, como haremos la vuelta, hasta Bali.

          Creo, que hoy ha sido el día más caluroso y húmedo del viaje y está mezcla está pasando factura a nuestra piel.

          Antes de acabar y con un poco de sentido de humor, os expongo esto:

          Ratio estadístico aproximado, en diciembre 2018, 10 vendedores por cada turista, 30 transportistas por cada transportado, 3 agencias por cada guiri, 3.000 rupias por echar agua caliente a la sopa en el Coco Mart...

Diferencias entre Bali y Lombok

                          Todas las fotos de este post son, de Mataran (Lombok, Indonesia)

          Nos pasamos 34 días, en Oceanía y a pesar de los esfuerzos llevados a cabo, nos resultó casi imposible encontrar las diferencias entre la vida y el fluir cotidiano, de Australia y de Nueva Zelanda. Han bastado unas pocas horas para encontrarlas, entre Bali y Lombok y eso, sin salir del mismo país

          La primera resulta algo evidente, para cualquiera, que sin viajar, consulte la Wikipedia. Bali es hinduista -de aquella manera, porque habría mucho que matizar en esta materia-, y Lombok, musulmana. Las numerosas mezquitas, desde el puerto de Lembar, hasta la capital, así lo atestiguan, pero también admite grises, porque pocas mujeres llevan velo y hay bastantes templos hindúes. Aunque sí que es verdad, que en las zonas menos turísticas, cuesta encontrar cerveza y bebidas alcohólicas.

          Otra de las grandes diferencias, se cierne en torno a la oferta gastronómica, mucho más frecuente -sobre todo, por la noche-, que en Bali. Abundan los puestos callejeros, el surtido es variado y los precios sin mucho más asequibles.

          También es muy distinto el capítulo del transporte privado -publico hemos visto poco- que negociando, puede salir por la mitad, que en la isla vecina.

          Lombok, además, resulta mucho más cacharresca, que cualquiera de las ciudades, de Bali y al menos en la capital, no hay muchos lugares, donde entretenerse o sentirse a gusto.

         En Bali, vimos centenares de templos gratis y aquí, en Mataran, nos han querido cobrar 20.000 rupias por cabeza, por contemplar un parque y un templo -jardin no muy espectacular. Disponen de un curioso control del pago, atandote una cinta blanca a la cintura, cuando en realidad, no hay nadie visitando estos lugares.

          La gente -incluidos, "los profesionales" de los guiris- es más amable y tiene menos malicia, que en Bali. Al fin y al cabo y en la mayoría del país, no viven del turismo y no buscan lucrarse de el.

          Sirva el ejemplo, ya esbozado en un post anterior: en verdaderas dificultades, al llegar al puerto de noche, un joven no se aprovechó de nosotros y nos ofreció una tarifa, que ni registramos, para llegar a Mataran, donde aconsejados por unos amables dueños de un puesto callejero, acabamos en una agradable Homestay, de decoración hinduista, donde nos dieron un buen precio y un espectacular desayuno.

          Los malditos y ruidosos gallos: nos ha chocado, que en Lombok hay miles de ellos, que campan por cualquier parte. Hace diez años, en Denpasar, vimos un mercado de pájaros malolientes y ayer tarde, en el ferry, a un hombre cargado con una pesada jaula, pero el icono portugués, no está tan presente en la isla balinesa. Tal vez, para no molestar demasiado a las resacas matutinas de los turistas.

          Pero coincidencias, también las hay y no pocas. Llueve igual, en ambas islas; los hoteles económicos cuestan casi lo mismo y disponen de desayuno; el tráfico es tan o más caótico; el transporte público es escaso y confunso...Por lo demás, no hemos observado -salvo cuatro escombros, que pueden ser de cualquier otra cosa-, las consecuencias del terremoto de agosto, de este mismo año.

