Cada día, que debido al elevado precio de los hoteles en toda la Comunidad de Madrid -fundamentalmente,los viernes y sobre todo , los sábados -, nos toca ir a dormir al aeropuerto de Barajas, seguimos el mismo procedimiento
Sobre las diez de la noche, tomamos en Príncipe Pío, Recoletos o Atocha, la línea 1 o 10 de cercanías, hasta la terminal 4. Como no dispone de mucho espacio para el paseo, ni en el interior, ni en el exterior, cogemos el bus interno del aeródromo, hasta la T1. Por ella, por la 2 y la 3, nos movemos, tomamos algo y cenamos, hasta que sobre las dos de la madrugada, volvemos a la 4, a dormir en el suelo. Sobre las siete de la mañana la policía nos hace levantar a todos, pero se puede seguir roncando en las sillas.
Hemos hecho esto mismo muchas veces y no solo por no tener hotel, sino porque en decenas de ocasiones y durante décadas nos ha tocado tomar vuelos de madrugada o de temprana mañana y no queda otro remedio, salvo que se sea rico y manirroto y se esté dispuesto a tirar media noche de hotel por la borda y pagar un taxi. Hasta ahora, nunca habíamos tenido ningún problema, pero intuíamos, que tarde o temprano, terminaría pasando algo.
El día 4 de diciembre, sobre las dos de la madrugada, íbamos a coger el autobús, desde la T1 a la T4. De repente y por el exterior de la primera terminal, nos empieza a perseguir un hombre de mediana edad, que de forma muy agresiva y a gritos nos dice, que él nos quiere ayudar. Que lleva siete años viviendo en el aeropuerto y que forma parte de una asociación, que ofrece orientación y prestaciones a personas, que se encuentran en esas mismas circunstancias. De nada sirve, por supuesto, que le expliquemos con educación, que nosotros tenemos nuestra casa en otra ciudad y que estamos aquí, de paso, durante esta noche.
Subimos al autobús y él viene detrás, sin pensárselo. Tenemos la mala suerte, de que salvo el conductor, no hay más viajeros a bordo. El hombre nos persigue por el interior del vehículo, porque nos cambiamos de sitio varias veces para esquivarlo y sigue con su misma monserga. Ahora, nos ponemos nosotros también agresivos y le pedimos que nos deje de acosar, pero no ceja, por lo que terminamos insultandolo y deseándole la muerte. Nos devuelve los improperios y añade : "ya vendréis, ya vendréis".
Entonces, nos vamos para la parte de adelante y pedimos ayuda al conductor, que se encoje de hombros. Sin embargo y a los dos minutos y en la T3 -como si el chófer le hubiera dado a un botón del pánico -, suben dos vigilantes de seguridad por la puerta delantera y un responsable del aeropuerto por la trasera. Los primeros nos observan, sin decir nada. El segundo, habla con el desagradable individuo, pidiéndole, que nos deje en paz, pero él sigue con su tono desafiante y agresivo, para acabar amenazando: "¡ya vendrán, ya vendrán, esos comemierdas!"
¿Es esa persona miembro de alguna inescrupulosa magia del aeropuerto? ¿Nos había seguido esa noche o algún sábado anterior? ¿Fue pura casualidad? ¿Cuáles eran los objetivos reales de este muy desagradable sinvergüenza? Aunque tenemos indicios, sobre todos estos aspectos, no tenemos constancia real de sus verdaderos propósitos, aunque imaginamos, que no eran nada buenos.
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