Cuando iniciamos el ciclo de viajes recurrentes a la Comunidad de Madrid, allá por mediados de septiembre y después de venir de un periplo por los Balcanes y Corfu, intuíamos, que se podía hacer algo pesado acercarnos a la capital de España todos -o casi- los fines de semana. También pensamos, que se nos terminarían agotando las actividades, eventos o los lugares de interés, a visitar. Afortunadamente, ninguna de esas dos cosas ha ocurrido. Es más: casi lo echamos de menos, si un finde en concreto, no podemos -o queremos- ir.
Puede parecer entre curioso y ridículo, que dos personas, que han vivido casi dos décadas en Madrid y que han tomado el suburbano miles de veces, se asombre y disfruten de su reencuentro con el metro. Fácilmente, hacía más de quince años, que no tomábamos este medio de transporte, porque solemos ir a todos los sitios andando o en cercanías. Como mucho y en los últimos cuatro lustros, hemos llevado a cabo algunos recorridos al aeropuerto, cuando no conocíamos la más barata opción del autobús 200, desde Avenida de América. Pero, la línea, que lleva hasta la terminal 4 es moderna, amplia y funcional.
Nuestro shock y tremenda nostalgia ha tenido lugar con el retorno a las líneas viejas, sus estaciones en curva y en forma de tubo y sus estrechisimos y abarrotados andenes. Donde en su día veía normalidad, ahora y quizás debido a los años, detecto peligro y la sensación, de que fácilmente, podemos caer a las vías (en inconscientes noches de borrachera universitaria, las hemos cruzado por el medio más de una vez).
Emociones y recuerdos al margen, pasamos a contaros, brevemente, lo acontecido el fin de semana del 22y 23 de abril.
El sábado fue un día caluroso y algo fallido. Recogimos una lata de Sheweppes de tónica al limón en la máquina de Samplia, ubicada en Príncipe Pío y tomamos unos güisquis Ballantines, también gratuitos, en su sede de Gran Vía. Después, nos dimos una vuelta por las degustaciones de las tiendas de los turrones. Hay alguna nueva, pero en estas últimas no dan nada.
Posteriormente, nos fuimos hasta Getafe, donde había un evento de cervezas Mahou con una feria varias casetas, aunque ran pocas, caras y casi sin ambiente. De vuelta, en Madrid, quisimos volver al Museo Reina Sofía, pero la cola era tan larga, que desistimos.
Para el domingo, habíamos reservado entradas gratuitas en el museo de trenes de la estación de metro de Chamartín. Como en Ópera y en Pacífico, se debe ingresar con un título de transporte (por ejemplo, abono de diez viajes). Elegimos la visita no guiada. Entre el ensordecedor ruido de los metros en circulación, se contemplan algunos vagones antiguos y materiales diversos de la historia del metro -cartelería, fotos de época, utensilios, videos...-, haciendo bastante hincapié en el centenar de la institución, celebrado hace cuatro años. Está bien, pero nos gustaron más, la estación fantasma de Chamberí y los Caños del Peral, en Ópera.
Desde la propia estación, de Chamartín, llegamos en metro hasta el centro comercial de Hortaleza, donde Samplia regalaba botes de diversas salsas de la marca Rana. El lugar se ha quedado algo obsoleto, para lo que hay, hoy en día. Después y en una larga marcha, regresamos al centro, caminando.
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