          Mañana, nos vamos, a Senggigi, donde esperamos ver a nuestro primer guiri -incluidos el ferry de ayer- y dónde empezaremos a valorar, si tras acercarnos, a las Gili, volvemos directos, a Bali o deshacemos el camino, usando los transportes interiores y el insulso ferry público. De todas formas, nos tomaremos un margen de tiempo de seguridad, para poder conectar con los vuelos pendientes, de Denpasar, a Kuala Lumpur y a la tarde siguiente, desde la capital, de Malasia, hacia Phuket.

martes, 26 de febrero de 2019

El aventuroso viaje, a Lombok (la isla guindilla)

                                          Fotos del trayecto, entre Ubud y Lombok (Indonesia)

          Hartos de la lluvia y sobre todo, de las maldita motos, todos lis días sueño -dormido y despierto- con hacer un efecto dominó en cualquier acera y derribarlas o levantarme de madrugada y arrasar la ciudad. Nada ha cambiado en este aspecto motoristico, durante los últimos diez años, aunque si, en el de los bemos, que son escasos y ya solo recogen a viejas acarreando enormes y numerosos bultos. Ayer y por curiosidad, preguntamos en la calle principal, de Ubud y un policía nos dijo, que para Kuta o Denpasar, solo circulan por las mañanas y con muy poca frecuencia. ¡Esto ya no es lo que era! Hicimos bien, por tanto, en coger el shuttle para venir hasta aquí.

          Para los guiris, en realidad, mejor, porque en los autobuses directos, ni te engañan, ni te dan la brasa, algo harto complicado de evitar hace unos años en estas islas y con el cansino transporte tradicional.

          Aburridos -es una pena, acabar así- de maravillosos templos en las inmediaciones, de Ubud, decidimos dejar para otra vez, la excursión organizada y típica por los alrededores -Besakih y Kehen, fundamentalmente- y adelantar un día nuestra partida, hacia Lombok.

          Como ya dije, no nos apetecía madrugar, ni perdernos el buen desayuno de nuestro hotel. De nuevo, ocho opciones gastronomicas a elegir, con unas cláusulas, que parecen destinadas, a ser resueltas por el tribunal Supremo, de Indonesia. Es escaso y el truco consiste, en que repitas y elijas otro y abones 20.000 rupias más. Me parece justo, que en Bali muchos hoteles -los más despiertos- hagan de Ryanair o Air Asia, cobrando por tramos.

          Para organizar una travesia, minimizando riesgos, deberíamos levantarnos pronto y coger el bus de las siete o de las ocho de la mañana (todos cuestan lo mismo). Pero, la pereza nos invade y decidimos, jugarnosla y asumir algo más de aventura.

          Como estaba previsto, el autobús parte a las once de la mañana y llegamos casi de noche, a Lembar, en Lombok -traducido, significa guindilla- sin saber muy bien, que nos vamos a encontrar. La primera parte del camino parece fácil y lo es: shuttle, a Padangbai, donde llegamos en una hora y treinta y cinco minutos.

          La carretera cuenta con muchas curvas y mal asfalto. Atravesamos una selva intercalada de claros y compartimos trayecto con guiris sonrientes y supuestamente ricos, que van con todo organizado, para las islas Gili y pelmas del transporte -no sé a dónde, si estamos al lado del muelle-, que nos reciben en esta localidad costera, cubierta por un día gris, de otros tantos, desde que retornamos al sudeste asiático, que ya casi son, absolutamente normales por la fuerza de la costumbre.

          No nos engañemos: el ferry público (46.000 rupias) es una oferta VIP para ahorradores y tacaños -o supervivientes-, aunque el trayecto resulta aburrido y sin emociones fuertes, a pesar de la mala fama, que tienen estas embarcaciones, en Indonesia. ¡Mejor! Tantas sorpresas, ya nos van agotando en este país.

          Comemos algo mejor, que los días anteriores, a base de una pirámide de arroz con tortilla francesa, pescados secos y salsa y fritanga variada.

          El barco tarda algo más de lo que dicen -cinco y diez y no cuatro horas- y en nuestro caso, dan preferencia a otro ferry, que viene después y mis dejan varados a la entrada del puerto. Mientras, anochece y nos entran los nervios, más por estar agobiados en la parte baja llena de camiones, coches y motos, que por el difuso futuro, que nos espera hoy, teniendo en cuenta, que en toda la amplia bahía, no se divisa población alguna, ni siquiera una sola casa o luces. Pues nada, a dormir a la terminal, como si estuviéramos en la estación de trenes, de Sydney. No sé muy bien, si la hay, aunque a oscuras, solo aparecen oficinas de agencias  marítimas, ya cerradas.

          Somos los únicos extranjeros del barco a la vista y por eso mismo, carne de asedio de los de las motos, los taxistas, los pelmas en general y hasta de las señoras de los puestos de comida -de buena y barata oferta-, que también se crecen ante nuestro desconcierto. Ni siquiera sabemos por dónde caminamos, entre reflejos difusos de las luces de los camiones y suelo mal asfaltado. Los del transporte se van cansando y nos dejan en paz. En ese momento, llega un chico, que nos ha debido seguir en silencio y a distancia y nos pide 100.000 rupias, por ir a Mataran, que al menos sabemos, que está a treinta kilómetros de aquí. No se nos ocurre regatear está oferta y con determinación, nos subimos a su flamante vehículo.

          Luego, nos trata de vender otros trayectos, mientras, cual kamikaze, adelanta a todo lo que se mueve. Le pedimos, que nos deje en el centro, aunque no sabemos dónde puede estar. El, mientras intenta, de forma simpática, llevarnos, a Senggigi, y a un hotel predeterminado, para cobrarnos unos miles de rupias más, que nos podría arreglar la vida, más que sentirnos estafados. Pero si vamos allí y queremos volver a la capital, todo sería un sudoku indonesio, que preferimos evitar.

          La suerte nos termina de acompañar una vez más: un buen supermercado con cerveza fresca, a pocos metros de donde nos ha dejado y tras preguntarnos a unos lugareños de un puesto callejero -aqui hay más, que en Bali, sobre todo, por las tardes-, damos con un homestay, donde nos tratan bien. La habitación dispone de baño, algo tan echado de menos en nuestra junglesca y escarpada vida ubudeña. Mañana, el desayuno consistirá en arroz frito. ¿Merecerán ser tenidas en cuenta las altas expectativas, aunque solo sea con verduras?

          A todo esto y en treinta kilómetros de locura, más de cincuenta mezquitas cantarinas, nos han recordado, que hemos vuelto, a la maldita Musulmania. Menos mal, que traemos alcohol para dos días, hasta poder investigar nuevas fuentes de abastecimiento.

          Lombok no va a ser Komodo -vaya chiste más malo-, pero nuestro objetivo y de cualquier manera es, poder regresar, a Kuala Lumpur, desde Denpasar, dentro de una semana.

La vida, en Ubud

                                       Todas las fotos de este post son, de Ubud (Indonesia)

          Llegamos a Ubud, complicandonos mucho menos la vida, que hace diez años, cuando cogimos transporte público y peleamos hasta la extenuación con el agotador gremio de los bemos. Los shuttles son algo más caros, pero te ahorras aventuras, buscavidas y deambular por Denpasar, con el equipaje, agobiado por la humedad y el calor.

          Nos hemos dado cuenta, de que hace una década y viendo lo esencial, dedicamos poco tiempo, a Ubud. Hasta ahora y teniendo los viajes por castigo, la vida nos da muchas segundas oportunidades y nosotros las agradecemos y aprovechamos (no sabemos, quizás, si lo suficiente)

          En el único supermercado de esta bella localidad, donde muchas casas y alojamientos son templos-hogar, nos hemos encontrado, a Dani, un treintañero arquitecto y surfista donostiarra, que se ha venido a trabajar aquí por un periodo de seis meses, buscando experiencias, formación y librar a Pedro Sánchez de un problema. Uno más de tantos migrantes cualificados, que ha abandonado nuestro país. El super está lleno de guiris, predominando los españoles, que siempre acabamos encontrando la cerveza más barata ¡Somos así!

          Por lo demás, seguimos preparando nuestra esforzada - previsiblemente- escapada, a Lombok. Algunas cosas han cambiado para mejor en este país, sobre todo, relacionadas con las infraestructuras, pero hay otras, que permanecen vigentes y lo harán, per seculam, seculorum ¡No existe solución!


          ¿De qué viven la mayoría de las gentes locales, que forman parte del entramado turístico, más o menos próspero, aunque imposible dilucidar o desenmascarar? Se trata de chicas y chicos jóvenes, como en el 2008, aunque los de aquella época, ya parecen retirados y no se sabe de su paradero.

          Pero, la estructura de vida es la misma y no sabemos muy bien, de que vive todas estas personas, aunque intuimos, que la pirámide familiar establece,  que cada miembro debe aportar al núcleo lo que pueda o lo que le caiga en suerte cada día, siguiendo un estricto régimen solidario. Si no, no se entendería, como se puede sostener este modelo, en el que tanta gente se busca la vida, de manera tan deficiente y obteniendo tan pocos resultados.

          Si eres chica y un poco agraciada -la mayoría de ellas, son bastante exóticas y atractivas para nosotros-, acabarás en uno de los numerosos centros de masaje -sin saber muy bien, lo que va a pedir el cliente- o a promocionar con tu físico los locales de ocio nocturno. Unas y otras, muestran una cara de candidez y de aburrimiento - las más privilegiadas, se entretienen con el móvil-, que provoca entre ternura, pena y pánico. ¡Nada, que ver, con las sofisticadas y entrenadas jovencitas, de Pattaya!

          Ellos trabajan en el sector del transporte. A todas horas y ocupando las aceras - muchas veces, con enormes cartelones- ofrecen taxi, transport, special services...-tambien con el gesto de girar el volante-, bien en moto o en coche. Cada guiri en Kuta -algo menos en Ubud-, debemos tocar a unos 250 supuestos taxistas o VTC, ahora, que están tan de moda. Creo, que algunos ya no recuerdan ni la fecha en que cogieron al último cliente, pero actúan, como autómatas, a veces agresivos, pero menos, que hace tiempo.

          Otra opción, es que te monten una de las 10.000 tiendas de artesanía o ropa, que abundan por los mercados. El día, que vendan algo, habrá celebración familiar y fuegos artificiales al anochecer.

          Otra incógnita y está, con inversión inicial fuerte, son las caras tiendas de 24 horas, que en Ubud, han perdido pujanza, pero que en Kuta, aún son numerosas. Nunca hay nadie, pero a pesar de ello, la vida parece seguir igual.

          Entre lluvias y barros, vamos camino, de Lombok.¡Esperamos, que la suerte nos acompañe!.

lunes, 25 de febrero de 2019

Reencuentro con Bali: del timo del cambio a los espaguetis de luxe

                    Las ocho primeras son, de Kuta y el resto, de Denpasar (Bali, Indonesia)

          La Indonesia, que recordábamos, de hace diez años, nos parece algo dulcificada, quizás, porque entonces,no habíamos estado en India. El tráfico es caótico, incomprensible e injustificable. El número de motos, que circulan y que salen de cualquier callejón, por pequeño que sea, resulta agobiante, aunque los conductores no tratan de asediar al peatón, como si ocurre en muchas ciudades indias.

          También, hemos encontrado más relajada -en la medida de lo posible- a la gente del transporte, pero no debemos bajar la guardia, en una isla, donde menos el alojamiento -regalado y con desayuno-, todo tira a caro.

          Salimos de Malasia, de forma muy sencilla y entramos de la misma manera, en Indonesia (Bali). Menuda diferencia, con hace diez años, cuando un cancerbero aburrido, tocahuevos y cabronazo, a altas horas de la madrugada, nos lo puso muy difícil, a pesar de haber pagado ya el visado.

          No existe transporte público, a Kuta y los taxis son caros, aunque no nos cuesta mucho esfuerzo, reducir una tercera parte del precio, que nos piden en la oficina de pre-pago, situada en la parte de afuera del hall de la terminal de llegadas. A la vuelta, creo que volveremos andando, porque hay aceras y no está muy lejos del centro.

          No nos costó mucho encontrar alojamiento, a buen precio y con piscina. Y lo más importante: podemos ir a echar un sueño a las 9 de la mañana y no, como en Australia, Nueva Zelanda o Malasia, donde se hace preceptivo esperar a los tardíos check-out de las tres de la tarde o más.

          A pesar de pegarnos una buena siesta, siempre harán que tener en cuenta la caraja inicial, al ingresar a un país, aunque ya lo hayas visitado, anteriormente. Nos la quisieron pegar a lo grande con el cambio de moneda y lo peor es, que casi lo consiguen. Les faltó muy poquito. Íbamos completamente desprevenidos, porque en 2008, cuando las comisiones bancarias no eran tan chungas y dañinas, tirábamos de cajero automático (solo funcionaba uno de cada cinco, pero con paciencia, lo lograbas)

          El truco es más viejo, que el hilo negro, pero les funciona y además, no se sonrojan, si los descubres. De esta manera, estuvieron a punto de estafarnos 33 euros, sobre 100. ¡No parece mala comisión! Te dan una tasa muy atractiva, bastante por encima del cambio oficial, pero te empiezan a hacer jueguecitos con los billetes. Te los ponen en montocitos y cuando cuentas los de uno, te quitan unos cuantos del otro de los fajos. Por no decir, que otros los dejan caer al suelo del establecimiento. Los mostradores son altos y nunca les ves las manos. Solo, la cabeza. Normalmente, cuentan con un compinche, discretamente, ubicado enfrente o en los alrededores, que aparece, si se produce alguna controversia. Generan tal confusión, que llegas a dudar de lo que cuentas.

          Pero, al menos, en nuestro caso, no oponen ninguna resistencia, si los pillas. No hace falta siquiera, ni mencionarles a la policía, que por otra parte, ni suele estar en las inmediaciones, ni se la espera.

          El consejo más razonable es, aceptar las tasas de cambio más bajas y de sitios más confiables -chiringuitos de bancos y tiendas grande-, por encima de la de los lúgubres garitos de las calles estrechas, sucias, apagadas y más apartadas. Aunque, te la pueden colar igual en una de las vías públicas más principales, resulta más improbable.

          Para animar el cotarro, empezó a llover, copiosamente y nos refugiamos en un Kentucky, el único lugar, donde habíamos comido bien hace una década, al margen del Carrefour, de Sarabaya, en pleno Ramadán. Todo nuestro gozo cayó en un pozo, porque los espaguetis de luxe -con pollo crujiente y rica salsa, entonces- se siguen llamando de la misma forma, pero hoy en día, se reducen a un amasijo de pasta recogida y escasa con un poco de rabiosa salsa de chile.

          Kuta, sigue al ritmo de hace una década. Llena de bares para guiris sin pretensiones, aunque han emergido centros comerciales, que la hacen más moderna y accesible. Pero, a pesar de todo y como siempre en el tercer mundo, tomarte dos cervezas en un establecimiento de ocio, cuesta lo mismo, que una habitación doble con piscina.

          Las cosas de las repúblicas bananarias, nunca cambian -incluidos los numerosos negocios de masajes, poco catalogados y menos fiables-, por muchos esfuerzos, que hagan estos países en modernizarse. Se trata de problemas estructurales irresolubles. Como, que por 100 euros, te den, sino te engañan, casi dos millones de rupias. ¡No disponen de fuerzas, ni para reestructurar su sistema monetario, como para pedirles logros mayores!


          Los viejos, pero contundentes y bonitos bemos, han desaparecido, al menos en esta zona, de Indonesia. Se ven flamantes taxis, como el que nos traslado desde el aeropuerto y a otros transportistas, a los que se la han metido doblada, porque manejan furgonetas descuajeringadas de infinitesima mano, procedentes, sabe quién, de que parte del mundo y de qué época.